El pobre es pobre porque quiere... Y la otra meritocracia

Opinión
/ 20 junio 2023
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Para muchos, la frase que encabeza este texto es una verdad axiomática, incuestionable.

No existe registro sobre quién la pronunció por vez primera, no sabemos a qué prócer de las ciencias económicas atribuírsela, pero podemos estar seguros de que era imbécil.

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Lo siento mucho si de alguna manera le salpica lo anterior, ello sólo podría entenderse si usted comparte en mayor o menor grado la filosofía que tan irritante frase entraña.

Se le asocia con la narrativa de la meritocracia, es decir, la ingenua idea de que el lugar que unos y otros ocupamos en la pirámide socioeconómica es resultado directo de los méritos de cada individuo.

Así, un empresario multimillonario, el CEO de una transnacional o el dueño de varios desarrollos inmobiliarios, cada uno habría llegado hasta su actual posición como consecuencia directa de su esfuerzo, su talento, su creatividad, su disciplina, la mezcla correcta de inteligencia y riesgo en sus inversiones, su perseverancia y no pocas veces en contra de los obstáculos que le pone el sistema que, al parecer, odia al pobrecito magnate (¡snif!).

No entran en esta receta del éxito otros factores ajenos al esfuerzo, desde luego, ni capitales de dudosa procedencia, ni las facilidades que el poder otorga a sus consentidos, ni ciertas prácticas desleales cuando no ilegales, ¡ah!, ni por supuesto: ¡el haber nacido en el seno de una familia rica!

Si usted es un convencido de la narrativa de la meritocracia, muy probablemente le quema incienso a Elon Musk (quizás incluso al mismo Donald Trump) y se traga el embuste de que empezaron desde abajo y se hicieron a sí mismos. “Self made men” que se abrieron paso con poco más que su intelecto superior y su peliculesca voluntad.

En consecuencia, usted deplora a la pobreza, pero sobre todo a los pobres porque no son sino una manga de holgazanes sin ambiciones, sin aspiraciones, sin imaginación, incapaces de cualquier idea innovadora, sin hambre ni ganas de superarse.

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Usted probablemente es un veterano del “échaleganismo” que incluso ha invertido en su persona, pagándose sus buenos cursos con el motivador financiero ese de la barba asquerosa... como se llame.

Desde luego que para usted, todos los factores que inhiben la movilidad social son inexistentes, meros pinches pretextos de gente huevona que no quiere progresar.

El hecho de que la gente pobre está estadísticamente condenada a morir en la misma pobreza en que nació; mientras que es muy difícil que un rico de abolengo caiga en desgracia debe ser una mentira, o una anomalía, o de plano un error en la matrix, porque es obvio que si los jodidos se esforzaran un poquito más, si se levantaran temprano y se disciplinaran en su gasto; si se cultivaran y dejaran de ver la televisión abierta; si comieran bien y practicaran algún deporte en vez de beber cerveza y mirar el futbol, podrían conquistar la cima del éxito y ser el siguiente Bill Gates o por lo menos Salinas Pliego.

Bueno, creo que a estas alturas podemos ya dejar de lado la ironía. Cualquiera que haya llegado a este punto asintiendo en sintonía con todas las horribles ideas antes expresadas, es lo bastante idiota como para desterrarse solito de esta columna sin que lo echemos en falta.

Bien, pues hay un nuevo cretino, subproducto de la malhadada Cuarta Transformación, que comparte las mismas ideas absurdas y peligrosamente cándidas de la meritocracia, pero con un ligero twist.

Lo he visto en redes, lo he escuchado en pláticas informales y hasta lo repiten algunos de los opinadores afines al régimen lopezobradorista. Se ufanan de la cartera de precandidatos con que Morena encara (con ilegal anticipación) la sucesión presidencial, como si ello constituyera otro logro que sumarle a la administración del macuspano.

El mismo Presidente es el primero en hacer alarde de que sus gallos (corcholatas, las llama él) son varios y de buena estirpe... Mientras que una oposición moralmente derrotada y por demás neutralizada, está tundida llorando en la lona, incapaz de levantar un sólo perfil candidateable.

Primero que nada, me caga que el tlatoani del Palacio no entienda otra forma de hacer política, ni siquiera de ejercer el poder, que no sea en términos electorales, pero eso es tema aparte. Sólo quería sacarlo de mi sistema.

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Que la oposición no ha podido levantar, por más nombres que se barajen, una miserable precandidatura porque son imbéciles o incapaces, probablemente sea cierto.

Pero que Morena cuente con su colección de corcholatitas no significa en modo alguno que sean mejores, o más organizados, o tengan mejores atributos que la oposición.

Como tampoco quiere decir que esta prematura versión de “The Cannonball Run” (“Carrera de Locos”. Needham, 1981) esté justificada en los incontables logros (?) del Gobierno de López.

Su ventaja y posicionamiento deriva simple y sencillamente del hecho de que están en el Poder, son miembros del partido oficial y han venido ocupando los cargos de mayor relevancia y proyección.

¡Es lógico y es normal! Ni siquiera han necesitado ser medianamente eficientes. Y lo digo por la Jefa de Gobierno de la CDMX. ¿Cuánto le habrá costado en dinero público, en violaciones a la ley electoral y en desatención a la ciudad que decía gobernar, la relativa ventaja de la que ahora goza la Sheinbaum? ¿A poco en serio alguien la considera medianamente articulada o brillante? ¿No resulta obvio que si el barrio la respalda, es porque está amparada por el manto protector del macuspano?

Tenemos luego a Marcelo Ebrard, unos puntos por debajo, en segundo lugar... ¡Y es todo! ¡Párele de contar! Al día de hoy ningún otro precandidato está realmente en la contienda. Así que tampoco es como que el Presidente tenga a todos los Avengers disputando la contienda interna. El tercero es Adán Augusto López y está tan abajo y es tan repudiado que literalmente no puede salir a la calle o al beisbol sin que le mienten su tabasqueña madre.

Y no estoy tratando en absoluto de eximir con esto a la oposición, que entre la corrupción inherente a los partidos que la conforman y la de sus líderes, su incapacidad absoluta para servir como contrapeso del poder así como para dialogar y llegar a acuerdos, los tiene totalmente anulados y desde ya en la ruta de perder la próxima elección federal.

Sólo trato de explicar que la meritocracia que algunos quieren ver en el “logro” de que Morena tenga dos corcholatas y una colección de infelices con aspiraciones, es dudosamente encomiable y si acaso les representa una ventaja, es una ventaja necesariamente recargada en el poder, como en su momento recargaba el PRI su supremacía electoral en su condición de partido de Estado.

La idea de la meritocracia es una trampa engañosa, tanto para la mente obtusa como para la secta cuatroteísta que, con todo su ser, quiere creer que se están haciendo las cosas bien y de distinta manera.

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