Convivir con trolls: guía rápida para redes

Opinión
/ 14 agosto 2025

Los trolls —con perfiles falsos o reales— generan conflicto y polarización en entornos digitales

La cultura digital posee una riqueza de usos, prácticas y vocabulario que transgrede generaciones y genera efectos comunicativos. Algo de lo que se habla mucho, pero se conoce poco, es de los usuarios trolls. La etimología indica que es una palabra con origen antiguo; según el Diccionario de Inglés de Oxford, proviene del folclore escandinavo que describe a criaturas míticas de cuevas o bajo puentes, las cuales atormentaban a los humanos. Más recientemente se utilizó el verbo to troll para referirse a arrastrar un anzuelo con cebo para pescar (en el caso de Internet, “pescar” reacciones).

Su origen en internet radica en los primeros foros y blogs. De hecho, en 2008 un estudiante universitario llamado Carlos Ramírez (Canadá) dibujó en Paint un meme llamado Trollface (Kotaku, 2015), que mostraba el rostro distorsionado de un humano con una sonrisa falsa. El meme se viralizó y hoy es un ícono de la conversación en Internet.

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Posteriormente, surgió un movimiento digital llamado “Don’t feed the trolls” (“No alimentes a los trolls”) como una campaña de alerta de usuario a usuario (The Atlantic, 2010). Estas situaciones muestran que el uso de la palabra troll ya se había instalado en la cultura digital global desde la primera década del 2000.

No obstante, el peligro más notorio de los trolls se dio en su uso durante campañas políticas y de desinformación, como las atribuidas a la Agencia Rusa de Investigación en Internet (BBC, 2017). Es decir, la práctica del trolling pasó de un uso humorístico a uno político.

Actualmente, el término designa desde bromistas en línea hasta actores maliciosos organizados. Fenoll (2015) describe al troll como un usuario centrado en sí mismo, cuyo objetivo es la diversión, la provocación, la ofensa y la interrupción del diálogo racional. La publicación de comentarios provocadores, capaces de generar múltiples respuestas, les produce una fuerte autoafirmación, incluso adictiva. Springer (2011), por su parte, añade que algunos disfrutan leer y escribir para perfeccionar su competencia retórica, empleando un tono duro y provocador que busca reacciones.

En pocas palabras, los trolls —con perfiles falsos o reales— generan conflicto y polarización en entornos digitales. Según Phillips (2015), destacan por provocar reacciones emocionales mediante contenido ofensivo o engañoso, participando en polémicas para reforzar sesgos personales, políticos o económicos, con un impacto negativo que fomenta ambientes tóxicos y censura de ideas.

Algunas de las estrategias de trolling (trollear) son:

* Ad hominem: Atacar a la persona en lugar de refutar su argumento.

* Whataboutism: Desviar el tema señalando supuestas hipocresías o problemas mayores del interlocutor.

* Sealioning: Hacer preguntas persistentes y aparentemente educadas para desgastar al oponente.

* Sockpuppetry: Crear cuentas falsas para simular apoyo o respaldo.

* Strawman: Distorsionar el argumento del otro para refutar más fácilmente.

* Tribalismo: Fomentar divisiones y enfrentamientos entre grupos.

* Astroturfing: Organizar campañas con cuentas falsas y bots para simular respaldo masivo.

* Saturación de conversaciones: Publicar en exceso para desplazar o silenciar opiniones críticas.

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Encontramos tres rasgos significativos para detectar trolls:

1) Identificar el lenguaje tóxico y provocador. Por lo general, los trolls emplean mayúsculas excesivas, mensajes repetitivos, agresivos o irrelevantes que desvían e inflaman el debate. Estudios en grandes comunidades digitales señalan que sus comentarios, frecuentemente negativos y difíciles de leer, son cada vez más eliminados por moderadores (TIME). Este estilo busca atención y reacciones emocionales.

2) Comprender el efecto de la anonimidad y la desinhibición. La anonimidad en línea fomenta conductas agresivas, explicadas por el “efecto de desinhibición en línea” (WIRED). Al sentirse sin consecuencias, los usuarios actúan de forma más hostil; un estudio experimental evidenció que la anonimidad incrementa el trolling, sobre todo en personas con rasgos sádicos (PubMed).

3) Rasgos de personalidad. Muchos trolls muestran la “Tríada Oscura” (psicopatía, maquiavelismo, narcisismo) ampliada con sadismo. Investigaciones vinculan altos niveles de psicopatía y sadismo con mayor propensión al trolling y baja empatía emocional. Algunos poseen alta empatía cognitiva —comprenden el daño, pero lo ignoran— (ABC). La soledad, combinada con estos rasgos, puede potenciar que ciertos usuarios se conviertan en trolls.

Estos patrones discursivos y de conducta revelan que el nivel de agresividad y búsqueda de atención se amplía en escenarios más horizontales de conversación, como las redes sociodigitales. Comprender y tener información sobre la cultura digital es necesario, pues puede reducir efectos nocivos en usuarios ingenuos o con falta de información. Quizá el próximo movimiento deba orientarse a alfabetizar a los usuarios para detectar posibles engaños y/o evitar “alimentar” a los trolls, que no aportan nada al mundo y sólo fomentan silenciar las voces genuinas de la web.

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nahayeli.gomez@gmail.com

Doctorante del programa de excelencia y competencia internacional en Ciencias Humanas de la Universidad Nacional del General San Martin (Argentina), maestría en marketing e innovación social de la UAdeC. Especialista en Procesos de Lectura y Escritura (cátedra UNESCO y la Maestría en Análisis del Discurso) de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, Argentina. Lic. en Ciencias de la Comunicación con acentuación en periodismo por la UAdeC.

Actualmente codirige una línea de investigación a nivel nacional sobre la interacción política en las redes sociodigitales. Dirige el Observatorio de Fenómenos en Internet “Diálogos digitales” que pertenece a la Red Nacional de Observatorio de Medios del CONEICC. Profesora investigadora de la Universidad Autónoma de Coahuila (unidad Laguna). Autora de libros y textos científicos.

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