Comienza el mes patrio. Mexicanos al grito de guerra...
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El próximo 15 de septiembre se conmemorarán 170 años del estreno del Himno Nacional Mexicano.
Desde 2004, año en que se conmemoró el aniversario 150 del himno mexicano, se ha venido debatiendo sobre su pertinencia actual. Una corriente afirma que es obsoleto y anticuado no sólo en su letra sino también en la característica marcial de su música, mientras que otra se inclina porque se quede tal cual, sin modificaciones. Un debate totalmente estéril.
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Detrás del Himno Nacional hay una larga historia, incluso si se deja de lado la romántica leyenda del encierro que sufrió el poeta Francisco González Bocanegra por parte de su prometida para obligarlo a escribir la composición que al final sería la ganadora. Desde 1821, una vez consumada la Independencia, distintas personalidades de la época hicieron intentos infructuosos porque la Nación adoptara un canto nacional. En 1849, la Academia de San Juan de Letrán lanzó una convocatoria con el fin de elegir una letra adecuada para un himno que representara a México, sin embargo, el elegido no fue del agrado de los mexicanos. En los años siguientes, se presentaron otras propuestas, ninguna de relevancia, entre ellas las de dos italianos, un cubano y un húngaro. Finalmente, en noviembre de 1853, el gobierno de Santa Anna lanzó la convocatoria para la letra del himno.
A principios de 1854, el jurado dio a conocer el triunfo de la letra de González Bocanegra, al mismo tiempo que el gobierno convocaba otro concurso para su musicalización. El ganador de la composición musical, Jaime Nunó, se dio a conocer en agosto de ese mismo año. Ya se tenía la letra y la música, sin embargo, esta vez el himno no fue del agrado de Santa Anna porque la composición no lo exaltaba abiertamente y no se hizo mucho caso al Himno Nacional. Posteriormente, los conservadores, sin oponerse al himno, lo minimizaban, y los liberales lo despreciaban por haber salido del gobierno de Santa Anna.
A pesar de todo, el Himno fue tomando fuerza en el gusto de los mexicanos. Al triunfo de los liberales, se cancelaron dos estrofas, dedicadas a Santa Anna y a Iturbide. Y no fue sino hasta 1943, cuando por decreto del presidente Manuel Ávila Camacho se estipuló la versión oficial de solamente cuatro estrofas intercaladas con el coro, que se canta cinco veces.
Yo creo que un canto patrio no debe discutirse, sino comprenderse. Y lo que sucede es que los mexicanos lo cantamos sin saber lo que decimos. Hay que emprender, entonces, una campaña seria y profunda para que sepamos lo que dice el canto. Revisar, por ejemplo, los programas educativos que enseñan nuestra lengua para que los niños comprendan el lenguaje figurado, ese que en el himno dice: “El acero aprestad y el bridón”, el que usa la palabra “acero” figuradamente en lugar de “espada” porque las espadas son de acero, y enseñarles que la palabra “bridón” es sinónimo de caballo y que “aprestad” es una forma verbal en desuso, pero no el verbo “aprestar”, que quiere decir tener presto o listo algo, es decir, preparado.
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Así, nuestros niños sabrán que, en todo tiempo, y con mayor razón en los de guerra, deben estar listos, si no con la espada y el caballo, instrumentos anticuados para la guerra moderna, sí con el espíritu y el corazón para luchar por su Patria. Y decirles que, si la Tierra ya no retiembla con el “rugir” del cañón, sí lo hace con el poder destructivo de bombas y misiles, como lo hemos visto en Ucrania. Y así con cada una de las frases que componen todo el canto.
No hay que cambiar el himno. Hay que enseñarles a los mexicanos su significado y las circunstancias históricas en las que fue escrito y adoptado como Himno Nacional. También emprender una campaña de respeto para ponerse de pie al escucharlo y no permitir que se le inventen letras o ritmos ajenos a sus vibrantes estrofas y a la marcialidad de su música, como sucedió en los primeros años del siglo, cuando aquí en Saltillo lo cantó una joven artista en el Estadio de los Saraperos a ritmo de blues y jazz, ocasión en que no se pusieron de pie ni siquiera el 20 por ciento de los asistentes que normalmente lo hacen al escucharlo.