Curiosidad

Opinión
/ 23 octubre 2022
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Las conquistas contemporáneas, en todos los ámbitos, ¿modifican la curiosidad? Para los niños que tienen la fortuna de vivir con comodidad, sin el agobio de la miseria, la facilidad de acceder a incontables mundos apretando un botón de la computadora, ¿cambia el universo de la curiosidad? El mundo de hoy, hiperconectado, con ofertas interminables, in crescendo, sin fin, ¿alterará las inclinaciones propias de la infancia como la curiosidad, la emoción, la sorpresa, la búsqueda?, cuestión cuyo eje suscita otra duda, las generaciones de la red, ¿perderán o ganarán con los interminables menús disponibles en los medios de información? y, por último, ¿qué tan diferentes serán los pequeños cuyas destrezas en el manejo de móviles, computadoras y sucedáneos se adquieren quasi in útero?

Los cinco signos de interrogación previos son sólo un abrebocas: sobran preguntas, faltan respuestas. No todo es melancolía. Mucho es curiosidad.

La frase, “la curiosidad mató al gato” no es veraz. La sabiduría popular y los diccionarios explican, “se usa para advertir que alguien está indagando asuntos peligrosos o que no son de su incumbencia”. Más bien, ¿quién no ha visto a algún gato o gata husmear, otear o interesarse por su derredor? Observarlos es placentero: su curiosidad es contagiosa. La idea podría reescribirse y ampliarse, “la curiosidad avivó al gato y amplió su mundo”.

Curiosear es un comportamiento instintivo, presente en animales −simios, gatos y roedores− y en seres humanos, sobre todo jóvenes. Hasta ahora no se han encontrado genes cuya información determine dicho acto. Explorar e investigar son elementos consustanciales a los seres humanos. La acción sucede con más frecuencia en niños y en jóvenes. Hay una relación inversamente proporcional entre dicho comportamiento y la edad: con el paso de los años, los adultos, a diferencia de los jóvenes, se acostumbran y/o aceptan determinadas realidades. En niños y en jóvenes, su esencia los empuja a ir “más allá”. Cuando no bastan ni la información ni el conocimiento es necesario indagar.

Inmersos en los mundos de las modernidades y apabullados por la pronta y fácil asequibilidad de cualquier dato es más sencillo acudir a lo digerido en vez de trabajar y buscar. Vivimos en la era de la sumisión: sin información instantánea y sin comprar y sin tirar es difícil pertenecer al mundo de la velocidad. “Todo a la carta, poco al esfuerzo intelectual”; “todo servido, poco por descubrir”, son máximas no escritas propias y características de nuestro tiempo.

Sorprenderse es una vivencia emparentada con la curiosidad. No existen, ni creo que en el futuro contemos con estudios sociales, científicos y psicológicos donde se compare la capacidad de sorprenderse y curiosear entre niños nacidos hace tres décadas con sus pares contemporáneos. De haberlos, estoy seguro, habría diferencias significativas: los del siglo pasado creaban e inventaban más debido a los esfuerzos implícitos en curiosear.

Tener curiosidad es un acto que sucede en animales y en seres humanos. Indagar es una cualidad innata en ambas especies, acción, a la cual agrego otra reflexión: nuestro ADN es muy similar al de los gatos; compartimos poco más del 90 por ciento de los genes. Así como la curiosidad no mató al gato, al ser humano lo alimenta. Militar contra la barbarie del consumismo y sus ofertas no es mala idea. ¿Melancolía pura? No lo sé. Tengo curiosidad, si es que la Tierra sigue viva, en saber cómo serán los niños de hoy en dos o tres décadas.

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