Cosas de la lengua (del idioma, aclaro)
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Cosa muy rara es la memoria. Recuerdas cosas que sucedieron hace medio siglo, y olvidas lo que pasó hace una semana. La memoria te hace olvidar el favor que te hicieron hace un mes, y no te deja olvidar la ofensa que recibiste hace 30 años.
Benjamín Franklin solía decir que el acreedor tiene siempre mejor memoria que el deudor.
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-¿Ya se te olvidó que te presté mil pesos?
-No, pero si me das un poco más de tiempo te prometo que se me olvidará.
Un individuo comentaba:
-Cada vez que llego tarde a la casa, mi mujer se pone histórica.
-Querrás decir “histérica”.
-No. Histórica. Empieza a recordarme todas las veces que he llegado tarde.
Otro sujeto se quejaba:
-Mi mujer tiene una memoria muy mala.
-¿Todo se le olvida?
-Al contrario: no se le olvida nada.
A mí la gente me pregunta:
-¿Qué toma usted para la memoria?
Respondo siempre:
-Notas.
Las debo tomar, no cabe duda. A un cierto señor alguien le pedía que retuviera determinado dato.
-¡Chingao! −contestaba él de mal humor−. ¡No puedo retener la orina, y voy a retener el dato!
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Estoy hablando de la memoria por algo que recordé hace días. No sé por qué se me quedó por siempre en el recuerdo lo que nos dijo un señor americano a los alumnos de la señorita Sutton, maestra supereminente que nos daba la clase de Inglés en la Normal. Aquel maestro de no sé qué universidad americana nos contó la discusión que había tenido con un campesino mexicano. El tal campesino sostenía que el español es un idioma considerablemente más rico que la lengua de Shakespeare.
-A ver, máistro −desafió al profesor americano−. ¿Cómo dicen ustedes la palabra “chico”?
-Little −contestó el maestro.
-¿Y “muy chico”?
-Very little.
-Y hasta ahí llegan −afirmó el mexicano−. En cambio nosotros decimos “chico”, “chiquito”, “chiquitito”, “chiquititito”, “chiquititititito” y por ahí sígale hasta donde quiera.
Todos reímos la ocurrencia, y aplaudimos largamente al simpático gringo que confesaba inferioridad ante nosotros.
Se me vino el recuerdo de eso porque sucede que en un reciente viaje a Veracruz oí una coplilla picaresca en la cual se usa algo parecido a lo que don Francisco J. Santamaría llamaba “bidiminutivo”, es decir, un diminutivo doble. (Por ejemplo, la palabra “tominejo”, con la cual los españoles venidos a la Nueva España designaron al colibrí, ave que ellos jamás habían visto. Tomín era el nombre de una moneda pequeñita de plata. A su vez, tominejo es un diminutivo de tomín).
Dice así la pícara coplilla que escuché:
A una monja busqué yo
por tener amor bendito.
La monja se condenó,
y yo por poquititito.