Médicos escritores
Hay palabras que parecen exclusivas de una profesión.
-La femoral −decía una señora−. Esa arteria que tienen los toreros.
El vocablo “eminencia” sólo se emplea para los cardenales y para los médicos. Jamás he oído que de un abogado o un ingeniero diga alguien: “Es una eminencia”. En cambio, pertenece al habla popular eso de calificar de eminencia a un doctor.
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Don Federico Gómez Santos, coahuilense, fue una eminencia. Se le considera el Padre de la Pediatría en México. Pero a más de sabio médico fue también prolífico escritor. Se cumplió en él esa tesis según la cual de la profesión médica salen muchos y buenos escritores. Para escribir este artículo me puse a hacer una lista de médicos que han destacado en el oficio literario, y la lista salió larga, aunque −obviamente− incompleta, pues la hice valiéndome nomás de la memoria.
Recordé a Lucas el evangelista, aquel “médico de cuerpos y almas” que dijo Taylor Caldwell; a Maimónides, autor de la deliciosa “Guía de Descarriados”; a Paracelso, ejemplo de modestia, pues llamándose nada menos que Philippus Aureolus Theophrastus Bombastus von Hohenheim, adoptó aquel sencillo apelativo: Paracelso, ejemplo igualmente de humildad, pues quiere decir “equiparable a Celso”. Este Celso fue autor de una obra monumental llamada “De re medica”, en la cual sintetizó todos los conocimientos de su tiempo sobre la Medicina.
Recordé a otros médicos escritores más modernos: John Locke, filósofo y galeno; Moliére, doctor que hacía burla de los doctores; Keats, médico y poeta cuya “Oda a una Urna Griega” es considerada por muchos el más perfecto poema escrito en lengua inglesa; Peter Roget, a quien se debe el famosísimo “Roget Thesaurus”, gran diccionario de sinónimos en lengua inglesa.
Y después Oliver Goldsmith, Anton Chejov, Conan Doyle −el inventor de Sherlock Holmes−, Arthur Schnitzler, Somerset Maugham, Axel Munthe (“La historia de San Michele”), William Carlos Williams, A. J. Cronin (Archibald Joseph), Lewis Thomas, quien escribió un libro de mucha moda hace 30 años, “La Medusa y el Caracol”...
Y luego, los médicos que han escrito en nuestra lengua: don Santiago Ramón y Cajal, fundador de la fisiología moderna, cuyas sabrosas “Charlas de Café” fueron publicadas por la benemérita Colección Austral; don Gregorio Marañón, autor de una peregrina tesis según la cual don Juan Tenorio era gay; Pío Baroja; Pedro Laín Entralgo; Félix Marti Ibáñez... ¿Y qué decir de los mexicanos? Nuestro Manuel Acuña iba que volaba para médico cuando Rosario le cortó las alas. Don Mariano Azuela era médico, aunque no urólogo según parece sugerir el nombre de su conocidísima novela: “Los de Abajo”; Enrique González Martínez, quien le torció el cuello al cisne dariano; Elías Nandino, poeta y facultativo jalisciense... Y ya más en nuestra época, Raúl Fournier, Conrado Zuckermann, Federico Ortiz Quesada...
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En Saltillo, lo digo con orgullo, mi hermano Jorge, que de Dios goza ya, fue gran médico y gran escritor. Su libro “Paz en la Tormenta” ha llevado consuelo a muchos afligidos.
Bienaventurados sean los médicos que escriben. Y también los que no escriben.