El circo (II)
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Richard Burton había representado frente a las cámaras las más insólitas escenas. Ahora, sin embargo, vivía una especie de sueño o pesadilla. Y no era delirio alcohólico lo que veía, ni pesadilla oscura, ni visión fantasmal salida de las drogas. Era la realidad. En aquel circo de mala muerte, en Puerto Vallarta, México, un lanzador de cuchillos había hecho que Elizabeth Taylor, su esposa, se pusiera frente a una mampara de madera, dispuesta a recibir los agudos puñales que el cirquero le tiraría.
Y sonreía Liz, y en actitud graciosa aguardaba lo que iba a suceder.
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-Ruego al respetable público guardar silencio -pidió El Gran Barzán en el micrófono con voz grandilocuente-. La más pequeña distracción me haría fallar el tiro; el cuchillo se clavaría en el cuerpo de la hermosa señorita Taylor, y le quitaría la vida.
A pesar del poco español que sabía Burton alcanzó a entender lo que decía el hombre. Sintió el impulso de quitar de ahí a Elizabeth y salir de la carpa, pero la serena actitud de ella lo contuvo. Se hizo el silencio, se apagaron los focos de la pista y sólo un reflector iluminó la escena.
Empezó a lanzar sus cuchillos El Gran Barzán. Uno a uno se iban clavando en la madera, a unos milímetros del cuerpo de la actriz. La forma de Elizabeth iba quedando dibujada por los puñales como una dramática silueta. El último cuchillo, lanzado con actitud triunfal por el cirquero, casi le rozó los cabellos al clavarse sobre su cabeza.
Una ovación premió la hazaña del cirquero. Liz salió de su cerco de afiladas hojas, saludó a la gente con graciosas reverencias y luego volvió a su palco llevada de la mano por el cuchillero. Los siguió Burton alelado, sin atinar a decir nada. En silencio estuvieron Richard, Liz, George C. Scott y su mujer el resto de la función. Cuando salieron, terminado el espectáculo, comentó Burton, todavía nervioso:
-Debimos haber estado locos para dejar que pasara esto.
Elizabeth, tranquila, respondió:
-Los actores y las actrices tenemos que estar un poco locos.
Uso la anécdota como ilustración de mi artículo de hoy. La verdad es que para vivir en este circo que es la vida, todos tenemos que estar también un poco locos. De otra manera nos agobiarían los mil y mil sucesos de la existencia cotidiana, los quebrantos y dolores que el vivir conlleva, las pequeñas miserias que sufrimos y que hacemos sufrir a los demás. El año que se fue nos lanzó toda suerte de cuchillos. Uno se me clavó a mí en el corazón. Pasó ese año, y aquí estamos; un poco locos, sí, con ganas de seguir viviendo esta apasionante, apasionada vida. Demos gracias a Dios, que nos ha permitido llegar a un nuevo año. Y en ese circo de magias y cuchillos que es la vida, compartamos el común abrazo del amor, de la paz en el alma y de la esperanza en un México mejor.
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