El amor, el dinero, la estupidez y la incoherencia se notan

Opinión
/ 6 noviembre 2022
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Cuando alguien está enamorado se nota a leguas. Todo, absolutamente todo cambia en esa persona. Como por arte de magia cambia el carácter, las actitudes, la cosmovisión. Lo mismo pasa cuando alguien tiene dinero y si es de sobra, más. Buenos restaurantes, viajes, ropa, autoestima, entre otras cosas. Igual pasa cuando uno es medio idiota, se nota a leguas, aquí no profundizo, les invito a ver lo que dice el profesor Hermenegildo Torres sobre el PUP, sólo escríbalo así en su buscador. Pero cuando uno es incoherente se nota más.

Dice Carl Rogers que “el espacio entre el yo soy y el yo debería ser” se llama congruencia. Mucha gente ya no creyó en los políticos, no por la política misma, sino por la incongruencia y la simulación, esas que utilizan como agua de uso diario. Samuel Johnson decía que “ni siquiera los propios demonios se mienten unos a otros, pues como ninguna otra, la sociedad del Infierno tampoco podría subsistir sin la verdad”. Pero en este ámbito, desde siempre y más ahora, parece que no, nunca entendieron la dinámica de la verdad, y el autoengaño y la ilusión autocomplaciente se convirtieron en la herramienta que los aleja del deber ser.

Aquello de que “y si así no lo hiciere, que la nación me lo demande” no es más que una falacia. Si quienes nos han gobernado, nos gobiernan o nos gobernarán escucharan lo que en backstage se dice de ellos y si tuvieran un poco de pena hubieran dejado, dejarían o la pensarían dos veces antes de hacerse de un escaño, el que fuera. Porque la verdad, el disgusto y la insatisfacción con quienes nos gobiernan, en todos los niveles de gobierno, no sólo nos lo hacen ver las encuestadoras como Latinobarómetro, entre otras, a partir del trabajo de campo que realizan, sino la famosa voz del pueblo que nuestros gobernantes se niegan a escuchar.

Les gusta, como a Ulises, oír el “hechizante canto de las sirenas”, ese que les endulza el oído a través de encuestas a modo que realizan, por supuesto, pagadas con nuestros impuestos o el grupúsculo inmediato que susurra al oído que nunca en ningún otro tiempo hubo, hay o habrá un gobernante como ellos. Hablo por supuesto de todos los niveles de gobierno. El mejor alcalde del país, el mejor gobernador de todas las entidades federativas o el mejor presidente del mundo. Se nota.

Si lo que le da sentido y ruta a la existencia del Estado es la búsqueda del bien común, entonces hablamos no del bien de unos cuantos, sólo
para que quede claro. Sean pobres o ricos, porque hay gobiernos que se han declarado para uno u otro lado complicando la esencia. Y lo han declarado de forma pública o si quiere demagógica.

Contaba Facundo Cabral una anécdota de su abuelo, decía que le gustaban tanto las chicas que las perseguía constantemente, que cuando las alcanzaba no sabía para qué las había perseguido. Este es el caso de los gobiernos. ¿Se habrán preguntado para qué querían gobernar? No para quién, sino para qué. Con toda seguridad el canto de las sirenas los obnubiló. El pueblo, si muy democrático dice que es, somos todos: los que tienen, los que no; los que son afines a su partido y los que no.

Se nota a leguas que el bien común les interesa poco. Se gobierna para postergarse. Si hicieran bien su trabajo se postergarían sus partidos, así de simple. Pero pasan seis años, tres o los que correspondan al periodo para el que compitieron y fueron elegidos haciendo campaña para el siguiente periodo. Es demasiado notorio.

La incoherencia que les asiste diciendo que harán todo lo que esté a su alcance para beneficiar al pueblo, pero pasan lo que va de sus administraciones gobernando para luego volver a gobernar. Insisto, eso sería automático y ni siquiera necesitarían hacer campañas onerosas, si se dedicaran a hacer lo que tienen que hacer. ¿No han entendido que una vez que llegan al municipio, a la gubernatura de un estado o a la Presidencia de la República dejan de ser de Morena, del PAN, del PRI o del partido que los propuso? Será complicado entender esa parte.

Sí porque no sólo gobernarán a los de su partido de procedencia, sino a todos los mexicanos que vivimos en ese territorio. Eso de “andar persiguiendo lagartijas, cuando el mundo está ardiendo” ha venido a complicar la marcha de nuestro país porque se da prioridad a lo accesorio y se pierde de vista lo urgente y lo necesario.

Lo ético, lo moral, lo correcto y lo pertinente es que se dedicaran a cumplir las promesas de campaña y la agenda con la que se comprometieron, y entendieran de una vez por todas que el amor, el dinero, la estupidez y la incoherencia se notan y a leguas. ¿O de plano piensan que no nos damos cuenta para qué gobiernan? Así las cosas.

fjesusb@tec.mx

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