El secreto del éxito

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Don Rómulo Garza fue uno de los grandes capitanes de la industria en Monterrey. Estaba relacionado principalmente con el vidrio, pero tuvo además otros negocios de importancia como Troqueles y Esmaltes. Contribuyó a formar aquella filosofía de los empresarios regiomontanos, filosofía que se fincaba en tres palabras: “Trabajo y ahorro”. Quien ejerciera esas dos virtudes prosperaría aun a pesar suyo.
En cierta ocasión un hombre joven le pidió a don Rómulo unos minutos de su tiempo.
-¿En qué te puedo servir? -le preguntó, afable, el señor Garza.
-Don Rómulo -le dijo el muchacho-, quiero que me haga usted el favor de decirme cómo triunfó usted, cuál es la receta de su éxito como empresario e industrial.
-Te daré esa receta -le respondió de inmediato don Rómulo-. Existe en verdad una receta para el éxito. Fue la que me hizo rico. Es, además, una receta muy sencilla.
-¿De veras? -se entusiasmó el muchacho-. Dígamela, por favor, don Rómulo.
-Mira -contestó bajando la voz el señor Garza-. Para triunfar yo hacía esto: todos los días me levantaba a las 5 de la mañana y echaba una meadita. Esa es la receta para el triunfo.
-¿Una meadita tempranera lleva al triunfo? -se sorprendió el muchacho-. ¡Fantástico! Si yo hago eso mismo ¿triunfaré también?
-Indiscutiblemente -le aseguró don Rómulo-. Yo te lo garantizo.
Se fue el muchacho feliz: llevaba consigo la fórmula infalible para el éxito. Pasó un año, sin embargo, y el joven empresario buscó de nuevo al señor Garza.
-Don Rómulo -le dijo desolado-. Seguí al pie de la letra su receta y no me ha dado resultado. Estoy como estaba antes de que usted me diera la fórmula del éxito.
-No entiendo -le respondió con preocupación el empresario-. ¿Estás seguro de que has seguido al pie de la letra la receta que te di? ¿Te levantas todos los días a las 5 de la mañana a echar una meadita?
-Todos los días hago eso, sin fallar -replicó el joven-. Y sin embargo no veo los resultados.
-Qué raro -se rascó dubitativamente la barbilla el buen don Rómulo-. Pero, dime: ¿qué haces después de echar esa meadita de madrugada?
-¿Qué hago? -respondió con extrañeza el muchacho-. Pues me vuelvo a acostar, naturalmente.
-¡Ah! -exclamó don Rómulo-. Ahora entiendo por qué la meadita no te ha dado resultado. Yo después de echar la meadita me iba a trabajar.
Al escribir esto recordé una cuarteta que venía en mi libro de lectura de segundo año de primaria, libro llamado “Poco a poco”. Decían así esos versitos:
De la suerte nunca esperes
ni dinero ni ventura.
Trabaja, niño, si quieres
ser dueño de una fortuna.