Cosas del destino: Reflexión en tiempos inesperados

Opinión
/ 26 septiembre 2024

Si al empezar el día una gitana le hubiese dicho a mi amigo lo que esa tarde le iba a suceder, seguramente se habría echado a reír ante la predicción.

Y es que la gitana le habría profetizado:

-Hoy te va a mear una pantera.

Mi amigo habría pensado con razón: ¿qué pantera hay en Saltillo que me pueda mear? Y así pensando se habría olvidado del agüero.

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Pero el destino es el destino, si me es permitido ese radical pronunciamiento. A media mañana los nietos de mi amigo llegaron a visitarlo −era un sábado−, y le pidieron que los llevara a pasear a Monterrey. Ahí empezó a cumplirse el vaticinio. A partir de ese momento los acontecimientos se irían encadenando ineluctablemente. En eso consiste el destino: en un encadenamiento inexorable de los hechos. La tragedia griega. Esquilo, Sófocles, etcétera.

Fue pues mi amigo a Monterrey con su esposa y sus dos pequeños nietos. Cuando llegaron a esa ciudad ¿qué fue lo primero que vieron los chiquillos? La carpa de un circo. Ya va asomando la cabeza el hado inexorable: en Saltillo no hay panteras, pero en los circos sí los había en aquel tiempo. Los nietos de mi amigo le pidieron que los llevara al circo. Mi amigo −al fin abuelo− compró un palco de cuatro asientos, el mejor, junto a la pista (otra circunstancia fatal). La función empezó a desarrollarse normalmente: payasos, trapecistas, acróbatas, un alambrista... Lo de siempre. Pero entonces vino lo de nunca.

El maestro de ceremonias anunció, grandilocuente, el número máximo del espectáculo: las panteras amaestradas. Se colocó en la pista una jaula de fuertes rejas de hierro. Después de un rato de tensa espera aparecieron por un túnel seis panteras negras. Entró en la jaula su domadora. Seamos sinceros: la domadora impresionaba más que las panteras. Mientras la mujer era joven y guapa, alta, de prominente popa y magnífico tetamen, las panteras se veían ya muy acabadas, decrépitas y con bastante propensión a bostezar aun en presencia del respetable público, lo cual no es señal de buena educación. Casi todas estaban desmoladas, y dos de ellas tenían la cola pelona, como de tlacuache.

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Ya todo está listo para la catástrofe. Se acomodaron las panteras en unos bancos, y una de ellas quedó justo frente al palco de mi amigo. El maldito animal hizo entonces algo que habla muy mal de las panteras. Sin previo aviso ni provocación alguna se enderezó, adoptó la postura en que las panteras mean y arrojó un fuerte chorro que bañó a mi amigo de la cabeza a los pies. Al ver eso el público prorrumpió en una fuerte carcajada. El pueblo bueno y sabio de la galería le dedicó una cálida ovación al animal que en el costoso palco había empapado al fifí, seguramente neoliberal y conservador. “Lo que es el rencor social”, suspira con tristeza mi amigo al relatar el infeliz suceso.

De esta verídica historia derivo una filosófica reflexión: no sabemos lo que cada día nos puede suceder. Por lo tanto, hay que estar preparados para todo, especialmente en estos tiempos de AMLO y de la señora Sheinbaum.

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