En el nombre del ‘pueblo’
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Los amigos que no son de Coahuila sabrán disculpar que con cierta frecuencia saque a relucir el muy penoso tema del moreirato.
Pasa que para nosotros, aquí en el terruño, es como nuestro Vietnam, un catastrófico episodio que nos costó sangre y ruina. Algunos hasta tenemos pesadillas acompañadas con música de The Doors y Creedence como los veteranos en las películas.
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Y nos resulta imposible darle vuelta a la página por la sencilla razón de que el Estado continuará endeudado hasta bien entrado el año en que la humanidad establezca la primera colonia en Marte.
Todo empezó con un gobierno populista, muy “cercano a la gente”, que supo granjearse las simpatías de un pueblo que pronto se sintió cómodo en el más abyecto vasallaje.
Esa especial conexión que Humberto Moreira estableció con los ciudadanos, forjada en una manera de hablar informal, pícara y dicharachera, así como en su bien ensayado numerito de baile colombiano, le valió motes cariñosos como “el profe” y “el hijo del pueblo”.
Como solía tener además arrebatos de munificencia, obsequiando a los menesterosos cualquier clase de apoyos, desde enseres domésticos hasta casas de interés social (pagado todo con dinero público pero presumido a título personal) se hizo fama de hombre generoso, justo, sensible y adquirió con ésta un cheque en blanco para ejercer el poder sin ser apenas cuestionado.
Le gustaba que su gobierno se identificara con el viejo socialismo del siglo pasado: Trabó amistad con Fidel, tendió puentes de intercambio con la Isla; llenó a Coahuila con médicos y artistas cubanos.
Su aprobación como gobernante estaba siempre por las nubes. No hubo mandatario más querido, más ovacionado ni mejor calificado. Y eso que aquí endiosamos a cualquiera que ocupe el cargo, pero como el profe nadie. Sabía echarse a cualquiera en el bolsillo y las simpatías que no podía ganarse simplemente las compraba.
Otra de las varias estrategias clave en su administración fue la creación y posicionamiento de una poderosa identidad oficial, bajo la cual se rotulaban todos los programas sociales y artículos relacionados.
Ya hemos comentado aquí como la marca oficial del Gobierno del Estado durante aquel ominoso sexenio plagó nuestras vidas: “Coahuila, el Gobierno de la Gente”, remataban todos los anuncios, avisos y discursos de la comunicación oficial. Teníamos en consecuencia “farmacias de la gente”; “útiles y uniformes escolares de la gente”, “pintura de la gente”, “tinacos de la gente”... No acabaríamos de enunciar todas las distintas formas que adquirió la asistencia en aquellos años de dispendio, no sólo como objetos tangibles, ya le digo, sino también como programas sociales y actividades diversas.
No voy a regatear la astucia demagógica que se necesita para hacer sentir a los ciudadanos dueños de algo concreto, dueños por fin de una parte de los bienes públicos luego de una vida de sentirse despojados por los funcionarios y la clase política.
Pero aquel experimento sabemos bien que terminó muy mal: Con el boquete financiero antes referido, el recrudecimiento de la desigualdad y la marginación, un montón de delitos contra el erario pendientes de investigar y un puñado de delincuentes de cuello blanco viviendo en el autoexilio pero en total impunidad.
“Más sin en cambio” (dijo el chairo), Humberto Moreira palidece como vulgar aprendiz frente a un genuino caudillo de la nación, un auténtico elegido de las masas y Mesías verdadero del populismo: Su Alteza Ocurrentísima, Graciosa Majestad, Grand Tlatoani, Mariscal de Campo y Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas que juró regresar a sus cuarteles: Andrés Manuel López-Velarde.
No obstante es AMLO un fenómeno de mucho mayor envergadura, de mayores alcances, infinitamente más masivo y trascendental que un caciquillo local y perecedero como Moreira, nuestro Presidente sigue exactamente el mismo “Manual del Buen Populista (una guía para encantar a todo un país y hacer con este lo que le venga en gana)”.
Y aunque la marca oficial equivalente de AMLO y la 4T es “Del Bienestar”, misma con la que ha bautizado también programas, enseres y recursos (en muchos casos inexistentes como el “Gas Bienestar”), este movimiento también conserva la patente sobre la palabra y concepto de “el pueblo”, imprescindible en el discurso del Presidente, pero también un elemento clave en las denominaciones institucionales (Instituto para Devolver al Pueblo lo Robado) o informales, (“la Ministra del Pueblo”).
Y es que es el pueblo lo que da legitimidad a López Obrador, pero simultáneamente ¡él mismo es el pueblo! ¡Chúpate esa, Misterio de la Santísima Trinidad!
Si alguna dependencia u organismo es “del pueblo” o “del bienestar”, sabemos que ya don AMLO lo meó para hacerlo suyo y manejarlo a su antojo.
Ayer, Rosario Piedra Ibarra, titular de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos anunció su intención de desaparecer el órgano que encabeza porque “ya no responde a las necesidades del pueblo” y propuso la creación de un nuevo instituto reformado (renacido en la fe amloista), a saber: La “Defensoría Nacional de los Derechos... ¡Del Pueblo”. ¡Así es! ¡Adivinó! No podían resistirse a rotular su propuesta con la asquerosa rúbrica de esta administración: el concepto hueco, trivial, maniqueísta, demagógico que este gobierno tiene de “El Pueblo”.
Piedra Ibarra rindió un informe ridículo de extravagante, pues aseguró haber recibido la CNDH en malas condiciones, pero que ahora bajo su gestión es modelo en la defensa de los derechos del pueblo, sin embargo y pese a ello es hora de desaparecerla porque ya no le sirve al pueblo: ¿Así o más WTF?
Usando toda la palabrería del macuspano, Piedra Ibarra, quien durante su gestión ha obviado con criminal indiferencia las más elementales responsabilidades del cargo, manifestó que es tiempo de definiciones y dijo “estar con la Transformación”.
Como si nos faltaran los ridículos internacionales durante este sexenio, hoy la prensa de todo el mundo estará reportando a la ombudsperson (por definición, alguien que defiende a los ciudadanos de los abusos del Estado), declarándose aliada del Gobierno, concretamente del régimen en turno.
A diferencia de Moreira, que sólo buscaba proyectar su imagen, AMLO rotula todo bajo su marca infame para apropiárselo y (si le estorba) para desmantelarlo y darnos a cambio una versión patito, chafa pero convenientemente configurada a modo para que deje de ser un obstáculo a su voluntad.
Y aquellos que habrían plañido como Magdalenas si el viejo régimen hubiera pretendido apropiarse de un organismo autónomo, hoy seguramente aplaudirán esta verracada perpetrada en el nombre de “El Pueblo”.