Con la frente marchita; la ciencia, a un paso de poder editar la memoria
Imagine la posibilidad de poder recordar u olvidar algo... Hubiera sucedido o no. De borrar algo que lacera su espíritu o desaparecer de su memoria un sueño frustrado, una tragedia personal o, mejor aún, poder recordar como si fuera real un logro inalcanzado o transformar, al menos en el recuerdo, un amor imposible en posible.
Para la ciencia, la memoria es entre los fenómenos de la conciencia un milagro temible y misterioso. Como fiel centinela del cerebro, la memoria está ahí para señalarnos el pasado y, aunque a veces es selectiva, no la podemos alterar aunque los recuerdos lo hagan a diario con nosotros. La memoria es la máquina del tiempo que la naturaleza nos dio, una especie de cicatriz que nos recuerda que todo el pasado, de felicidad, tristeza y a veces de dolor, fue real.
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Hasta ahora, la implantación de recuerdos sucedía sólo en películas de ciencia ficción, como “Inception” del director Christopher Nolan. Pero eso fue hasta que biólogos de la Universidad de California, en Los Ángeles (UCLA), informaron que lograron transferir un recuerdo de un caracol marino a otro, creando una memoria artificial.
Inyectando ARN de uno a otro (el Ácido Ribonucleico que interviene junto al ADN en la síntesis de proteínas y del traslado de la información genética). Los investigadores aplicaron leves descargas eléctricas a una especie de caracol marino llamado Aplysia. Los caracoles recibieron cinco descargas, una cada 20 minutos, y luego cinco más 24 horas después. Los impactos mejoran el reflejo defensivo de su retirada, una respuesta que muestra para protegerse de posibles daños. Cuando los investigadores tocaron a los caracoles, encontraron que aquellos a los que les habían administrado choques mostraban una contracción defensiva que duraba un promedio de 50 segundos, un tipo simple de aprendizaje conocido como “sensibilización”. A los que no les habían administrado los choques, sólo alrededor de un segundo.
La investigación del equipo se publicó en eNeuro, la revista en línea de la Society for Neuroscience. Su autor principal, profesor de biología y fisiología integradas y de neurobiología en la UCLA, David Glanzman, dijo que esto podría conducir a nuevas formas de disminuir el trauma de los recuerdos dolorosos y restaurar los recuerdos perdidos: “Creo que en un futuro no muy lejano, potencialmente podríamos utilizar esto para mejorar los efectos de la enfermedad de Alzheimer o el trastorno de estrés postraumático”.
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En lo personal, creo que estamos ante un hecho que alterará nuestra comprensión de los aspectos físicos y neuronales de la memoria, porque además de ser capaces de reconvertirla, también podrían apagarla, personalizarla y editarla. O piense en todas esas personas que sin el recuerdo de un pasado doloroso, sin episodios de estrés postraumático, podrían convertirse en mejores personas y hasta salvar vidas de un posible suicidio. Imagine que fuera posible alejarse para siempre de ese recuerdo que nos hace sufrir o, porque no, transformar recuerdos negativos en positivos.
La ciencia ha dado un paso enorme y es momento de que vaya decidiendo qué capítulos de su vida quisiera borrar, editar o incluso crear, pues estamos ante la posibilidad del nacimiento de nuevas versiones de nuestro viejo yo, un cambio fundamental de uno de los aspectos más importantes de los seres humanos: la profunda relación que sostenemos con nuestro pasado. Para algunos, resultaría liberador, para otros, aterrador. Y es que para bien o para mal, nuestros recuerdos y la percepción que tenemos de ellos han moldeado nuestra personalidad actual. Tenga en cuenta que el pasado es la fuerza que impulsa a muchos a seguir adelante; mientras que para otros la memoria sólo funciona hacia atrás.
En lo personal, y una vez convencido de que es imposible poder ir al pasado sin salir ileso, me conformaría con eliminar una buena cantidad de recuerdos del tirano que por fin se largó el invierno pasado. Quién lo diría, pero quizás estamos cerca, muy cerca de jubilar lo que escribiera el maestro Joaquín Sabina en su canción “Con la frente marchita”, cuando dice “No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca, jamás sucedió”.