Del por qué el colaboracionismo histórico y los tragasapos han sido violadores sistemáticos de los derechos humanos
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Los tragasapos, como advierte Hazlitt, al halagar y justificar las acciones del tirano, lo protegen de la crítica y lo ayudan a consolidar su poder
Durante la Segunda Guerra Mundial, cuando los nazis ocuparon militarmente París el 14 de junio de 1940, franqueando la “línea Maginot” (sistema militar de fortificaciones y defensas terminado por los franceses en 1936) por su parte más vulnerable, situada entre los Países Bajos y Bélgica, no hubo confrontación importante entre las tropas de ocupación del Tercer Reich y las tropas defensoras, sino una rápida sumisión de algunos de los líderes franceses quienes, encabezados por el primer ministro francés en funciones, Philippe Pétain, hicieron entrar en vigor, comedidamente con los nazis, a las 00:35 horas del 25 de junio, un armisticio (no luchar y aceptar, colaborando, la invasión), dando inicio así al oprobioso y criminal régimen colaboracionista francés, que mandó al exilio al general Charles De Gaulle y a la clandestinidad a La Résistance (movimiento de resistencia a la ocupación).
El 10 de julio de 1940, en todos los territorios ocupados en Francia, el gobierno colaboracionista de Pétain estableció una nueva estructura del régimen, suspendiendo muchos de los artículos de la Constitución de 1875 y cambiando el nombre oficial del país a “Estado Francés” (se le conoce como Régimen de Vichy) para que no se hablara más de “República”, ya que en los hechos la Tercera República había dejado de existir y les escocían a esos colaboracionistas los términos “Estado de derecho”, “supremacía de la Constitución” o “democracia”.
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Con la caída de la Tercera República y la pérdida del imperio de la Constitución, también cayó la democracia parlamentaria, se suprimieron muchas de las libertades fundamentales y se prohibieron los partidos políticos, al mismo tiempo que el Estado colaboracionista francés participaba en el genocidio de los judíos franceses en su propio territorio.
Así también hoy en día, todo régimen nefasto antidemocrático, anticonstitucional, autoritario o dictatorial ha necesitado siempre de “colaboracionistas”, “normalizadores” o legitimadores intelectuales del estado de cosas imperante, con el fin de que cada vez un mayor número de gente acepte, como si fueran buenas e inevitables, las decisiones del poder, y desactivar de esa manera los mecanismos de defensa política, republicana, constitucional y jurídica que los ciudadanos democráticos tenemos frente al poder político.
Un ejemplo muy destacado de colaboracionismo que nos proporciona la historia lo tenemos con uno de los más importantes juristas alemanes de la primera mitad del siglo 20, Carl Schmitt.
La fuerza legal del régimen de Hitler se hizo más importante cuando Schmitt, portando la credencial número 2.098.860 del partido nazi en el bolsillo (al que se afilió por invitación del filósofo Heidegger) y con el periódico oficial del nazismo llamándolo “el abogado de la Corona”, escribió un artículo (“El Führer defiende el Derecho”) defendiendo el discurso del 13 de julio de Hitler (pronunciado a propósito de la célebre “Noche de los cuchillos largos”), donde el genocida justificó el asesinato o, mejor dicho, la purga de líderes de las SA (Sturmabteilung, organización paramilitar nazi), así como de otras figuras políticas externas, como los socialdemócratas, consideradas amenazas o desleales al régimen nacionalsocialista. Con ello reforzó y consolidó el apoyo de la Reichswehr (fuerzas armadas) a Hitler, aportando fundamentos jurídicos al régimen, ya que las cortes alemanas, para demostrar su lealtad al Tercer Reich, pronto dejaron de lado cientos de años de prohibición de ejecuciones extrajudiciales.
Esto del colaboracionismo no es nuevo. En el ensayo “De la relación entre los tragasapos y los tiranos”, el ensayista inglés de finales del siglo 18, William Hazlitt, argumenta que los aduladores juegan un papel crucial en el mantenimiento del poder tiránico, al proporcionar una fachada de legitimidad y apoyo. Los tragasapos, resume Hazlitt, al halagar y justificar las acciones del tirano, lo protegen de la crítica y lo ayudan a consolidar su poder. “El hombre es, naturalmente, un adorador de ídolos y un amante de reyes. Son los excesos del poder lo que hechiza su imaginación”. Atentos, mexicanos, con los tragasapos.
El autor es investigador del Centro de Educación para los Derechos Humanos de la Academia IDH
Este texto es parte del proyecto de Derechos Humanos de VANGUARDIA y la Academia IDH