‘El que te mantiene te detiene’, la política económica que ata a México con EU

Opinión
/ 28 noviembre 2024

“Esa mujer tiene un pasado”. Las anteriores palabras, dramáticas como las de una alta comedia de Benavente, Linares Rivas o Echegaray, le dijeron los papás de aquel muchacho a su hijo, pues se quería casar con una dama que de tal no tenía nada. “No me importa su pasado –opuso el mozalbete–. Ya pasó”. “Todos los hombres del pueblo le conocen los lunares” –adujo, desesperada, la mamá–. Y el hijo: “No tiene tantos, y además el pueblo es chico”. Declaró el padre: “Está toda agujerada”. Replicó el boquirrubio: “No la quiero para llevar agua”. Gemía y lloraba la señora; rugía y rebufaba el genitor, pero el mozo se mostraba firme; desposaría a la mujer, que además iría de blanco al altar para befa y escarnio de las malas lenguas. De súbito una idea iluminó al señor. Le dijo a su retoño: “Mira, hijo: si no te casas con esa vieja te compraré un coche deportivo del año, convertible”. Al escuchar tal cosa el rostro del doncel se iluminó. Preguntó entusiasmado: “¿De qué color, apá?”. El relato del anterior suceso –verídico, no histórico– me sirve para ilustrar la gran verdad contenida en el apotegma popular que dice: “El que te mantiene te detiene”. No puede haber plena libertad, en efecto, sin autosuficiencia económica. Y nuestro país carece de esa forma de independencia. Sobre todo en el renglón alimentario dependemos en buena parte de los productos que nos llegan de Estados Unidos. Así, conceptos como el de soberanía se vuelven términos propios para discursos nacionalistas, pero no para esgrimirlos en foros en los cuales esos vocablos suenan huecos y sin contenido. En un mundo globalizado lo que manda es el dinero, y nosotros andamos escasos de él por dos razones: porque no lo hemos ganado y porque lo hemos malgastado. La herencia religiosa y social que de España recibimos nos llevó a despreciar las riquezas materiales. Lo del camello y el ojo de la aguja fue parte sustancial de nuestro credo, y al dinero lo llamamos “el estiércol del diablo”. Sentíamos desdén por el trabajo manual; pensábamos que de los pobres es el reino de los cielos. En cambio los norteamericanos, cuyos principios religiosos incluían la ética del trabajo, veían el dinero como el premio que el Señor da a quienes lo ganan con su esfuerzo y su talento. De ahí la riqueza de nuestros vecinos; de ahí nuestra pobreza. La explicación es simplista, ciertamente, pero todas las explicaciones reales son simplistas. Me pesa decirlo –el discurso patriotero oído durante décadas influye en mí–, pero no podemos, como dice la expresión de pueblo, ponernos a las patadas con Sansón. Tenemos formas de resistirlo, mas no con palabras discurseras sino con datos duros que lo convenzan y lo lleven a moderar su fuerza. No hay borracho que coma lumbre, reza otra frase popular, y Trump no puede ignorar las realidades geopolíticas que impone a su país y, por tanto, a su gobierno la vecindad con México. Tampoco nosotros podemos ignorar esa cercanía y sus consecuencias. China está muy lejos, por más que la globalización del mundo acorte las distancias. Debemos cuidar más la relación con el vecino de al lado que con el que vive en ciudad alejada de la nuestra. Pero Sansón mismo ha de tener cuidado. Si hace caer las columnas, también el techo se desplomará sobre él... En el Ensalivadero, solitario y umbroso sitio al que acuden por la noche en sus automóviles las parejitas en trance de ardimiento, el excitado galán trataba de convencer a su remisa dulcinea. Le dijo: “Anda, Bustilia; lo único que tienes que hacer es pensar que tú eres una vaquita muy maternal y yo un becerrito muy hambriento”. (No le entendí)... FIN.

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