Deterioro democrático, una derrota autoinfligida por el electorado

Opinión
/ 2 julio 2025

Personalidades como las de Trump y López Obrador son propias de la seducción autoritaria... Común en ellos es la interpelación populista y la manera de cultivar el agravio popular a través de una interpretación maniquea de la historia

Mucho se ha dicho sobre las razones del descontento que llevaron a gobiernos autoritarios en el intento, como en los casos de Trump en EU y Boris Johnson en Inglaterra), o de realización, como López Obrador en México. Alcanzaron el poder con un amplio respaldo popular. Los más afectados son quienes llevaron con su voto al autócrata a una derrota autoinfligida. El descontento no es buena compañera si ha de dominar las decisiones, sucede en lo individual y en lo colectivo.

El Pew Research Center, de Estados Unidos, en fechas recientes ha divulgado un amplio y detallado estudio sobre la elección presidencial norteamericana, una disección rigurosa y confiable del triunfo de Trump (bit.ly/4ns4nTp). Un aspecto para destacar es que las minorías raciales fueron factor para el triunfo de un movimiento que invoca la supremacía blanca. De todo hay: órdenes ejecutivas que atentan contra los derechos civiles de los mismos norteamericanos en aras de expulsar a migrantes de otras razas, incluso privarles de nacionalidad, un asunto que viene desde la guerra civil norteamericana y que tiene un fuerte componente racista.

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Un sólo dato revela la importancia del voto de las minorías raciales para que Trump ganara la presidencia. En la elección que perdió ante Joe Biden, la votación adversa en el segmento hispano fue 61 contra 36 por ciento; en la elección pasada hubo prácticamente un empate: 51 por ciento para Harris y 49 por ciento para Trump. Este dato adquiere relieve si se advierte que, en el voto popular nacional, Trump ganó por 1.5 por ciento de los votos. El descontento con el gobierno demócrata de Biden llegó a todos y eso permitió que Trump ganara la presidencia. La seducción de hacer a EU fuerte otra vez no tomó en cuenta que quien lo promovía lo pretendía para los suyos, no para todos.

Las palabras de un juez federal, propuesto por Ronald Reagan, respecto a los recortes en el presupuesto de salud, dicen todo: “Nunca había visto un récord donde la discriminación racial fuera tan palpable. Llevo 40 años en este cargo. Nunca había visto tanta discriminación racial por parte del gobierno”. Y no se diga de la política de la persecución a migrantes en las llamadas ciudades santuario.

En México, el arribo de López Obrador también corresponde al patrón del descontento; sin embargo, la magnitud de su triunfo le permitió lo que para Trump es anhelo imposible: destruir al sistema democrático en un marco de amplio consenso. El respaldo popular en la elección se reprodujo a lo largo del gobierno; no hubo mayor resistencia porque desde la más elevada oficina se emprendió una persistente tarea de desmantelamiento y contención de los factores, valores y actitudes que frenan el abuso de poder. Trump tiene que gobernar dentro de estrechos márgenes de consenso, con resistencia importante de un sector de los medios de comunicación y con reacciones adversas en la economía y los mercados financieros; López Obrador pudo arrollar porque buena parte de los factores de contención presidencial fueron alineados al proyecto autoritario.

Hay una explicación aún por desarrollar sobre la popularidad de López Obrador. No todo puede reducirse al efecto de las políticas distributivas clientelares a través de los programas sociales, aunque sin duda son parte importante de la explicación; los beneficiarios y su inclusión en las ayudas monetarias directas tienen un efecto electoral y en la valoración de quien gobierna, aunque se reprueben los resultados o exista evidencia sobrada de traición a la oferta electoral, como pacificar al país o acabar con la corrupción.

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Personalidades como las de Trump y López Obrador son propias de la seducción autoritaria. El registro histórico lo muestra, Hitler, Mussolini, Perón, Chávez o Castro. Común en ellos es la interpelación populista y la manera de cultivar el agravio popular a través de una interpretación maniquea de la historia. Se idealiza el pasado distante y se estigmatiza el reciente. El vínculo, profunda y poderosamente emocional, se recrea con el sentimiento de guerra que acompaña al proyecto político; no hay espacio para la coexistencia plural, menos para la libertad de expresión o para el escrutinio crítico del poder. El sometimiento es su condición de existencia.

La intensidad de estos procesos conlleva un ciclo de previsible evolución. Inicia con el imperio de los creyentes y de los crédulos, pasa al dominio de las burocracias militantes para concluir en la coerción, más o menos violenta, según la circunstancia. Para los más, quienes los llevaron al poder, es una derrota autoinfligida.

Licenciado en Derecho Facultad de Jurisprudencia UAC. Maestría y Estudios de Doctorado en Gobierno por la Universidad de Essex, Inglaterra.

Ha sido Catedrático en el ITAM; en el ITESM; en el CIDE; y en la Universidad Anáhuac.

En 1997 a 2000 titular de la Asesoría Política en la Presidencia del doctor Ernesto Zedillo.

Desde 2005 director general del Gabinete de Comunicación Estratégica

Columnista Juego de Espejos en Milenio Diario, Bloomberg-El Financiero y en SDP Noticias, Código Libre y en la Revista Peninsular. Coautor de varios textos en materia electoral y estudios históricos.

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