Hay mucho bullicio a su alrededor.
El pastorcito oye que todos sus familiares y amigos están comentando el canto de los ángeles.
Fue escuchado en la noche y anunciaba el nacimiento de un niño que será salvador.
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Todos se están preparando para ir a verlo.
Las mujeres preparan, como regalo, ropita y cobijita, y los hombres quesos y fruta.
El pastorcito anda buscando su morral.
Oye los pasos de los que ya se están yendo.
Todos se han ido ya.
Encuentra ya detrás de los costales el morral.
Se lo cuelga atravesado sobre el pecho y empieza a correr para alcanzar a su gente.
En el camino, levanta la mirada a ver si todavía hay ángeles y, en eso, su pie tropieza con una piedra del camino y cae al suelo.
Se ha lastimado su pie. Ya no puede correr. Apenas puede ir caminando y le duele cada paso que da.
Llega a la cueva ya casi al anochecer, cuando todos se están despidiendo de María y José.
Se queda el pastorcito solo con la sagrada familia y viendo al niño recién nacido. Coloca su morralito cerca del pesebre.
Se acerca María, abre el morralito y ve que viene dentro una almohadita muy suave, rellena de lana de oveja.
La coloca bajo la cabeza del niño.
Se va más adentro de la cueva. Al volver entrega el morral al pastorcito y lo despide con un beso en la frente.
Viene corriendo el pastorcito por el camino.
Ya no siente dolor en su pie.
Se detiene para ver las primeras estrellas.
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Llega ya tarde al cobertizo de los pastores que lo reciben con alegría.
Al ir a acostarse, abre el pastorcito el morral y encuentra dentro unas rosas y un jarrito de Nazaret que María había traído para el viaje.
Esa noche el pastorcito volvió a ver, en un sueño, y a escuchar a los ángeles que cantaban: “Gloria a Dios en las alturas y paz a los hombres de buena voluntad”... La leche de cabra, que bebió esa mañana en el jarrito, le supo a gloria...
DIOS MIGRANTE: DE DIVINO A HUMANO
“A ver, a ver. He escrito, en esta hoja doblada, un número que está entre el 1 y el 20. A quien lo adivine le damos, como premio, estos buñuelos de viento. No, no es 12. Tampoco 16”.
“¡Es diecinueve!”, grita esta muchacha guatemalteca. Después de mostrar la hoja con un gran 19, la guatemalteca recibe feliz los buñuelos. Sigue el mensaje sobre el amor del Padre que envía a su Hijo para ser migrante y salvar a todos.
En esta casa del migrante se alberga por unos días a diez o quince niños y niñas, y están también, de paso con ellos, adultos hombres y mujeres. De Haití, con piel oscura, de Guatemala, de Honduras, de Venezuela.
Este venezolano de pantalón corto y piel oscura, con pelo ensortijado y mirada viva, se acerca y dice palabras de agradecimiento. Se reparten a todos, en fila, en platitos desechables, trozos de pollos locos, con palomitas de maíz y las salsas roja y verde.
Sentarse a platicar con los jóvenes es la oportunidad para escuchar narraciones impresionantes de su vida. Para los chiquillos hay pelotas, juguetes, globos y golosinas. Los han traído dos mujeres admirables que visitan esta casa con frecuencia. Se termina la visita con plegarias, saludos y bendición para un hondureño que sigue hacia el norte el día de mañana.
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MEMORIAL DEL MISTERIO: DIOS ENCARNADO
“Es algo para recordar”, afirma Brígida. “Pero no es sólo un recuerdo esto de la Navidad, Brigi”, completa Antonela, “todos los humanos estamos involucrados en ese misterio de amor de Quien hace suya nuestra naturaleza para salvarnos y podamos resucitar a vida eterna y gloriosa”.
“Bueno sí” −admite Brígida−. “La alegría navideña más profunda y auténtica es que el nacimiento del Salvador nos invita a renacer para que todo sea nuevo y victorioso”. Le dan un trago a su ponche en esta posada llena de bullicio feliz...