¿Comunidad o rentabilidad? El futuro del centro de Saltillo

Opinión
/ 12 noviembre 2025

De entre los espacios de mayor dinamismo y valor urbanístico en una ciudad, destaca su centro. No sólo por ser el lugar donde ésta tuvo su origen, sino además porque las dinámicas urbanas mantienen de forma natural un inevitable vínculo con ese sector.

Todas las dinámicas confluyen en él. Ya sea que hablemos de la movilidad por medio de transporte público o de las dinámicas de comercio al por menor, de cultura o de oficinas de trámite y de servicios, el centro se convierte realmente en el corazón de la vida urbana.

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Dado el alto y constante flujo de personas por sus calles, las manzanas que lo integran se constituyen en lugares idóneos para establecer negocios diversos, que pueden ir desde ropa y calzado hasta lugares para comer o centros de esparcimiento diurno o nocturno.

Sin embargo, con el paso del tiempo estas dinámicas van minando -a veces de manera no tan perceptible- las condiciones que permiten la continuidad del sentido de comunidad, particularmente por el desplazamiento de población derivado de presiones económicas.

Este fenómeno, que conocemos como gentrificación, afecta de manera importante las dinámicas que activaron o que hicieron originalmente atractivo al centro, dado que las personas que les dieron sentido ven inaccesible continuar ahí, teniendo que salir del lugar.

Sin embargo no es la única razón para el desplazamiento de quienes formaron parte de la comunidad original. También migra la gente a otras partes de la ciudad cuando los padres de familia fallecen y sus descendientes optan por espacios más accesibles para vivir.

Con accesible me refiero no sólo a los económico, al tratarse de espacios más reducidos y que precisan de menor mantenimiento por ser recientes, sino también más cercanos a centros de trabajo, a escuelas y a los demás satisfactores que se han vuelto necesarios.

Las y los habitantes del centro que no se vieron forzados a salir de él por las anteriores dos razones, encuentran una tercera y tal vez más lamentable: se ven a sí mismos en un entorno cuya comunidad ha sido fragmentada, dando paso a problemáticas emergentes.

Como en todo lugar en que su comunidad original se ha visto desarticulada, comienzan a presentarse situaciones nocivas, especialmente de inseguridad, sobre todo porque los vicios propios de espacios con poca visibilidad social encuentran ahí un espacio propicio.

Claro está, esta situación provoca que quienes se quedaron busquen la primera oportunidad para salir de ahí, si bien habrá quienes resistan estoicamente la nueva realidad y permanezcan ahí con la esperanza de que las cosas vuelvan a ser como antes.

Aunque no será para nada sencillo, este panorama puede revertirse y se puede devolver la vida de comunidad al centro poniendo especial cuidado en elegir cómo se delineará la hoja de ruta tendiente a ello: si de manera orgánica o a partir de criterios económicos.

La primera es por supuesto la más compleja. Precisa de poner a las personas en el centro de la toma de decisiones, sobre todo a las que permanecen habitándolo, aun cuando esto suponga sacrificar oportunidades de mercado, que siempre resultan atractivas.

Al adoptar un enfoque humanizante al proceso de revitalización urbana, se deberán integrar activos como vivienda mixta, movilidad multimodal articulada adecuadamente con el contexto periférico y garantizar suficiencia de servicios básicos y satisfactores urbanos.

Por otro lado, la alternativa empujada por el mercado terminará de convertir un espacio ya dominado por la actividad económica, en un gran producto comercial, donde apariencia y confort serán prioridad en la toma de decisiones sobre su desarrollo y su visión de futuro.

Espacios antes accesibles para cualquier persona se volverán restrictivos, convirtiendo al poder adquisitivo en el código de acceso natural. Mucha de la oferta local tradicional será desplazada por franquicias o, peor aún, por una oferta local maquillada de globalidad.

Y no significa lo anterior que las consideraciones de mercado sean incompatibles con el sentido de comunidad; supone más bien que, si el enfoque está en la mercantilización de los espacios, sus efectos derivarán en un entorno artificial, excluyente, deshumanizado.

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Por su parte, el enfoque de comunidad en la revitalización de espacios hace posibles entornos vivos y vibrantes, que favorecen dinámicas económicas, tal vez menos lucrativas, pero con garantía de continuidad y permanencia.

Revitalizar privilegiando a las personas es la alternativa idónea si realmente queremos un futuro posible.

jruizf@henka.com.mx

Abogado por la U.A. de C., especializándose en Derecho Ambiental y Gestión Urbanística. Cuenta con Maestría en Gestión Ambiental por la U.A.N.E. Cursa actualmente estudios de Doctorado con enfoque en Derecho a la Ciudad. Ha colaborado en los Institutos Municipales de Planeación de Torreón y de Saltillo, así como en la Delegación Coahuila de SEMARNAT. Ha representado a México en diversos foros internacionales, entre ellos el SWYL Program y la Tokyo Conference, organizados por el Gobierno de Japón. Se desempeñó como Director Operativo de COPERES y Presidente de la Representación Coahuila de la Asociación Mexicana de Urbanistas. Es catedrático a nivel Licenciatura y Posgrado en instituciones como la Universidad Autónoma de Coahuila y la Universidad Iberoamericana.

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