Crisis hídrica, un problema binacional
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Resolver la crisis de las aguas binacionales compartidas entre México y Estados Unidos requiere cambiar la forma en la cual observamos e intentamos tratar el problema
El agua es un elemento natural cuya presencia en la Tierra no obedece a reglas que puedan ser determinadas por el ser humano, si bien su ciclo natural puede verse afectado –como parece evidente– por los comportamientos de quienes nos hemos alzado como la especie dominante.
Lejos de nuestros deseos, el agua se comporta de acuerdo con reglas que obedecen a lógicas globales y que se encuentran estrechamente vinculadas con el clima. Su ciclo natural –evaporación, condensación, precipitación, infiltración y escorrentía– es una constante que no se ha alterado desde el principio de los tiempos, pero tiene particularidades que no se ajustan a las necesidades humanas.
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Aunque quizá sea más correcto decir que los humanos hemos decidido no ajustarnos a los dictados de la naturaleza y ello implica que, eventualmente, nuestras necesidades no se colmen con los recursos disponibles de forma contingente. Un ejemplo de ello es la “escasez” de agua padecida en distintas regiones del planeta.
No es verdad, en estricto sentido, que no exista agua suficiente para satisfacer los requerimientos humanos. Lo que ocurre es que el agua no está donde nosotros la necesitamos. Y no está ahí porque hemos decidido generar necesidades de espaldas a la disponibilidad natural de recursos.
El resultado de perseverar en este comportamiento es uno que hoy salta a la vista y genera preocupaciones globales: existen múltiples zonas del planeta en las cuales se ha instaurado una crisis de agua que amenaza la supervivencia de múltiples comunidades.
Un ejemplo de esta crisis es la que se vive entre México y Estados Unidos a partir de la administración de las aguas binacionales. Para intentar regular este aspecto, ambos países firmaron, en el ya lejano año de 1944, un tratado mediante el cual se distribuyeron los caudales de dos ríos: el Colorado, en el occidente, y el Bravo en el oriente.
La sobreexplotación de las cuencas de ambos ríos ha dado lugar a un proceso deficitario en el que nuestro país ha terminado “perdiendo” porque en la contabilidad de las aguas compartidas termina con “saldo en contra” que, en épocas como las actuales, parece imposible saldar.
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Y las proyecciones sobre el futuro inmediato no sirven para documentar el optimismo, pues todo indica que, si se persiste en seguir presionando la disponibilidad de agua lo único que lograremos en el futuro inminente es agravar la situación actual.
Tal situación implica que ha llegado la hora de enfrentar el problema con una perspectiva que supere la idea de que el agua es propiedad de alguna nación o de algún individuo. El líquido es, en realidad, un recurso natural que no puede estar sujeto a las reglas humanas y lo que necesitamos hacer es evolucionar hacia mecanismos racionales para su administración.
Mientras más nos resistamos a entenderlo, más vamos a sufrir.