De pilón: Recordando a las tienditas de barrio del viejo Saltillo
¡Ah, el pilón! La estulticia y la mezquindad de estos empecatados tiempos que vivimos han acabado con aquella benemérita institución de mi niñez
De mucho valor hubieron de echar mano los pequeños comerciantes que en el viejo Saltillo tenían sus tiendas, aquellos pequeños tendajos o “misceláneas”, cuyas puertas se abrían antes de salir el sol y se cerraban mucho tiempo después de que el sol se había puesto.
Tienditas de barrio aquellas, entrañables, que formaban parte de la vida cotidiana de los saltillenses.
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Los tiempos que se vivían eran muy difíciles y los compradores no podían comprar sino de fiado, y los vendedores tampoco no podían vender más que de fiado. Había un sistema llamado de libreta. Una tenía el cliente, otra el comerciante, y en las dos se anotaban las compras y ventas que se hacían. Periódicamente −en la quincena, al fin de mes− las dos libretas se confrontaban, se hacían cuentas, se pagaba y a comenzar de nuevo.
Disposición muy generosa la de aquellos comerciantes que, a más de crédito, daban también pilón. ¡Ah, el pilón! La estulticia y la mezquindad de estos empecatados tiempos que vivimos han acabado con aquella benemérita institución de mi niñez y la de todos lo que vivieron antes de estas aciagas épocas.
Nuestras mamás nos mandaban a la tienda y nosotros, que para cualquier otro mandado éramos renuentes y remisos, al de la tienda íbamos con pies más que ligeros. Como dicen, el interés tiene pies, y aquí el interés era el pilón.
El tal pilón consistía en un pequeño obsequio que el comerciante, a fuer de agradecido, hacía al comprador. Los niños lo recibíamos gozosos: un dulce, un chicle −entonces todavía gran novedad−, un pedazo de piloncillo sabrosísimo... Ningún niño salía de los tendajos sin pilón.
Llegó un chamaquito y le dijo al tendero de su barrio, con el cual tenía mucha familiaridad a fuerza de ir enviado por su mamá a comprarle cada día algo para su casa:
-Don Juanito, ¿me cambia por favor este veinte por cuatro pepas?
Las cuatro pepas dio el tendero. Las tales pepas eran monedas de 5 centavos, de cobre, que mostraban la efigie de doña Josefa Ortiz de Domínguez. El chiquillo recibió el cambio, y le preguntó luego al tendero en tono de reproche:
-Don Juanito: ¿qué no me va a dar pilón?