Divino cerebro; el Dr. Q
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Esta entrega lleva por nombre el título de un episodio de la serie de Netflix, llamada “Ases del Bisturí”, la cual aborda la travesía de un sobresaliente mexicano, de una mente brillante, cuya biografía ha estado repleta de penurias, tristeza, dolor, pero también de esperanza, de un sorprendente esfuerzo personal y de reconocimiento internacional.
El episodio habla de un cirujano que creció en Mexicali, a la sombra un infranqueable muro divisorio, en el seno de una familia donde la pobreza era tan profunda que en casa no tenían agua potable, tampoco electricidad, pero sí la presencia y el amor de unos padres que siempre lo impulsaron a luchar por sus sueños.
Cuando era pequeño presenció la muerte de su hermana provocada por diarrea y deshidratación y al hecho de que su familia no podía pagar un hospital, entonces prometió ayudar a otras personas como su pequeña hermana.
TESTIMONIO
“Mi abuelito (Tata Juan) me decía que siguiera adelante: No vayas por donde el camino te lleve, ve por donde no haya camino y deja una huella, pero al mismo tiempo, aprende de los errores que otra gente ha cometido -me decía- y así fue como me empecé a formar, a pesar de la pobreza y otras cosas que le pasaron a mi familia”, estas son las palabras del Dr. Alfredo Quiñones-Hinojosa, hombre afable y sencillo, de inquebrantable voluntad y sorprendente determinación.
La biografía del Dr. Alfredo, indudablemente, representa un invaluable testimonio para la juventud, que en ocasiones cae presa de la desesperanza, la queja o que vive en una penosa e injustificable abulia. (https://www.youtube.com/watch?v=-l6Et1U46h4&ab_channel=EscueladeMedicinayCienciasdelaSaludTecSaluddelTecnol%C3%B3gicodeMonterrey).
CUESTA ARRIBA
Después de la crisis económica de la década de los 80, la familia de Quiñones cayó en mayor desdicha. Su padre se quedó sin trabajo a tal grado que Alfredo, desde los cinco años de edad, tuvo que desempeñar trabajos de baja paga: limpiar vidrios, lavar coches y vender alimentos en la calle.
EL SALTO
Alfredo, a los 19 años, literalmente brincó la barda fronteriza de Mexicali para poner pie en los Estados Unidos, con el propósito de conquistar “el sueño americano”, llegó sin ropa, ni dinero para sobrevivir.
Así lo relata: “Salté el cerco de unos dos metros y medio de altura, con una agilidad y un espíritu indomable. En ese entonces no medía el peligro, tenía sed de aventuras, un apetito feroz por salir adelante”.
Estando de “mojado” en el estado de California, trabajó de jornalero, también fue pintor, soldador y supervisor. Alfredo, a diferencia de sus iguales, durante todo ese tiempo desarrolló una inusitada e inquebrantable convicción: superarse todos los días.
Alfredo recuerda: “Esos años fueron durísimos, no porque trabajara arduamente, porque hoy lo sigo haciendo, sino porque sencillamente vivía una vida como si fuera un hombre invisible. Nadie te reconoce. Nadie puede saber de ti. Vivía con miedo todos los días. Tenía temor de que me mandaran a México, de que mis sueños de tratar de salir adelante fueran tirados al suelo y pisoteados. Muchas veces me sentí humillado”.
REVELACIÓN
Un día, a finales de la década de los ochentas, Alfredo le comentó a un primo que quería ir a la escuela a aprender inglés y dejar atrás la granja, esta casual conversación cambio su vida para siempre.
Alfredo recuerda que fue una vivencia única, pues su primo lo miro y dijo: “¿estás loco? esto es tu futuro, tú viniste a este país, igual que nosotros, a trabajar en los campos, de ilegal”. Cuenta Alfredo que este breve comentario le apuñalo el corazón como una daga, fue como un relámpago, un llamado. Así lo narra: “si él no me hubiera dicho eso, probablemente estuviera todavía allá”.
A partir de ese momento solamente vio hacia adelante. Con la mirada posada en las estrellas.
Estudió inglés, luego, 1992, ganó una beca para Berkeley donde se gradúo de psicología. Posteriormente ingresó a la Universidad de Texas en San Antonio, para después inscribirse en la escuela de medicina de Harvard, donde se graduó con honores de neurocirujano. En esta universidad también fue distinguido por los esfuerzos que emprendió a favor de otros estudiantes de bajos ingresos.
