Síndrome de John Wick; indignación por el maltrato animal
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John Wick es el protagonista de una exitosa saga fílmica que al día de hoy suma cuatro entregas, aunque hay planes para una quinta, además de spin offs y crossovers, sin contar videojuegos, novelas gráficas y apariciones en otros medios.
Wick (interpretado por el peor actor más amado de todo el mundo, Keanu Reeves) es un asesino a sueldo retirado desde la primera película estrenada en 2014. No obstante, desde entonces se ha dedicado a matar más gente que los tacos callejeros, aunque todos malosos por fortuna y de maneras más creativas que las enfermedades gastrointestinales.
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Este paradigma del justiciero al margen de la ley tuvo su detonante en un hecho traumático; un horrible acontecimiento al inicio de la cinta original lo convirtió en una máquina de repartir plomo y hostias.
¿Qué fue lo que convirtió a John Wick en un importante inhibidor demográfico? Bueno, sucede que mataron a su perrito. Así es, los muy desalmados mafiosos mataron a su único compañero en el mundo. Y una regla de Hollywood, pero también de la vida real es: ¡Con los perritos no!
Al día de hoy pocas cosas indignan tanto como el maltrato hacia nuestros canídeos amigos. Sí, hay otros animales de compañía y claro que su maltrato también causa desazón colectiva, pero pasa que los perritos ocupan un lugar privilegiado por ser la primera especie que firmó un contrato de convivencia con el ser humano:
-¿Cómo la ves, lobito, si te procuro comida para que ya no tengas que arriesgarte cazando otros animales; a cambio me dejas acariciarte el lomo y me avisas si viene algún depredador o el abonero de Coppel?
-¡Vale! ¡Pero no me vayas a poner nombres nacos, ni playeras del Cruz Azul, ni me vayas a estar cruzando hasta que salga un pug!
Y a pesar de que incumplimos miserablemente, como los changos traidores que somos, nuestros chuchos permanecen fieles a nuestro lado. Por eso, aunque usted ame a los caballos, a los hamsters, a las tortugas o a las gallinas, ninguno puede igualar el vínculo emocional e histórico que la humanidad tiene con el “firulais”. ¿Los gatos? Son lindos, pero ni siquiera están del todo domesticados, si fueran apenas un poco más grandes nos asesinarían sin dudar.
Ahórrese por favor, si es uno de esos fanáticos ambientalistas, la molestia de llamarme “especista” porque me gusta comer hamburguesas sin reparar en el sufrimiento de los animales donadores de pulpa molida premium, ya que, le insisto, estamos hablando de la criatura con la que hemos desarrollado un vínculo durante los últimos 30 mil años. Así que no trate aquí por favor de reivindicar a otra especie o de ponderar a su favorita, mucho menos si es la humana. Ahórrese ese choro de que deberíamos darle prioridad a nuestros congéneres, porque ni una cosa está reñida con la otra y se supone que como especie dominante estamos a cargo del planeta y de cuantos lo habitan.
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Era natural entonces que el dar a un perrito la más horrenda de las muertes, arrojándolo vivo a un cazo de aceite hirviendo, indignara a todo el país. De hecho, mucho me habría decepcionado que no fuese tal nuestra reacción. Somos por fortuna mayoría quienes nos horrorizamos ante lo que no es sino la imagen misma del subdesarrollo.
Siempre que he visitado el primer mundo he podido identificar tres constantes que deberíamos envidiarles: 1) orden y limpieza, 2) muchas áreas verdes y 3) cero animales en situación de calle.
No, no es el poder adquisitivo, ni el mosaico cultural, ni las opciones de esparcimiento; son estos tres simples rasgos comunitarios los que nos pueden acercar o distanciar de las sociedades a las que tanto anhelamos parecernos.
Podríamos incrementar nuestro nivel adquisitivo y de bienestar; pero mientras sigamos siendo desordenados, desvinculados con el medio ambiente e indiferentes al sufrimiento animal, continuaremos siendo unos jodidos subdesarrollados. En cambio, si hoy mismo resolviéramos esos tres aspectos, inmediata y automáticamente elevaríamos nuestra categoría social, y nuestra plusvalía se iría también por las nubes.
Lograrlo requiere esfuerzo y un nuevo marco legal (el actual es insuficiente o nadie lo observa). Se requiere un proyecto de ley perfectamente redactado y mejor implementado, porque fallar en cualquiera de sus etapas podría agravar el problema o crear una crisis inusitada. ¿Se acuerda cuando prohibieron a los animales de los circos y estos simplemente se deshicieron de ellos?
El sufrimiento canino es incalculable, aun en un Estado como Coahuila en el que, según estadísticas recientes, 8 de cada 10 hogares tienen al menos una mascota; y de estas, 8 de cada 10 son perros. Sin embargo, más de medio millón de ejemplares deambulan por las calles sin dueño, sin hogar.
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Multiplique las penurias de 650 mil amiguitos que, luego de una vida miserable y de privaciones, terminan atropellados o capturados y sacrificados por un sistema sanitario que no se da abasto. Pues nadie, salvo nosotros, nosotros y nuestra maldita irresponsabilidad, tenemos la culpa de esta población desmesurada de animales callejeros.
Es apremiante que todos, absolutamente todos los animales domésticos estén registrados, con chip, en una base de datos de la que participen propietarios y todos los veterinarios sin excepción; es necesario además que todos los perros sí o sí estén esterilizados, salvo muy excepcionales permisos de crianza (controlada, limitada y jamás con fines de lucro) y no libre de impuestos; y es necesario desde luego que todos cumplan con el esquema de vacunación como mínimo.
Pero si una ley así entra de forma agresiva, intimidatoria o le representa un gasto repentino muy oneroso a los propietarios de mascotas, muchos van a preferir ahorrarse problemas deshaciéndose de sus animales sin pensárselo siquiera. Tiene que ser un paso tan gradual, tan amable, tan sensible que apenas y nos demos cuenta. Hablamos de un proceso de años.
Yo no sé si el próximo gobierno estatal tiene planes concretos para Coahuila más allá de un mero eslogan de campaña; no sé si tienen un diagnóstico realista de dónde estamos y en dónde y cómo nos gustaría vernos dentro de seis años (no se admiten lemas propagandísticos). Sobre todo, no sé con qué piensa ejecutar cualquier plan que tenga, dado el enorme boquete financiero que el gobernador electo hereda y del que no le gusta hablar.
Me gustaría saber si tiene contemplado el trabajar en nuestra relación con el entorno, pues creo que con algo de inteligencia y sin necesidad de una inversión desmesurada, podría hacer una gran diferencia e impactar positivamente en nuestras vidas.
Ello podría resultar muy realista sin entrar en conflicto con ningún otro proyecto o plan que tenga trazado.
No es un asunto de compasión solamente, como ya le digo, mejorar nuestro entorno tendría un impacto directo e inmediato en nuestra calidad de vida y en aspectos concretos como nuestra salud.
Acabar con la disonancia de nuestro entorno, ordenarlo, enverdecerlo y no consentir el sufrimiento animal ni provocado ni por omisión, sería un excelente legado y nosotros el día menos pensado estaríamos desayunando en el primer mundo o algo muy parecido.