El zopilote mojado
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Nadie debería hoy leer esta columna. A mí mismo me provocó náuseas mientras la escribía. Trata del zopilote. Hace algún tiempo fui a una ciudad fronteriza en viaje de trabajo, y por el camino vi un extraño espectáculo: un numeroso congreso de zopilotes, posado cada uno en lo alto del quiote de un maguey como un gran penacho negro. Tenían todos las alas abiertas. Pensé que la reciente lluvia les había mojado el plumaje, y lo secaban a los rayos del sol que acababa de aparecer entre las nubes.
El nombre científico del zopilote es Cathartes atratas, del griego “katarsis”, que significa purificación. El nombre náhuatl del zopilote viene de tzotl, suciedad, inmundicia, y piloa, colgar, debido a que muchas veces se le ve llevando en el pico un colgajo o piltrafa de carne muerta. En el norte al zopilote lo llamamos “aura”, bella palabra que no corresponde al feo pajarraco. La acepción no es registrada por el lexicón de la Academia.
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En el Museo Nacional hay un curioso libro editado en 1895, “Catálogo de la Colección de Aves”, en el cual su autor, el naturalista don Hernando Herrera, distingue con cuidado entre aura y zopilote. Respeto la ortografía original:
“...La aura vive en Norte América, Méjico y Sur América, hasta el Estrecho de Magallanes; el zopilote abunda en gran parte de Norte América, Méjico y Sur América hasta los 41 grados de latitud sur...”. Quién sabe cómo hará el zopilote para saber que no debe ir más allá de ese paralelo.
Afirman los ornitólogos que en la época prehispánica había pocos zopilotes en nuestro territorio, pero se multiplicaron a la venida de los españoles a causa del ganado vacuno, caballar y otros animales que trajeron los conquistadores. “... Hoy pululan −dice el doctor Rovirosa−, pues los españoles aprendieron a respetarlos tanto como los indios...”. Y aquí viene la parte que no se debería leer:
“Lo primero que el zopilote come del animal –asegura Rovirosa– son los ojos”. Y añade con singular delicadeza: “Luego laceran el ano a picotazos”.
Hago una pausa para recuperar el aliento. Y sigue el mismo autor:
“...Tienen un olor fétido, debido a la naturaleza de su alimentación, que los pone al amparo de casi todos sus enemigos... Cuando algún animal los ataca, vomitan una parte de lo que han comido, para inspirarle asco...”.
Permítanme hacer otra pausa.
A causa de la misma fetidez que llevan consigo los zopilotes no construyen nidos: depositan sus huevos en las grietas de las rocas. Por alguna extraña razón no hay zopilotes en Australia. Alguna otra ave debe existir ahí que cumpla la función sanitaria de las auras.
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Datos curiosos acerca de los zopilotes:
- Son casi mudos.
- En Cuba se les necesita tanto, a causa de la humedad del clima, que antiguamente la Iglesia Católica excomulgaba a quien mataba uno.
- Para localizar al animal del cual se alimentarán no se guían por el olor, como generalmente se cree, sino por la vista. Eso explica que las auras vuelen sobre un animal agonizante, que por no estar muerto aún, todavía no hiede.
- En 1750 el rey Fernando VI de España recibió un zopilote o aura como regalo singular enviado por el Virrey de la Nueva España. En la corte causó admiración ese gran pájaro de cabeza y pescuezo rojos, que fue muy admirado por las damas.
- Después de los estragos causados por el sexenio anterior, en el cielo político de México se ven hoy muchos zopilotes.