Educación de calidad: la ventana al mundo

Opinión
/ 31 agosto 2022
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En la pasada entrega, al referirme a la generación de empleos formales como el mecanismo idóneo para disminuir los altos índices de pobreza laboral en México, afirmé que la educación constituye el componente inicial en el círculo de la competitividad. Por supuesto, no faltaron las voces que –en forma por demás cordial– exigieron una explicación al respecto; tal parece que mi amable lectora, en aquella ocasión, no fue la única.

Como es de suponerse, varios son los factores que en suma tornan a una entidad más competitiva frente a otra. Entonces, ¿por qué colocar a la educación al frente de la cadena? “Al baile voy, me estoy vistiendo”, dijera la inolvidable Paula Garza.

Uno de los principales aspectos considerados por los inversores para traer sus capitales a Coahuila tiene que ver con el nivel de escolaridad de la población económicamente activa. Así, a más años de estudio, la mano de obra obtiene una mayor calificación. De esta manera, el círculo puede identificarse de forma sencilla: las y los estudiantes que actualmente transitan por las instituciones de educación técnica y superior, colaboran a elevar los años de escolaridad de la población; ello deriva en mano de obra mayormente calificada lo que, a su vez, produce altos índices de competitividad, mismos que redundan en más inversiones con las que se generan nuevos puestos de trabajo; luego, los espacios laborales creados son ocupados precisamente por quienes en su momento se formaron en las aulas y así el círculo se cierra. Dicho de otra forma: más educación permite mayor competitividad; más competitividad atrae más inversiones; más inversiones posibilitan nuevos empleos y más empleos abaten los índices de pobreza.

Lo que parece un trabalenguas en realidad no lo es y la fórmula ha sido perfectamente aplicada por la autoridad estatal. Ejemplos los hay y muchos, pero como dijera el bonaerense Sandro de América (que en realidad se llamaba Roberto Sánchez): “Un botón basta de muestra; los demás a la camisa”.

Hace un par de semanas me invitaron a ofrecer una plática a estudiantes de la Universidad Politécnica de Ramos Arizpe. A instancias del abogado, profesor, parrillero y amigo Aarón Lara, en aquellas modernas e impolutas instalaciones fui recibido por la rectora de la institución, Cecilia de la Garza. Previo al encuentro con las alumnas y alumnos, la funcionaria y este improvisado columnista platicamos largo y tendido. Supe, por ejemplo, que la matricula actual de la referida universidad supera los 700 estudiantes aunque la capacidad instalada es de 450, por lo que se han habilitado espacios para que nadie se quede sin aprender; que alrededor del 70 por ciento de quienes ahí se preparan cuentan con algún tipo de beca y que más del 80 por ciento son los primeros de sus familias en estudiar una carrera profesional. Me hicieron saber que los viernes y sábados, más de 100 trabajadores de empresas locales acuden a obtener instrucción universitaria en base a convenios celebrados con el sector industrial y que cuentan con un centro de idiomas totalmente gratuito en el que se atiende a más de 6 mil coahuilenses de manera remota. Me enteré además que la institución ofrece sus servicios educativos a las mujeres que se encuentran privadas de la libertad en el Centro Penitenciario Femenil y que, gracias a un modelo bilingüe, internacional y sustentable, han logrado que más del 65 por ciento de sus egresados se coloquen en un puesto de trabajo en el primer mes después de concluir su educación.

Aquí en confianza, a los ostensibles logros de quienes conforman la comunidad de la UPRA habrá que sumar los de otras muchas casas de estudio que con plausible esfuerzo, abonan al desarrollo de este pedazo de México. Hoy por hoy, la entidad registra un promedio de 10.4 años de escolaridad, lo que nos coloca en el cuarto lugar en este rubro, al tiempo que ocupamos el séptimo sitio en cobertura de educación superior; muy por encima de la media nacional en ambos indicadores.

Sin duda, en Coahuila se le ha apostado y bien a la educación pública de calidad, lo que ha rendido en inmejorables frutos; pues como escribió el estadounidense Arnold Henry Glasow, quien por cierto, publicó su primer libro a los 92 años: “Uno de los principales objetivos de la educación debe ser ampliar las ventanas por las cuales vemos al mundo”. Ahí se los dejo para la reflexión.

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