Del Mutualismo en Saltillo: orígenes, influencia y legado
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Para Issa, tardíamente en su cumpleaños.
Las extensas bancas de cemento rodeaban el cuadrilátero añejado en el que los artífices del pancracio generaban sus más audaces piruetas y se zafaban de las intrincadas llaves del contrario en el apenitas segundo anterior a la tercera cuenta, lo anterior en el escenario de la antigua Arena de Obreros del Progreso en Saltillo.
El Mutualismo en México tiene sus inicios en los últimos años del siglo 19, época de manifestaciones ideológicas relacionadas con el sindicalismo y la anarquía, dos constantes que encaminaron los grandes acontecimientos económicos, políticos y bélicos del siglo que nacía.
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Originaria del Reino Unido, la figura social del Mutualismo incluía las agrupaciones de obreros o artesanos que constituían un fondo de ayuda mutua o un esquema de compra comunitaria para hacer frente a las contingencias de un periodo en el cual la explotación del hombre por el hombre tenía su centro y circunstancia.
De esa manera, con la cooperación acordada entre los socios, se consolidaba un fondo de ahorro y préstamo, y con los intereses generados se atendía a la construcción de algún salón social, que lo mismo servía de sitio de asamblea que como salón de fiestas o hasta de Arena de Lucha Libre (como la de Obreros del Progreso narrada), que podía ser utilizada por los miembros por una cantidad módica o hasta gratuitamente.
Otro esquema era el de la compra comunitaria, aunado al ahorro, que derivaba en la adquisición más barata de artículos básicos para la despensa pingue de los socios y un fondo de defunción, llegado el momento.
Algunos autores señalan que los esquemas de pensión y jubilación copiaron el esquema narrado en una forma muy primitiva y hoy constituyen verdaderos frentes de contingencia a los esquemas de apoyo social, en los que nuestro país llegó nada más 115 años tarde (Afores).
Para el historiador John M. Hart la liga ideológica del anarquismo con el Mutualismo ha sido maltratada a lo largo de los años, al referir que “pocas doctrinas y movimientos han sido tan complejos y tan mal comprendidos como el anarquismo. La concepción popular simplista de una oposición violenta a toda forma de gobierno es completamente inadecuada para comprender el papel que desempeñó esta ideología en la turbulenta historia de los movimientos laborales urbanos y rurales y para medir su impacto en el desarrollo de la nación. La teoría anarquista nació en Europa, donde sufrió considerables y en ocasiones conflictivas modificaciones. Para cuando se importó en México y se aplicó a su particular situación social, económica y política, ya era una teoría fragmentada y con frecuencia contradictoria, y en México sufrió más modificaciones”.
La influencia de esta figura jurídica en la sociedad era tal y tan respetada que entre los miembros se contaba al gobernador de Querétaro, Cayetano Rubio (1892), y el mismo Presidente de la República, Porfirio Díaz, asistía a las ceremonias de reparto de acciones de la caja de ahorro en el muy honorable Gran Círculo de Obreros de México.
En Saltillo, la Sociedad Mutualista Obreros del Progreso de 1908 fue fundada con el esquema de un modelo español planteado por José Rodríguez González, quien fue parte del Congreso Constituyente de 1917, el cual conformó la carta magna que hoy nos gobierna.
Con la conjunción no solamente de obreros, sino también de pequeños comerciantes, esta noble institución fue forjando camino en la solidaridad humana, en aquel concepto más inquietante, la necesidad que surge de lo imprevisto.
Otra agrupación fundada en 1864, mediante el concepto de protección gremial, fue la Sociedad Mutualista Zarco de Artesanos de Saltillo, que originalmente obedecía al concepto mutualista de Junta de Fomento de Artesanos, parte del esquema español de la doctrina esbozada por los anarquistas de ese país entre 1853 y 1890.
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Hoy las dos agrupaciones son reconocidas a nivel nacional como beneméritas por la Asociación Nacional de Sociedades Mutualistas y a paso lento, pero seguro, subsisten ante los muchos días.
Orgullo de una ciudad son también sus instituciones honestas, formadas con gente de buenas intenciones y prácticas acordes al deber ser, como las narradas.
Un reconocimiento está pendiente en ambos casos y, más que ello, el ejemplo de constancia, de esfuerzo, de humanismo, de decencia, ¡carajo!, tan ausente en estos tiempos de arrase y cinismo. Se anota.