Cosas simples e importantes que se han olvidado: el Sol y la mar. [Carta desde Oaxaca]
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Siempre para Andrea
Cuánto poder en el sonido del oleaje, en su rugir acotado por la arena que es lo todo del mundo pues en ella se guardan diminutos fragmentos de conchas, minerales, cantos rodados invisibles, huesos, vidrios pulidos, corales; lo tanto del mundo. Cuánto poder en esos brazos divinos de una mar que van y vienen, que amasan la arena, que la aman, que aman al mundo. Cuánto fervor en el Sol que observa todo, descendiendo en este atardecer con un poder sagrado que se ha olvidado.
Aquí está el Sol, esa yema ovoidal borrada en su sacralidad por el comercio y la tiranía. Y aquí estamos nosotras, sentadas en la playa Punta de Zicatela en Puerto Escondido, junto al resto de personas que también tienen su mirada en esa gema ardiente. Le vemos arrobadas, avanzando en un tiempo que no es el nuestro, hasta besar el horizonte. Suspiros salen de nuestras bocas, oaoes y toda una variedad de onomatopeyas dichosas. Detrás de ambas -lo sabes porque aquí estás, a mi lado-, comienzan a escucharse pequeñas gotas de lluvia humanas que al acumularse revelan aplausos. Nos sumamos al coro táctil. Claro, cómo no habría de ser, panegíricos al Sol porque hace nacer la vida en su alianza con la mar, porque nos deja ver al amplio vientre del que venimos, porque saca los brillos metálicos como puntos que decoran la arena en un valioso espectáculo.
Allí van y vienen esos brazos inmensos una y otra vez ofreciendo un concierto que se vuelve más intenso al ocultarse ese Sol que abre un abanico anaranjado de rayos hacia arriba y en la costura que le une a la playa, tonos cerámicos. Ya no es más agua salada y sus espumas, es una inmensa vasija que no termina de cuajar. Y se desliza. Y va. Y viene.
Aquí estamos también en una playa donde al día siguiente, colocan en la pared de un café, el aviso de la desaparición de Ángel Arreola Alvear que se identifica con su nombre escogido de Lilith Arreola Alvear, un dulce rostro impreso extraviado tal vez por elegir ser la mujer de Beauvoir (no se nace mujer, se llega a serlo), pero libre y arrancada de la historia de la creación del mundo, a quien esperamos de regreso. Momento para la contemplación de la belleza y la complejidad de la mar que da espacio a formas de vidas vaporosas o masivas, a zambullidas de aves que de ella obtienen carne viva. Momento de ver las alargadas gotas plateadas que son diminutos peces cerca de la playa. Momento también de contemplar a quienes repudian la elección de cada uno por hacer de su cuerpo ese espacio soberano que es; sí, esos tiranos anónimos, stalines, hitlers, ministros, oficiantes y sacerdotes que son los monstruos del mundo humano.
Aquí estamos hilando ambas un viaje de palabras, necesarias conversaciones que habían sido espaciadas de tal modo, que ahora vuelven como olas en la mar o profundas voces en el océano donde nacen medusas y peces bioluminiscentes interiores. Un diálogo continuo en estos días, que jalamos hasta unir su urdimbre allá desde tu adolescencia en una tierra austriaca. O no, más tiernamente en aquella tierra cubana. O no, más infante en aquella tierra con calles de agua que era para ti Venecia y la larga línea desde Roma hasta Londres. O no, más allá, en el desierto coahuilense sumergiendo tu cuerpo en la poza de Cuatro Ciénegas. Y aquí vuelvo a verte nadar, segura, atajando olas bravas, como brava es tu ánima en su avance.
¿Qué aporta en su tejido a estas ciudades en donde andamos, la conversación entre una madre y una hija? ¿Qué dice, qué continúa fundando? ¿Será el ampliar un piso cálido que envuelva y que siga sosteniendo, que permita conectar con todas las ánimas, que permita ver pero de verdad ver, fundar más comprensiones, más asombros y verdades que se integren al territorio niño de la búsqueda y la mutación.
La palabra mar proviene del latín mare que significa masa de agua. Sigamos en el amasar del agua que somos hasta ser flujo con el horizonte solar.
claudiadesierto@gmail.com