‘Ecologismo espiritual’
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La importancia de la desconexión, el cambio de rutina y el descanso para serenarse y retomar energía
Hoy inician las vacaciones de Semana Santa, fecha propicia para reflexionar sobre la importancia de la desconexión, el cambio de rutina y el descanso para serenarse, retomar energía y nuevos bríos.
Desconectarse de las faenas cotidianas es bueno para la salud y la creatividad; de hecho, Leonardo da Vinci comentó: “de vez en cuando desaparece, tómate un pequeño descanso, para que cuando vuelvas a tu trabajo tu juicio sea más acertado. Toma cierta distancia, porque así el trabajo parece más pequeño, la mayor parte se puede asimilar en un abrir y cerrar de ojos, y la falta de armonía y la proporción es más fácil de ver”.
En este contexto, un estudio de la Universidad de Pittsburgh desarrollado durante casi una década por la investigadora Karen Mathew y su equipo en el cual analizaron a más de diez mil varones, entre los 35 y 57 años de edad, con alto riesgo de padecer enfermedad coronaria, descubrieron que los participantes que no tomaban vacaciones anuales eran 32% más propensos a morir de un ataque al corazón.
Una investigación consecutiva, emprendida por científicos de la Universidad Estatal de Nueva York, añadió un resultado sorprendente: los hombres que toman vacaciones cada año reducen su riesgo de muerte por enfermedad cardíaca hasta en un 30%.
Los beneficios, para mujeres y hombres, que generan en la salud las vacaciones son irrefutables.
PILARES
El investigador Martin Seligman de la Universidad de Pennsylvania, ha propuesto cinco pilares que contribuyen a la felicidad: la emoción positiva que se siente cuando se hace algo agradable; el fluir, que se deriva de hacer una tarea que realmente apasiona la cual genera la pérdida del sentido del tiempo y la noción de nosotros mismos; el sentido, asociado con todo lo que significativamente se hace por los demás, por alguna causa o propósito; los logros alcanzados y la satisfacción que éstos brindan; y, por último, las relaciones positivas que se encuentran en las relaciones con las personas que se quieren como lo son la pareja, la familia y las queridas amistades.
CONTAMINACIÓN
Para descubrir esos pilares es recomendable aquietar el alma y esto se puede lograr mediante el desarrollo consciente de eso que Martín Descalzo denominó “ecologismo espiritual” (título que tomé prestado para esta columna) ya que, según su pensar, existe una “contaminación de nervios, de tensiones, de gritos, que hacen tan irrespirable la existencia”, situación originada por la erosión de los “espacios verdes” que tradicionalmente se tenían como reserva para aprovisionar de vida y energía a la misma vida. Espacios esenciales que hoy requieren ser rescatados.
VELOCIDAD E INERCIA
Me gusta la manera en que Martín Descalzo describe una realidad que para la mayoría simplemente es terriblemente familiar: “la gente vive devorada por la prisa; nadie sabe conversar sin discutir; nos atenazan los gases de la angustia y la incertidumbre; la gente necesita pastillas para dormir; a diario periódicos, radios, anuncios, televisores, nos llenan el alma de residuos y excrementos como se estercolan las playas... Apenas hay en las almas espacios verdes en los que respirar” y termina sentenciando “Una alma convertida en desván de trastos viejos es tan inhumana como las colmenas en que se nos obliga a vivir”; y ahora habrá que agregar toda la tecnología relacionada con las redes sociales que le ha metido a la existencia mayor rapidez, sentido de protagonismo y, en muchos casos, desvaloración de todo lo que se encuentra cerca, de lo íntimo, de aquello que no necesita wifi, ni la “nube”, tampoco de redes sociales, ni teléfono celular alguno.
Dura reflexión, pero verdadera. Vivimos atormentados por el ruido y el “sin sentido”, por la abundancia de desperdicios cibernéticos. Sería conveniente, entonces, edificar una guarida personal para atrapar la serenidad y la paz; es decir, espacios para escucharnos a nosotros mismos.
GRATUIDAD
El alma, como morada del espíritu, necesita amplios espacios para que este hálito nos purifique. José Luis tiene sobrada razón, es indudable que hemos cedido al mundo muchos de los espacios que originalmente le correspondían al alma, de los cuales antaño solíamos abrevar sosiego, descanso y creatividad, a tal grado que nuestra alma se ha enfermado, se ha vuelto inhóspita y con ello nos hemos convertido en una multitud de seres intolerantes. Distantes.