Alfredo comenta: “a veces se acostumbra uno a vivir tranquilamente, a no hacer cosas, a no tomar decisiones arriesgadas. Pero se debe tener valor para luchar por los sueños. Creo que mi primera gran decisión fue dejar mi trabajo estable de jornalero en una granja, en el que ya ganaba 3.75 dólares por hora, e irme a estudiar inglés”.
Para Alfredo uno de los grandes desafíos a conquistar fue darse cuenta que tenía que confiar en sí mismo, pues “cuando eres alguien de inicios humildes como yo, con un acento marcado, te encuentras en momentos en que, por algún motivo, te hacen sentir inferior que resto del mundo; por ejemplo, cuando estaba en Berkeley su asistente le preguntó de su lugar de origen, a lo que él contestó que orgullosamente que mexicano, entonces su asistente sorprendido le dijo que no podía ser, ya era demasiado listo para ser de ese país.
Alfredo aún no puede explicar el gran impacto que esta conversación tuvo en su vida. Sabe bien que no puede cambiar su origen y el haber sido inmigrante; ese peso lo sobrelleva trabajando y, a pesar de sus éxitos, su mayor reto sigue siendo creer en sí mismo.
DR. Q.
Quiñones es conocido como el “Dr. Q”, y todos quienes han tenido contacto con él saben que no es una persona que acepta un “no” como respuesta. Lo reconocen como un hombre que supera las expectativas, que emprende lo que para otras personas es sencillamente imposible.
Sus investigaciones se han enfocado en la posibilidad de usar células de raíz para parar o inclusive reparar el daño ocasionado por el cáncer en el cerebro, el alto grado devastador de “gliomas” que, para muchos pacientes, son una sentencia de muerte.
También ha estado involucrado en el desarrollo del tratamiento denominado Gliadel, de quimioterapia en agua, el cual ha extendido los promedios de vida para aquellos quienes padecen un tumor maligno cerebral.
LO QUE VALORA
Hoy sus títulos oficiales incluyen: Profesor Asociado de Cirugía Neurológica, Profesor Asociado de Oncología, director del Programa de Cirugía de Tumores Cerebrales en Johns Hopkins Bayview Medical Center, y director del Programa de Cirugía Pituitaria en el Hospital Johns Hopkins.
De todos los reconocimientos que el Dr. Alfredo ha recibido uno es el que más valora, me refiero al que le obsequiaron sus propios padres y que dice: “continúa dando a los otros lo que los otros te dieron, y se agradecido y ayuda por igual a aquellos que tienen y a los que no tienen”. Y, justamente, esa ha sido su vida: ejemplo de tenacidad, de sueños cumplidos, de esfuerzos emprendidos. De gratitud. De inquebrantable amor por un demandante oficio. De solidaridad social.
¿LLORAR?
Al final de una conferencia el Dr. Quiñones dijo a los jóvenes: “Yo trabajaba pizcando tomate y algodón, pero siempre he pensado de una manera decidida. Hay personas que se enfocan en las barreras, pero yo las veo como retos; he trabajado mucho, pero nada se compara con el dolor que sufren mis pacientes”.
Para el Dr. Q los tumores son los monstruos a vencer, los enemigos que deben ser exterminados para que el misterioso y divino cerebro siga funcionado adecuadamente y, ante esta impresionante y desigual batalla, considera al miedo su aliado: “tener miedo es una de mis fortalezas no porque me paralice, sino que dejo que me convierta en un león agresivo en ese preciso momento”.
La vida del Dr. Q es una leyenda, tanto que Disney y Brad Pitt se unieron para hacer una película basada en el libro sobre su increíble historia.
Indudablemente, su testimonio de vida revive, una vez más, esa vieja y sabia sentencia: “más hace el que quiere que el que puede”. Y, para esas personas que se regocijan en su propio lloriqueo y en la nefasta autocompasión, bueno sería que recordaran lo que sabiamente Martin Descalzo sentenció: “Sobran en el mundo los llorones, faltan trabajadores, pues las lágrimas son malas si sólo sirven para enturbiar los ojos y maniatar las manos”.
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Tec de Monterrey Campus Saltillo
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