El pasado como caricatura: AMLO y el nuevo autoritarismo, más peligrosos que el viejo PRI
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Una de las fijaciones compartidas por el oficialismo y parte de la oposición se refiere al pasado, especialmente en los años en que el presidente gobernaba, mandaba y dominaba a través del PRI. Muchos de este segundo grupo asumen que el proyecto político de López Obrador, avalado por Claudia Sheinbaum, busca que el país regrese a tal circunstancia, lo que conlleva minimizar el contenido autoritario del proyecto futuro y, de paso, la creencia de si en el pasado se pudo superar, así sucedería en delante.
La propuesta obradorista es distinta al pasado; considerablemente más perniciosa que los años del presidencialismo autoritario. La experiencia de estos seis años es inédita y sin precedente, que se da en un marco de amplio apoyo popular muy diferente al del pasado, además, con una fuerte inercia de devastación de instituciones y la construcción de un régimen con clara identidad autoritaria. El poder sin contención institucional y, por el momento, con respaldo social y de las élites.
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La fijación caricaturizada del pasado también la hizo propia el PAN, especialmente durante el ciclo de Felipe Calderón. La retórica para ganar al tricolor fue interiorizada e hicieron del PRI un proyecto político asociado a la venalidad y a la imposición autoritaria, justo lo que ahora López Obrador dice de ellos y que muchos dan por cierto.
En la valoración del régimen político del pasado hay que advertir al menos cuatro aspectos: primero, la génesis del régimen político resultado de la violencia y la inestabilidad; el PNR y PRM, antecedentes del PRI, se construyeron no para representar y competir, sino para dar una salida política a la disputa violenta por el poder, sin duda, con éxito. Para aquel entonces el país se debatía entre la rebelión y la asonada. La deseable disputa del poder a través del voto era marginal y casi siempre irrelevante.
Un segundo aspecto fue la capacidad del PRI para adaptarse y evolucionar. No había caudillo, dogma o fijación ideológica, sino pragmatismo asociado a la gestión del poder y su reproducción, de allí su capacidad de reforma. La dinámica social lo llevó a transitar del caudillismo al presidencialismo, y el tránsito al gobierno de civiles. Más adelante, a un estado gestor del crecimiento económico, repartidor de beneficios generosos discrecionalmente repartidos.
Tercero, el PRI construyó instituciones fundamentales para el país. Cuarto, la venalidad, la violencia y el fraude electoral no eran cotidianos, sino excepción. El despojo de triunfos a la oposición fue realidad, pero lo regular era la simulación de los comicios donde las elecciones falseaban la participación, los votos del ganador y hasta de los competidores. El PRI no sabía competir porque no estaba en su gen representar, convencer ciudadanos ni ganar votos. El PRI era un recurso para administrar el poder.
El PRI desarrolló una estructura burocrática profesional y con sentido de servicio, en su mayoría alejada de la corrupción. Ninguno de los gobiernos de ese pasado se puede comparar a los de Salinas hasta Peña Nieto, excepción de Ernesto Zedillo. La corrupción escandalosa se dio por el arribo de los rateros políticos que desplazaron a los políticos rateros. Los primeros llegaron a enriquecerse a costa de todo, los segundos privilegiaban objetivos políticos sobre su beneficio personal.
La caricatura tampoco aplica a los gobiernos del llamado periodo neoliberal. Ni siquiera en el gobierno de Peña Nieto se puede generalizar, cuando la corrupción se hizo presente en muchos ámbitos, incluso con ofensivo exceso en los gobiernos locales. Siempre hubo un servicio público razonablemente profesional, eficaz y comprometido en el cumplimiento de su responsabilidad. Venalidad, excesos y abuso no existieron en la dimensión señalada. También hubo funcionarios probos y con sentido social que hoy son ejemplo para muchos.
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La generalización es el recurso natural y favorito de la propaganda del régimen. Por ejemplo, cuando el Presidente se refiere a todos los medios o al Poder Judicial federal como sinónimo de venalidad es una calumnia para un órgano que está entre los 10 mejores del mundo de acuerdo con José Elías Romero Apis, etiqueta que también podría aplicarse a su propio gobierno de cara a la práctica de asignar contratos de manera directa y la negativa a la transparencia o para rendir cuentas en la obra pública invocando la seguridad nacional como argumento regular.
Como maldición, la caricatura del pasado, con todos sus rasgos falsos y propios de la interesada fantasía, hoy se hace presente y amenaza ser perdurable realidad.