El manso rebaño

Opinión
/ 1 febrero 2024

No dejan de asombrarme los regímenes tiránicos a lo largo de la historia. ¿Cómo es que una pequeña élite de poder puede tener sojuzgada a toda una nación completa?

Desde luego, quien ocupa o detenta el poder político goza también del uso de la fuerza pública y del ejercicio de la violencia como sus prerrogativas. Aún así, me cuesta creer que un pueblo de millones y millones sea sometido por la oligarquía de unos cuantos y sus esbirros.

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Pasa que el pueblo, por masivo que sea, se compone casi en su totalidad de gente pacífica, incapaz de involucrarse planificadamente en un acto violento, así sea para exigir un derecho. Admitámoslo, la mayoría somos sólo aldeanos asustadizos tratando de llegar a viejos en paz, difícilmente nos involucraríamos en una insurrección y de esto se valen los tiranos.

Tendrían que colmarnos el plato y lo cierto es que aguantamos bastante antes de considerar romper el pacto. De allí que el nombre de aquella proverbial historieta “Los Súpermachos” nos venía a la medida.

Y ya cuando de plano nuestro opresor nos tiene “up to the mother”, todavía hace falta organizarnos y esa capacidad también la tenemos muy limitada.

Todo ello ha jugado en favor de los peores dictadores del pasado, pero también los del presente.

Sólo así podemos entender las historias que nos llegan del otro lado del planeta, en donde las libertades civiles parecen haber sido completamente canceladas por estados totalitarios como el de China, o cuasi teocráticos como el del Gnam-Gnam malo de Corea del Norte, Kim Jong-un.

Por más que se le quiera adosar a AMLO la etiqueta de dictador (y por más que seguramente alcanzaría dicho estatus de apoltronarse unos pocos años más en la silla), lo cierto es que la relación de los mexicanos con su gobierno vivió sus años más tensos hacia finales de los 60 y durante los 70, cuando la dictadura del partido de estado volvía imposible cualquier forma de disidencia.

Si bien, el presente sexenio -hoy en su etapa agónica- ha significado un retroceso para nuestras conquistas ciudadanas y democráticas, todavía nos faltaría descender algunos cuantos niveles para igualarnos con el priato de Díaz Ordaz, Echeverría o López Portillo.

No obstante, como remanente de aquellos años persiste nuestro carácter sumiso ante el poder. Seguimos siendo, como sociedad desde luego, manso rebaño para que el cacique más oportunista haga su fortuna personal y familiar.

Vamos al Noreste de México, al que constantemente se idealiza como tierra de hombres (y mujeres) voluntariosos, emprendedores, valientes y no sé cuántos gallardos atributos más.

¿Será cierto? ¡Hombre! ¡Pero si acá se inició la gesta revolucionaria!

Revisemos la triada de provincias norestenses: Tamaulipas vive hace décadas en un narco régimen que sin temor podemos calificar de estado fallido. Los gobernadores se suceden uno tras otro, a cual más corrupto y los tamaulipecos ya se acostumbraron a vivir en esta total indefensión.

En Nuevo León la población ha descendido a un estado pueril (a no dudar por la larga exposición a la programación de Multimedios) y actualmente están secuestrados por la caprichosa voluntad de una pareja de príncipes mirreyes (igual de infantiloides que el electorado) y todavía son capaces de convertir a Mariana Primera en la monarca de la Capital. El niño gobernador puso en riesgo la gobernabilidad de la Entidad, pero a nuestros primos les preocupa mucho más el próximo encuentro Tigres-Rayados.

Y en Coahuila para no variar estamos comiendo moco mientras que los autores de nuestra catástrofe siguen en libertad, impunes e incluso bien instalados en la cúpula del poder político.

Si bien, Humberto Moreira ha tenido el buen juicio de vivir en reclusión, su hermano, Rubén Ignacio ha tenido la dureza de cara para mantenerse activo como uno de los principales líderes de lo que queda del PRI, concretamente al frente de su bancada legislativa.

¡Y cómo no hacerlo! Si desde dicha posición goza del bendito fuero que lo vuelve intocable ante la Ley por los desfalcos cometidos en contra del erario coahuilense; si le permite negociar y operar para seguir teniendo poder e influencia en la vida pública, con todo el privilegio que esto puede suponer.

Rubén Moreira nuevamente encabeza las listas de su partido para ocupar, por la vía plurinominal, una posición en la siguiente legislatura federal. Esto le significa más impunidad, más poder y más tiempo lejos del juicio que tiene pendiente en su propia tierra por cargos que eventualmente habrán de expirar. Todo sin necesidad de ensuciarse los zapatos haciendo campaña.

Rubén Moreira está a nada de ligar nueve años “legislando” (es un decir) en la máxima arena parlamentaria de México sin que ningún coahuilense haya votado por él.

De hecho se puede afirmar que una gran mayoría se opondría a otorgarle una curul si tan sólo se le preguntara o tuviera voz en esto.

¿Es que estamos tan indefensos realmente? ¿Es que de verdad no hay nada que podamos hacer los coahuilenses para evitar que un impresentable ligue su tercer periodo en el Palacio de San Lázaro?

¿Estamos tan maniatados, tan impelidos como para no hacer nada al respecto? ¿No tenemos acaso capacidad de interlocución con el Revolucionario Institucional?

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Los partidos maman del presupuesto, así que no creo que necesitemos militancia para poderles exigir cuentas y algunas explicaciones.

¿Vamos a permitir que Rubén Moreira se vuelva a aplastar en la curul otros tres años y a ver cuántos más hasta que muera en impunidad o emigre a Morena?

¿Nos vamos a quedar en nuestra condición de aldeanos mientras los señores feudales de la política se salen con la suya y gozan de la vida y sus placeres, del poder y de las influencias, sin que el más leve reclamo los incomode?

Mucho me temo que sí, pues como ya le dije, somos manso rebaño incapaz de organizarnos para hacer un reclamo por demás justo y legítimo.

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