El imperativo ético ante la impunidad
La desoladora imagen de Debanhi Escobar Bazaldúa en medio de la carretera conmovió a la nación. Por lo dramático de la atmósfera, las extrañas circunstancias en que se informaba se había registrado, los hechos que se dijeron ocurrieron antes, el suspenso producido por su desaparición, esta foto causó viva impresión.
Cuando la imagen se convirtió en una ilustración, fue objeto de uso común y pretexto para expresar los pensamientos que surgieron a partir de la desaparición de la joven.
La ilustración se multiplicó por todos los medios, y entre las recomendaciones que la acompañaban fueron en el sentido de invitar a las mujeres a que cuando estuvieran lejos de casa y, sabiendo “que habrían hecho algo incorrecto, llamaran de cualquier manera a sus padres, que ellos los aman tanto que no los iban a regañar”, o en otros casos que, “aunque los regañaran, era mejor a estar desaparecida o morir”. Esas fueron palabras de comentarios vertidos en las redes.
Por su parte, un ilustrador que recreó la triste foto dijo que su imagen “no resta como sí ocurre con las opiniones”. Numerosas opiniones se basaron en estereotipos. Juzgaron con base a establecer cánones de comportamiento, dando la impresión que fuese culpa de la muchacha no haberse podido salvar de su propia desaparición y muerte por no “haber hablado a sus padres”.
El dolor que como País debemos enfrentar ante su muerte y la de tantas mujeres, debe transformarse en acciones definitivas para que las desapariciones y crímenes se detengan. Y algo con lo que se debe empezar es destruyendo los estereotipos y las etiquetas de lo que se considera, o no, correcto.
Hace unos años escuché atónita a un joven relatando que su novia le pedía la recogiera en un punto de la ciudad, pues se sentía incómoda por la forma en que se le estaba tratando. Él le llamó la atención por la forma en que iba vestida, pues la muchacha usaba short.
Resulta increíble cómo es que la sociedad estigmatiza aún la forma de vestir de las mujeres y las culpa de lo que puede convertirse en su desgracia.
El número de mujeres desaparecidas y muertas en el País es alarmante. Se alegan problemas familiares y domésticos en muchos casos. ¿Se han revisado los problemas familiares y domésticos de los que con tanta ampulosidad se argumentan (pareciera que justifican) las ausencias?
Hoy, el dolor por Debanhi y
el de las tantas mujeres que han muerto en México debe volverse una demanda permanente de
acabar con la misoginia y el machismo en que por desgracia seguimos viviendo.
Si bien es cierto que el papel de la mujer se ha transformado y alcanzado la sonoridad de una voz en alto, también lo es que continúan las prácticas machistas. Desterrarlas debe ser, ya, un imperativo.
En las redes sociales se ha convocado a declarar el mes de mayo como de luto nacional; otros el día 10 de mayo en particular, y otras más a una marcha pacífica el 8 de mayo vistiendo de rosa o blanco.
Acciones importantes que deben estar emparejadas a dejar escuchar la voz día con día. A luchar por
los derechos de las mujeres a expresarse, a vestirse, a caminar, a vivir en un mundo sin prejuicios y sin temores.
Desapariciones y muertes de mujeres rondan en el País. Debe acabarse con el siniestro ambiente en donde la impunidad propicia la continuidad de acciones perversas.
La esperanza está en todos y todas aquellas que están decididos a decir “basta” y actuar en consecuencia.