El eco inevitable del líder
Las palabras del líder, sean dichas o implícitas, generan un eco inevitable. Dan forma a la cultura, al enfoque comercial y al desempeño general de la organización
Hace dos meses, un comentario del CEO de Ford, Jim Farley, elogió públicamente a BYD −el fabricante chino de autos eléctricos− por su capacidad de innovación e integración vertical. El efecto fue inmediato: las acciones de Ford bajaron; las de BYD subieron.
No fue sólo un desliz. Fue un recordatorio brutal: las creencias del líder no se quedan en su cabeza, se filtran en la cultura, impactan decisiones y alteran la percepción del mercado.
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Comparto esta historia porque esta semana, en entrevistas con el equipo ejecutivo de una compañía de suministros industriales, escuchamos algo igual de poderoso: “Ya no hay mercado para crecer”.
Esa creencia, lanzada sin estudios formales de mercado que la respalden, ya había hecho daño: falta de enfoque en crecimiento, nula estructura para captar cuentas nuevas, indicadores de intensidad olvidados, etcétera.
En Salexperts estamos trabajando precisamente para verificar si esa creencia es cierta... o sólo está limitando lo que aún es posible.
Las palabras del líder, sean dichas o implícitas, generan un eco inevitable. Dan forma a la cultura, al enfoque comercial y al desempeño general de la organización.
Como lo señaló Albert Mehrabian, el 93 por ciento de nuestra comunicación es no verbal: 55 por ciento lenguaje corporal, 38 por ciento tono de voz y sólo el 7 por ciento es el contenido literal.
Si un líder transmite derrota, incluso sin decirla, el equipo lo intuye. Y se rinde con él.
Esto se potencia con nuestra amiga (y a veces enemiga) SARA −Sistema de Activación Reticular Ascendente−, el filtro neurológico que sólo deja pasar información que consideramos relevante de acuerdo a nuestras necesidades, preocupaciones o paradigmas entre la enorme cantidad de información a nuestro alrededor.
Un líder que cree que “no hay mercado para crecer” pondrá a trabajar a su SARA para encontrar pruebas entre los millones de datos recogidos diariamente de que no lo hay y darle la razón.
Y lo más preocupante: todo su equipo empezará a ver lo mismo.
¿Dudas del poder de la mente? Recuerda el experimento en Phoenix: un condenado a muerte en la silla eléctrica aceptó participar en un experimento donde aparentemente moriría sin dolor desangrándose gota a gota. Fue engañado, oía gotas caer, como si fuera su sangre... aunque en realidad no lo era. Todo fue un engaño. Sin embargo, su cuerpo reaccionó como si fuera real... y terminó muriendo.
La mente creyó. El cuerpo obedeció.
Por eso, liderar no es sólo cuestión de decir lo correcto, sino de pensar lo correcto, sentirlo y transmitirlo con coherencia total.
Este principio no se limita a las grandes empresas. Aplica también en casa.
En el hogar, los padres −los líderes del núcleo familiar− modelan una cultura.
Si proyectan culpa, miedo o apatía, los hijos absorben eso como sistema operativo.
Pero si el padre o la madre muestran responsabilidad, búsqueda de conocimiento y pasión por el crecimiento, están sembrando una mentalidad fuerte.
Inclusive podemos llevar el ejemplo a nivel países, donde una sola declaración de un presidente puede generar una ola de inversión... o de fuga de capitales.
Como líder piensa lo que transmites:
¿Lo que diré refleja realmente el rumbo que quiero marcar?
¿Mi lenguaje corporal transmite seguridad o nerviosismo?
¿Mi equipo podría tomar este mensaje como una excusa para relajarse... o una razón para avanzar?
¿Realmente estoy convencido de lo que quiero transmitir?
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El mensaje de un líder es contagioso. La pregunta es: ¿qué estás contagiando tú?
Ya sea en Ford, una Pyme o tu comedor familiar, la creencia del líder se convierte en la realidad del grupo.
No subestimes ese eco. Aprende a dirigirlo con intención y tendrás una empresa −o una familia− con propósito, dirección y fuerza interior.
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