De tríos y boleros
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Hablar de música sin hablar de los boleros es como hablar de nada
Gabriel García Márquez.
En 1948 debutó el trío Los Panchos en el cabaret El Patio, calle Atenas número 9, colonia Juárez, Ciudad de México. Se trataba del centro nocturno más importante de la ciudad, y un referente nacional. Pisaron artísticamente su escenario Ray Conniff, Judy Garland, The Platters, Marlene Dietrich, Édith Piaf, Charles Aznavour, y así. La presentación de Los Panchos era casi obligada. Su fama venía precedida por los innegables éxitos cosechados en el teatro Hispano, de Nueva York, desde 1944, aunque en aquella época su repertorio lo conformaban canciones rancheras. Baste recordar el título de su primer álbum: Mexicantos (1944) para el sello Coda. En ese, además de las muy mexicanas La Cucaracha, La Malagueña, o Guadalajara, aparecía Hasta mañana, de Jesús Chucho Navarro. Este bolero fue la verdadera revelación, pues representaba la síntesis de los estilos musicales latinos que confluían en Nueva York, y a la vez, fueron la piedra fundacional de una propuesta estilística de la música romántica.
Hasta antes de este trío, y su singular modo de cantar al amor, en México la música romántica se desarrollaba más bien a nivel regional. Por ejemplo, el trío Garnica-Ascencio, que, si bien era capitalino, su estilo campirano lo asociaba con lo regional. Desde Yucatán levantaba la mano en 1920 el Trío Yucalpetén —Juan Acereto, Ricardo Palmerín y Luis Espinosa—; el dueto veracruzano Los Cuates Castilla —Miguel y José Ángel Díaz y González de Castilla—, quienes colocaron el hitazo Cuando ya no me quieras (1928); en 1931 nació el Trío Tariácuri en Huetamo, Michoacán —Norberto, Jerónimo y Juan Mendoza—; también capitalino y también con vocación campirana fue el Trío Calaveras —Miguel Bermejo, Fausto Lazcano y Roberto Guerrero de la Rosa—;
Quien sí la armaba desde la capital y para todo el país era Agustín Lara. Primero desde La hora íntima de Agustín Lara, luego desde La Hora Azul, y a la vez al frente de su orquesta El son Marabú, apoyado en sus hermanitos del alma Toña La Negra y Pedro Vargas.
Regresemos a Los Panchos. La formación original de Los Panchos, fue con los hermanos Alfredo el güero y Felipe el charro Gil, y José de Jesús Chucho Navarro. Se llamaban “El charro Gil y sus caporales”, estrellas del programa “Viva América”, de la omnipresente Columbia Broadcasting System (CBS), que llegaba a toda América vía onda corta.
Por chismes que no nos atañen (pronto seremos presididos por una dama y científica, así que más vale que nos portemos seriecitos), el trío original se deshizo, quedando solo El güero Gil y Chucho Navarro. Presionados por los contratos con la CBS buscaron hasta encontrar sustituto de Felipe El charro, y dieron con el puertorriqueño Hernando Avilés. Con él llegó la fama que los ampararía durante los siguientes años. Con El charro Gil también se perdió el nombre, por lo que tuvieron que buscar otro, tan sonoro como el primero: Los Panchos. Parte de su éxito se debió a una innovación del Güero Gil: el requinto. Aunque el origen del requinto se pierde en la noche de los tiempos, específicamente el empleado por Los Panchos deriva del tiple colombiano, y del recuerdo de la mandolina que El güero tocara en la adolescencia.
En el reinado de Los Panchos pronto apareció competencia. Sana competencia. Manaron tríos como maná. Algunos grabaron un primer álbum, otros solo sencillos de 45rpm, y colocarlos en la radio; los más desaparecieron, y algunos otros arrancaron con un nombre, y al cabo del tiempo lo mudaron hasta atinar al de más pegue. Por ejemplo, el Trío Culiacán pasó a ser Los tres ases — Juan Neri, Héctor González, y Marco Antonio Muñiz—; Los Cuates Puente pasó a ser Los tres reyes —Gilberto y Raúl Puente, y como mil vocalistas cambiantes—. Sin duda el requinto de Gilberto escribió una de las páginas más virtuosas del bolerismo mexicano. No se queda atrás el requinto brillante, sonoro vigoroso de Benjamín Chamín Correa, de Los tres caballeros —con Roberto Cantoral y Leonel Gálvez Polanco.
Hubo “tríos” de dos y de cuatro integrantes. los Tecolines fueron cuatro —Antonio Velázquez, Luis Cruz Damián, Jorge y Sergio Flores —Sergio, el requinto, dio al traste con la acústica distintiva del género, cuando lo hizo eléctrico. Los bribones fueron dos, y ninguno tocaba la guitarra ni el requinto: Nacho Irigoyen, organista y primera voz; y Fernando Ocampo, sólo segunda voz.
¡Chin!, ya se me acabó el veinte.
Encuesta Vanguardia
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