Dependencia de México respecto al gas texano: un riesgo latente que debe ir reduciéndose

Opinión
/ 27 octubre 2025

Cada vez que encendemos la luz, echamos a andar la lavadora o se enciende el motor de una fábrica, es muy probable que la energía que lo hace posible provenga de una central eléctrica que quema gas natural. Y lo que es más importante: es abrumadoramente probable que ese gas haya cruzado la frontera desde Texas.

Nuestra creciente demanda de electricidad y el camino elegido para atenderla, nos ha llevado a una dependencia importante respecto al gas natural estadounidense. Casi un 70 por ciento de nuestro consumo se cubre con importaciones, y prácticamente todo (más del 95%) viene de Estados Unidos, principalmente Texas.

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Esta dependencia se consolidó como una política de Estado, impulsada fuertemente durante administraciones pasadas, como la de Enrique Peña Nieto (e iniciada desde el sexenio de Felipe Calderón). La apuesta fue construir una red de gasoductos para importar gas de Estados Unidos y alimentar una nueva generación de centrales eléctricas de “Ciclo Combinado” (CCC). Se argumentaron cosas válidas para hacerlo: las plantas de CCC son una gran avance respecto a las anteriores centrales térmicas y el gas texano era, y sigue siendo, extraordinariamente barato.

El modelo parecía un buen negocio. Sin embargo, se pasó por alto, o se minimizó incorrectamente, un riesgo fundamental: los cambios políticos, climáticos y económicos en Estados Unidos, un factor que México simple y sencillamente no puede controlar.

El problema de poner todos los huevos en una sola canasta es que, si la canasta se cae, nos quedamos sin nada.

No tenemos que imaginarlo; ya lo vivimos. En febrero de 2021, la tormenta invernal Uri congeló Texas. ¿Qué hizo el estado vecino? Priorizó su propio consumo y elevó los precios en forma brutal. El resultado fue un efecto dominó: apagones en el norte y centro del país y un costo financiero enorme para la CFE. El problema se pudo resolver en tiempo récord, mucho más rápido que en el propio Texas, gracias a que México cuenta con un sistema eléctrico nacional que conecta la mayor parte del país, y la producción de otras regiones pudo sostener la necesidad en las zonas afectadas. Pero fue un anticipo de algo que podría pasar en circunstancias similares.

La solución obvia parecería ser: ¡produzcamos nuestro propio gas! Veamos.

Nuestras reservas de gas “convencional” (el fácil de sacar) están en declive. En cambio, tenemos una gran cantidad de reservas en el norte de México, pero en forma “no convencional”. En las cuencas de Burgos y de Sabinas (Coahuila, Nuevo León, Tamaulipas) existen recursos de gas “shale” de “clase mundial”, geológicamente idénticos a los de Texas, lo que en principio sugiere que podría explorarse un esfuerzo de producción nacional. No obstante, las dificultades son múltiples:

-El gas texano es, y probablemente seguirá siendo, más barato por una razón simple: en gran medida es un subproducto de la gigantesca producción de petróleo. Aquí, tendríamos que buscarlo intencionalmente, lo que eleva los costos de extracción.

-Para desarrollar estos campos se requerirían miles de millones de dólares y la creación de una industria de servicios especializados que hoy no tenemos a esa escala.

-Y, muy importante, se tienen que tener en cuenta los impactos ambientales. El principal es el uso intensivo de agua, especialmente en las zonas con más gas, como Coahuila o Nuevo León, que ya enfrentan un severo estrés hídrico.

Alcanzar la soberanía energética en gas natural, o al menos reducir drásticamente la dependencia, no es algo que se logre en un sexenio. Es un proyecto estratégico de Estado que requiere una visión de décadas.

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No hay soluciones mágicas, y todas las opciones deben estar sobre la mesa, analizadas con responsabilidad y sensibilidad. Debemos aceptar que reducir esta dependencia tendrá un costo, lo que podríamos llamar un “costo de soberanía”.

Esto implica un enfoque pragmático: explorar gradualmente nuestro potencial (quizá con nuevas tecnologías que usen menos agua o agua no potable), pero también diversificar nuestras fuentes de importación, acelerar la transición a energías renovables y explorar tecnologías futuras.

El objetivo no debe ser cerrar la frontera al gas mañana, sino reducir el riesgo. Movernos, paso a paso, de una dependencia total que nos hace vulnerables, a una interdependencia saludable y mucho más manejable.

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“Me dirijo a la juventud, a aquellos que cantaron y entregaron su alegría y su espíritu de lucha”

Antonio Castro (1995) es licenciado en economía por la Facultad de Economía de la Universidad Autónoma de Coahuila (UAdeC). Oriundo de la ciudad de Saltillo, Coahuila. Pertenece activamente a la sociedad de pensamiento crítico de América Latina capitulo México (SEPLA-México). Desde el 2019 es responsable como enlace en Coahuila de la Red Estatal de Círculos de Estudio del Instituto Nacional de Formación Política del partido morena. Se distingue como un fiel opositor del sistema capitalista y como un febril militante del obradorismo. En pie de lucha desde el fraude del 2006 a la edad de 11 años. Militante fundador del partido Morena en el otoño de 2014. Se asume como promotor de la 4ta Trasformación en el barrio.

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