ENCONTRAR LO EXTRAVIADO
Urge reconquistar los espacios verdes perdidos. El primero que Martín Descalzo menciona es recuperar el sueño. Vivimos una creciente sed de sueño, nos hemos obstinado en quitarle a la noche su sentido y majestuosidad, quizá con la ilusa idea de hacer tarde lo que temprano no emprendemos; de hecho, el autor salpica su reflexión con una idea genial de Martín Abril: “Para estar bien despiertos hace falta estar bien dormidos”. ¿Alguien lo duda?
Martín, menciona que otro espacio urgente de reconquistar es el “ocio constructivo”. Para lograrlo hoy es prudente admitir que estamos en manos de una civilización que nos ha enseñado a trabajar, pero también a perder absurdamente el tiempo. Acertadamente dice el autor “nos parecemos en el trabajo a los burros, pero nos aburrimos como los gatos o saltamos de tontería a tontería como los mosquitos”. Remacha recordándonos que en esta época nos pasamos la vida entre “el sudor y el fútbol, o la pasiva televisión”, ¿Acaso no hemos abandonado el rico placer de saborear un buen libro, de escuchar esa música que ensancha el alma, o simplemente de caminar para encontrarnos con el maravilloso silencio?
Un tercer espacio que el autor encuentra muy erosionado es la amistad. Concuerdo con él, ya no tenemos tiempo para conversar por el mero gusto de hacerlo, no hay segundos libres para estrechar el alma con el buen amigo. Ahora sólo coincidimos con los auténticos amigos en eventos de corte social, o irónicamente en funerales. Desgraciadamente, hemos economizado tontamente los encuentros que tienen la exclusiva intención de hacernos,
sencillamente, gozar de la
amistad.
Parece que actualmente la verborrea, la televisión y las redes sociales se han convertido en los amigos íntimos, suplantando a los de carne y hueso. Por eso, creo que Descalzo hace bien en recordarnos que no hay “ningún tiempo mejor ganado que el que se pierde con un verdadero amigo”, pero el reloj es hoy, por desgracia, el autor - ¿destructor? - de nuestra cotidianeidad.
TIEMPO
Yo agregaría otros dos espacios verdes que continuamente descuidamos, uno se refiere a dedicar tiempo para estar con nosotros mismos, de “persona a persona” con nuestra propia persona, con el fin de redimensionar la vida y de coincidir con la causa de la existencia; también, para agradecer a Dios la fortuna de respirar, el regocijo de ser y de sabernos estremecer con las “buenas vibras” que peregrinan dentro de cada uno de nosotros.
El otro espacio, abundantemente verde y generoso, es aquél que se refiere a dedicar un cachito de nuestras horas a causas o causes que requieren de ayuda desinteresada, a ser solidarios, a penetrar un poco en la piel de la gente que merece compasión y acción: el pobre, el necesitado, el que llora o sufre. Y esto es muy triste porque ignoramos que colmar este vacío también puede ayudar a conciliar el sueño diario.
SERENIDAD
La vida es tan fugaz que, para gozarla, hay que recorrerla con serenidad, “degustarla” minuto a minuto. Es cierto, la existencia implica trabajo, pero como toda buena empresa es recomendable cuidarla y conservarla con generoso descanso, pausas diarias y abundantes reflexiones.
Espero que, en estas breves vacaciones, recuperemos esos espacios verdes que la rapidez -y ahora la pandemia- nos han secuestrado; para hacerlo solo basta escapar de la rutina. Por ello, ojalá que en estos días reposemos “trabajando” en la construcción de un auténtico “ecologismo espiritual”.
Saber descansar es una forma de generar abundancia de vida, evitando caer en el vértigo, sabiendo que este “ocio constructivo” representa la antesala de la productividad y la plenitud.
Reconquistar los espacios perdidos significa pasar de la angustia de la mera sobrevivencia a la grandiosa alegría que regala la vida cuando se toma plena consciencia del momento presente; cuando deliberadamente aquietamos el alma, cuando aprendemos a vivir con serenidad en un mundo insensible y alocado.
Tec. De Monterrey
Programa Emprendedor
cgutierrez@tec.mx