El espíritu de Prometeo

Opinión
/ 3 enero 2023
En la vida hay que tener las agallas para soñar, para imaginar, para creer y así emprender en el campo de la realidad lo soñado, lo pensado

Es bien dicho que en la vida todo se crea dos veces, primero en la mente y luego en la realidad. Por eso no es una locura decir que la grandeza de las personas es igual al tamaño de sus pensamientos, pero que son inmensamente más grandes aquellos seres humanos que traducen sus ideales en realidades fecundas. Ellos son los coparticipes y colaboradores de la interminable creación humana.

De ahí que, en la vida, hay que tener las agallas para soñar, para imaginar, para creer y así emprender en el campo de la realidad lo soñado, lo pensado.

Sin embargo, la época contemporánea ha sido diseñada para no reflexionar, para no pensar: la publicidad que invita al consumo desmedido, el enfoque a obtener beneficios a corto plazo, el descomunal uso de las tecnologías de la información que piensa por nosotros, son solo algunas evidencias de esta realidad. O, tal vez, sencillamente no pensamos, como diría Pascal, “para no ser infelices”.

Parafraseando a Peter Drucker, diría que las personas creadoras no se preguntan ¿qué quiero hacer?, sino más bien ¿qué debe hacerse? Y a partir de este principio inician una incansable búsqueda, por caminos nunca antes caminados, de lo aún no creado.

Los creadores de las nuevas realidades, son también “hacedores” que los mueve el fecundo espíritu de Prometeo y son seres humanos que se miran al espejo y dicen con Hamlet: “ante todo sé fiel a ti mismo”.

VENGANZA

En la compleja y fascinante mitología griega Prometeo era el Titán amigo de los hombres; de hecho, fue el creador de los humanos, mismos que a partir de la arcilla los hizo a semejanza de los dioses; sin embargo, al ver a su creación tiritar en las frías noches de invierno, fue más allá de lo pensable y permitido: decidió robar el fuego de los dioses, llevando la llama del Olimpo al mundo de los humanos y entonces, por este grave atrevimiento, Zeus se enojó con él.

La venganza de Zeus resultó muy cruel, pues se compensó del agravio dejando a Prometeo en una roca donde un buitre le comía las entrañas por las noches, pero al amanecer los órganos se regeneraban para ser devorados, de nueva cuenta, al caer la noche. Eso sucedió día tras día, año tras año, hasta que Hércules lo salvó de esa espantosa agonía.

Han surgido innumerables interpretaciones de esta figura mitológica. Ha sido utilizada en numerosas obras literarias, esculturas y pinturas para referirse a la osadía de los hombres de hacer o poseer las cosas divinas, o bien para describir a personas que se atreven a cambiar el orden de las realidades establecidas, a esas que tienen un genio natural, a las que se incomodan y rebelan contra lo establecido, a quienes buscan un mundo mejor; en fin, a esos seres extraordinarios que poseen un espíritu indómito; que podrían considerarse como los creadores de superiores estados de existencia.

SONÁMBULOS

Podría decir que el opuesto a una persona que tiene el espíritu de Prometeo es aquella que anhela las satisfacciones inmediatas, que busca de mil maneras ser domesticada, que tiende a la rutina, al aburrimiento y mediocridad. Esta clase de personas se distinguen por ser rutinarias, conformistas, débiles de espíritu, perezosas, miedosas e ignorantes.

Son tristes, resignadas, escépticas, además suelen acatar como una fatalidad el mal que los rodea, aprovechándolo si pueden para su beneficio personal. Son personas sin ideales, que les encanta la omisión e ignoran toda clase de grandeza.

Están en contra de todo, pero a favor de nada. Inconmovibles, como sonámbulos, transitan por la vida sin sentido, narcotizados por su propia seguridad destruyen toda posibilidad de aventura y de libertad. Son personas acomodaticias y abúlicas que todo les da igual, excepto lo que atente en contra de su propia y efímera comodidad. Son pesimistas, cosechan el egoísmo y se cultivan en la envidia que puede producir la dicha ajena.

INGENIEROS

El espíritu de Prometeo tiene su origen en los ideales de las personas con enorme estatura espiritual que los inspiran todos los días bajo una sorprendente constancia de propósito y así, con el paso del tiempo, los transforman en fecunda realidad, están en constante lucha contra viento y marea.

Nadie mejor que José Ingenieros para clarificar el tamaño de los ideales que poseen las personas con el carácter de Prometeo: “cuando pones la proa visionaria hacia una estrella y tiendes las alas hacia tal excelsitud inasible, afanoso de perfección y rebelde a la mediocridad, llevas en ti el resorte misterioso de un ideal.

Es ascua sagrada, capaz de templarte para grandes acciones. Custódiala; si la dejas apagar no se reenciende jamás. Y si ella muere en ti, quedas inerte: fría bazofia humana. Sólo vives por esa partícula de ensueño que te sobrepone a lo real.

Ella es el lis de tu blasón, el penacho de tu temperamento, innumerables signos la revelan: cuando se te anuda la garganta al recordar la cicuta impuesta a Sócrates, la cruz izada para Cristo y la hoguera encendida a Bruno; -cuando te abstraes en lo infinito leyendo un diálogo de Platón, un ensayo de Montaigne o un discurso de Helvecio; cuando el corazón se te estremece pensando en la desigual fortuna de esas pasiones en que fuiste, alternativamente, el Romeo de tal Julieta y el Werther de tal Carlota; cuando tus sienes se hielan de emoción al declamar una estrofa de Musset que rima acorde con tu sentir; y cuando, en suma, admiras la mente preclara de los genios, la sublime virtud de los santos, la magna gesta de los héroes, inclinándote con igual veneración ante los creadores de la verdad o de belleza.

Todos no se extasían como tú, ante un crepúsculo, no sueñan frente a una aurora o cimbran en una tempestad; ni gustan de pasear con Dante, reír con Moliere, temblar con Shakespeare, crujir con Wagner; ni enmudecer ante el David, la Cena o el Partenón.

Es de pocos esa inquietud de perseguir ávidamente alguna quimera, venerando a filósofos, artistas y pensadores que fundieron en síntesis supremas sus visiones del ser y de la eternidad, volando más allá de lo real. Los seres de tu estirpe, cuya imaginación se puebla de ideales y cuyo sentimiento polariza hacia ellos la personalidad entera, forman raza aparte en la humanidad: son idealistas. Definiendo su propia emoción, podría decir quien se sintiera poeta: el ideal es un gesto del espíritu hacia alguna perfección”.

JAMÁS

Sin duda esa búsqueda, ese anhelo de perfección conforma el espíritu prometeano, el cual se basa en el deseo de una persona de crear e innovar, no en haber sacado la carta ganadora al nacer.

Pero, ante todo, este espíritu requiere de entusiasmo, pues “sin entusiasmo no se sirven hermosos ideales; sin osadía no se acometen honrosas empresas”; en este sentido, “un entusiasta, expuesto a equivocarse, es preferible a un indeciso que no se equivoca nunca. El primero puede acertar; el segundo, jamás”.

El espíritu prometeano es lo que hace la diferencia de vivir como un Titán o simplemente existir sin pena ni gloria. De ahí que sería bueno tener sumo cuidado de no acostumbrarnos a las rutinas de la existencia; de jamás permitirnos vivir un nuevo amanecer sin contar con una promesa o anhelo que cumplir para cuando llegue el ocaso de ese particular día.

De ahí el extraordinario compromiso de mirar hacia el porvenir y hacer de la vida caminos inéditos.

cgutierrez@tec.mx

Programa Emprendedor Tec de Monterrey Campus Saltillo

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