Cultura y Pop: El París de Hemingway
Dos años después, como hecho adrede, el Hotel Ritz le envió dos pequeños baúles con apuntes y notas que había dejado abandonados por aquélla época en el sótano
Ernest Hemingway tuvo claro desde un principio que algún día escribiría sobre el tiempo que pasó en París de 1921 a 1928, cuando aún era un desconocido que trabajaba como corresponsal y soñaba con ser escritor. Ahora sabemos que estando aún en Paris comenzó a trabajar en algunos sketches, como él mismo los llamó, y que en 1954, mientras se recuperaba del accidente aéreo que casi le costó la vida, volvió a darle vueltas a la idea.
Dos años después, como hecho adrede, el Hotel Ritz le envió dos pequeños baúles con apuntes y notas que había dejado abandonados por aquélla época en el sótano, y entre esos papeles Hemingway encontró sus sketches, que lo motivaron a retomar el proyecto de escribir sus memorias sobre esos años.
Trabajó en ellas hasta semanas antes de suicidarse, y se publicaron tres años después con el título A Movable Feast; algo así como Una Fiesta Portable, que sin embargo fue traducido al español como Paris Era Ena Fiesta. Las leí por primera vez hace treinta años, cuando, tras varias semanas viajando de mochilazo por Europa, me descubrí agotado física y mentalmente por sentirme turista en todas partes, tener que encontrar todos los días dónde pasar la noche, y lidiar con los indígenas — asuntos que en la mente de un veinteañero suenan muy románticos, pero que en la práctica resultan agobiantes después de varios meses.
Fui entonces a una librería de Madrid, y para mi suerte, ahí estaba el libro de Hemingway, que llevaba años buscando. Lo compré, me olvidé de lo que tenía que ver, y me senté a leerlo un día entero en la Plaza de España. Fue como pasar la tarde con un amigo en un bar limpio y bien iluminado, bebiendo vino y mirando gente interesante.
A Moveable Fast me impactó tanto, que cuando estuve en Paris semanas más tarde decidí no buscar ninguno de los lugares que menciona, porque sabía que el París de Hemingway sería diferente al París que yo encontraría, y no veía razón para dedicarle tiempo a la desilusión.
Años más tarde me encontré de nuevo en París, pero con el romanticismo bastante desgastado ya, y decidí que era un buen momento para al menos conocer la librería Shakespeare & Company que Sylvia Beach había fundado en 1919, y donde Hemingway no solo tomaba prestados libros sino recibía los cheques que lo mantenían a flote a duras penas, y que ocupa un precioso capítulo de sus memorias (“Hunger Was a Good Discipline,” “El Hambre Era Una Buena Disciplina.”)
Lo que encontré fue una metáfora del mundo moderno. La actual librería Shakespeare & Company ni es la original ––que cerró en 1940–– ni ocupa su local: se llamaba Le Mistral, pero su dueño le cambió el nombre en 1964, supuestamente en homenaje a la original pero sin duda también en un movimiento astuto de marketing. El hecho de que ésta no sea la librería que frecuentaban Hemingway, Ezra Pound, Francis Scott Fitzgerald, Gertrude Stein y James Joyce no le importa a las centenares de personas que la abarrotan todos los días, en una peregrinación a partes iguales turismo e interés literario.
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Descubrí también que en 2009 se editó la versión restaurada de A Movable Feast. La versión que hasta entonces conocíamos —la que yo leí en Madrid— no fue la que Hemingway dejó preparada, sino una versión editada por su viuda y la editorial. Sin ser enormes, los cambios son significativos: el título se lo inventó ella, junto con la supuesta carta en la que Hemingway lo cita (!). Se incluyeron capítulos que Hemingway pensaba dejar fuera, se cambió su orden, se hicieron cambios en la prosa y se decidió por un capítulo final que Hemingway no quería.
Todo esto, sin embargo, importa poco, igual que el hecho de que Paris ha terminado por convertirse en una especie de Disneylandia para turistas (y más ahora, con los Juegos Olpimpicos.) Más que una ciudad, lo que las memorias de Hemingway reflejan es un estado mental y espiritual. El esfuerzo que su autor hizo por encontrar un espacio para crecer como escritor; un lugar donde, a costa de sacrificios, dispuso del tiempo para aprender a usar las palabras, apreciar el ritmo de las frases, y comprender cómo se compone una historia.
De lo que hablan sus memorias es del deseo que orientó la vida de un hombre, y de su esfuerzo por hacerlo florecer en una ciudad donde encontraba arte en todas partes, y buena comida en cada esquina.