Derecha radical: El backstage de la elección norteamericana
COMPARTIR
Dicen que el ser humano es el único animal que cae dos veces en el mismo pozo. Es verdad. La elección de presidente en Estados Unidos da razón de esto. Tan diezmada está la caballada que el electorado norteamericano optó, una vez más, por un personaje cuyas características ya conocemos. O es que simplemente ¿vale más malo por conocido que bueno por conocer? O es el trasfondo de una sociedad que reclama la identidad perdida por los últimos gobiernos, donde la leyenda urbana de “los más democráticos del mundo” y el llamado “american way of life” se les ha evaporado.
Por supuesto, todo esto es parte de la dinámica de los movimientos pendulares que se dan en la búsqueda de la democracia de diversos sectores, unos que creen encontrarla en los movimientos de izquierda, otros en el neoconservadurismo, como en este caso. Porque como en la izquierda mexicana, que tiene diferentes estratos, grupos y tribus, la derecha norteamericana también; en el caso presente hablamos de la derecha radical.
TE PUEDE INTERESAR: El discurso maniqueo de la oposición
Una derecha radical que busca conservar a toda costa sus privilegios, elitista, clasista, que dista mucho de las derechas iberoamericanas –a propósito de la reciente reunión del Foro América Libre–, y que en el fondo mucho tiene que ver con ese orgullo malentendido, pendenciero y soberbio que representa el virtual presidente y una buena parte de la sociedad que lo ha apoyado.
Y sí, es correcto, una derecha radical, en el pleno sentido del concepto radical, que nos remonta al origen, a la raíz, que nos coloca en la esencia del pueblo norteamericano; un tema de rancia autoestima nacionalista.
Lo otro es la racional pregunta que muchos analistas se hacen al respecto: ¿en qué pensaban los norteamericanos cuando se les cruzó por la mente la idea de que el próximo inquilino de la Casa Blanca resolvería los problemas internos del país?, ¿los resolvió en el pasado? Atendió sus intereses, no los de todos. Lo de siempre, el oportunismo, la conveniencia, el orgullo norteamericano, dada la personalidad del candidato y, por supuesto, también la de quienes creen que él resolverá los padecimientos que cada grupo tiene. De la misma forma, acabarán decepcionados como muchos ya lo están. El punto es que ahora ya tiene el juguete que quería. ¿Qué hará con él? Es la pregunta.
Valdría la pena que un psiquiatra, de esos chipocludos, hiciera un análisis sobre la personalidad de quien ha ganado las elecciones para saber a qué atenernos. En lo político y en lo económico, ya tenemos una aproximación teniendo en cuenta la administración anterior (2017-2021), pero con ese tipo de personalidad, uno nunca sabe cómo vaya a levantarse un día de estos. Y aunque no es Dios, como para determinar el rumbo del mundo, sí está en posibilidad de hacerlo.
Un primero y diez lo representa el pensamiento neoconservador, donde la paranoia internacional está a la punta y comienza con una tirria sistemática y aporofóbica (desprecio por los pobres), no sólo por los mexicanos –ladrones, delincuentes, asesinos, drogadictos y, en el futuro, seguramente terroristas–, sino por todo aquello que no aporte a la diezmada economía norteamericana. Porque para muchos Trump representa eso, justamente: aquel que regresará a Estados Unidos a ser lo que fue y que los presidentes demócratas deterioraron, el mejor país del mundo.
Es la supremacía de la raza blanca, el poder de las élites –del dinero–, la política intervencionista y proteccionista, el sentimiento nacionalista y de baja estima, el militarismo, la defensa del modelo del libre mercado, las ideas religiosas de los padres fundadores, el New Deal, la teoría del destino manifiesto, el clasismo y en muchos casos la xenofobia, los intereses, el anatocismo y la cualidad esquizofrénica de ver demonios qué combatir por todas partes −hace tiempo los rusos, luego Vietnam, Irak, Afganistán, el estado islámico y, por supuesto, nunca el estado de Israel–, lo que nos pondría, otra vez, en una lenta agonía con una incertidumbre sobre el futuro del mundo. Esto y más representa la nueva elección que, por razones de interés (el que haya sido), hizo el electorado norteamericano.
TE PUEDE INTERESAR: Donald Trump y el destino de la democracia
Trump representa “el fin de las ideologías” (cfr. Giovanni Sartori y Daniel Bell, que aunque son antagónicos, ambos coinciden en este punto): no es republicano, pues el republicanismo afirma que todos los seres humanos son libres e iguales. Tampoco es neoconservador, ya que este movimiento se fundamenta en la superioridad de los valores institucionales y sociales estadounidenses, así como en el agotamiento de las ideologías en Occidente, pero que justamente con esa ausencia ideológica toca a la puerta de una nueva ideología fundamentada en el pragmatismo, pero un raro pragmatismo donde el ego y el poder del dinero están a la base.
En concreto, no creo que su pensamiento le dé como para pensar en el tema ideológico, en principio porque el tema ideológico nos remite a las ideas y el insulto, mientras que la mentira no requieren argumentación alguna. Jesús Velasco, en su libro “La Derecha Radical en el Partido Republicano. De Reagan a Trump”, define al nuevo presidente de los Estados Unidos de una forma magistral en la página 323, cuando habla de “lógica del desconcierto”, y lo coloca como un personaje con “expresiones fanáticas, burdas y extremistas”.
Lo que veremos, por tanto, de acuerdo con Velasco, serán acciones fanáticas, burdas y extremistas, que ya hemos vivido. Y en México, con respecto al nuevo presidente, no nos queda de otra: in God we trust. Así las cosas.