El Nacimiento: Recuerdos sobre el verdadero significado de la Navidad
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El recuerdo es fresco y también la emoción, a pesar de que lo narrado sucedió 56 años atrás y se repitió por los siguientes 20 años.
Tal vez a 30 metros de mi casa paterna en Castelar, dista la plaza Madero ubicada entre las calles de Aldama, Castelar y General Cepeda de mi natal Saltillo. Lugar en el que puntualmente y desde las últimas semanas de noviembre aparecía gente de los ranchos enclavados en la sierra de Arteaga, ofreciendo sus tesoros naturales consistentes en musgo, heno, piñas, pesebres de madera y piñones, los cuatro primeros para adornar el nacimiento que yacería abajo del pino, normalmente natural, que coronaba la sala de nuestra casa y el último para degustar entero o en trozos, según la fuerza que ejercieras en el exprimidor de limones o la mano del metate, con el delicioso fruto rosado que nos regalaban los pinos de variedad piñoneros.
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Después del proceso de compra, la paciencia de Chita, mi madre, nos guiaba para ir colocando el musgo que asemejara algo así como un jardín del edén, sobre el cual se colocaba un establo de ramas de pino y el pesebre sin el Niño Dios, y acto seguido el rescate de las figuras que en papel maché dorado había elaborado Cecy Rodríguez Melo y regalado a la familia con las esculturas de San José, la Virgen, los 3 Reyes Magos, cada uno con los obsequios referenciados: oro, incienso y mirra. Era aquello una obra de arte.
Ya el pino estaba lleno de esferas y luces de colores y en la cúspide la estrella de Belén, que de seguro también guió los esfuerzos y valores de mi modesta familia durante el paso de los años.
Acto seguido el heno era colocado en la chimenea aparente que contaba con una barra de mármol, en donde se acomodaban las tarjetas navideñas recibidas de amigos y familiares en esa práctica hoy sustituida por X o Twitter y el WhatsApp.
Aun cuando la razón de utilizar la plaza Madero como punto de venta de los insumos del árbol era derivada del arribo de los camiones que iban a las rancherías, después sustituida por la central camionera, hoy día el sitio continúa como mercado de artículos navideños a los que se agregaron luces e insumos que vienen del lejano oriente y duran sólo una temporada. ¡Haya cosa!
Algo mágico sucede en cada Navidad, y es que la nueva presencia del niño al que tenemos todo el año, pero referimos más en esta fecha, irradia el sentimiento de apego a la vida y no solamente de permanecer en ella, sino de disfrutarla, palparla, abrazarla y ejercerla con los límites que nuestra salud imponga.
Lo refiere mejor el papa Francisco en su mensaje navideño: “Jesús nace entre nosotros, es Dios-con-nosotros. Viene para acompañar nuestra vida cotidiana, para compartir todo con nosotros, alegrías y dolores, esperanzas e inquietudes. Viene como un niño indefenso. Nace en el frío, pobre entre los pobres. Necesitado de todo, llama a la puerta de nuestro corazón para encontrar calor y amparo. Como los pastores de Belén, dejemos que nos envuelva la luz y vayamos a ver el signo que Dios nos ha dado. Venzamos el letargo del sueño espiritual y las falsas imágenes de la fiesta que hacen olvidar quién es el homenajeado. Salgamos del bullicio que anestesia el corazón y nos conduce a preparar adornos y regalos más que a contemplar el Acontecimiento: el Hijo de Dios que nació por nosotros”.
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Hoy aquella familia del árbol y el nacimiento de la calle Castelar se ha multiplicado y convertido en otras más, en la que la Navidad no es una tradición solamente, sino un momento de unidad, de fraternidad y apoyo mutuo.
Dejar que la natividad nos envuelva, complaciendo a nuestras familias con el encanto de la unidad, de la algarabía, de los recuerdos y de la promesa de estar cerca siempre a pesar de las distancias, al pendiente de sus gentes, sus gozos y sus sombras.
A mis lectores, deseo una Navidad plagada de alegría, gobernada por el entusiasmo, regida por el homenaje a la divinidad que cada año renueva nuestra fe y de opíparos alimentos. Feliz Navidad.