Lepra

Opinión
/ 10 septiembre 2024

Hay una narrativa, quizás la más influyente sobre los encuentros humanos marcados por el amor y la misericordia: la parábola, descrita en los evangelios cristianos, del hombre que fue asaltado, herido y dejado al borde del camino, hasta que un buen samaritano, movido por la compasión, lo encontró y socorrió:

Cuando un doctor en la Ley Le preguntó al pobre de Nazaret “¿Y quién es mi prójimo?”, Jesús contestó: “Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, y le salieron al paso unos ladrones que le despojaron y molieron a golpes, dejándole medio muerto al marcharse. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino, y al verle pasó al otro lado del camino. Igualmente, un levita que también pasaba por aquel lugar, al verle pasó al otro lado. Pero un samaritano que iba de viaje, se le acercó, y al verle sintió misericordia. Llegó a él, le vendó las heridas, bañándolas con aceite y vino, y subiéndole en su propia cabalgadura le llevó a la posada y se cuidó de él. Y al día siguiente sacó dos denarios y los dio al posadero, diciéndole: Cuida de este, y lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando vuelva.

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¿Cuál de estos tres se mostró prójimo con el que había caído en manos de los ladrones? Él dijo: Aquel que practicó con él la compasión—. Jesús le dijo: —Ve, pues, y haz lo mismo”.

Esta parábola ofrece un aprendizaje profundo: el encuentro entre el hombre herido y el buen samaritano revela un acto de humanidad que constituye la esencia misma de la ”projimidad”, esa cualidad de ser cercano al prójimo, que fomenta la compasión y puede transformar nuestra percepción de los demás y de nosotros mismos.

El buen samaritano actúa conforme a su sentir natural, ayudando a quien reconoce como “su” prójimo. Este acto de ayuda es libre y, por ello, creador, un rasgo distintivo, inmanente y sublime de la naturaleza humana.

En contraste, los otros hombres que pasaron de largo, con su indiferencia e insolidaridad, no solo laceraron el alma del abandonado, sino que también erosionaron su propio sentido de humanidad. Al negarse a ayudar, dañaron, en el nivel más profundo, tanto a este hombre como al espíritu de la humanidad en su conjunto; fueron más inhumanos que los ladrones que dejaron al hombre moribundo en el camino.

En medio del vértigo actual, urge reconocer al “otro”, caminar en fraternidad siendo cordiales. Compasivos. Misericordiosos.

DESIERTO

En este contexto, Antoine de Saint-Exupéry relata un momento crucial en su vida cuando, tras un aterrizaje forzoso en el desierto, él y su mecánico quedaron perdidos y, lo que es aún más grave, sin agua. En medio de la desolación, aparece “el hombre más humilde del desierto”, un beduino, quien, con un gesto de generosidad, les ofrece su bien más preciado: parte de la escasa reserva de agua que él mismo necesita para continuar su largo viaje.

Así, Saint Exupéry narra su experiencia: ”¡Ah! Habíamos perdido la pista de la especie humana, nos habíamos alejado de la tribu, nos encontrábamos solos en el mundo, por una migración universal, y he aquí que descubrimos, impresos en la arena, los pies milagrosos del hombre”.

“El nómada avanzó sobre la arena, nos dice, como un dios sobre el mar. El árabe nos ha mirado, simplemente. Nos ha empujado con las manos en nuestros hombros, y hemos obedecido. Nos hemos tendido. No hay aquí ni razas, ni lenguas, ni divisiones. Hay ese nómada pobre que ha posado sobre nuestros hombros manos de arcángel.

En cuanto a ti que nos salvas, beduino de Libia, te borrarás, sin embargo, para siempre de mi memoria. No me acordaré nunca de tu rostro. Tú eres el Hombre y te me aparecerás con la cara de todos los hombres a la vez. Nunca fijaste la mirada para examinamos, y nos has reconocido.

Eres el hermano bien amado. Y, a mi vez, yo te reconoceré en todos los hombres. Te me aparecerás bañado de nobleza y de benevolencia, gran Señor que tienes el poder de dar de beber. Todos mis amigos, todos mis enemigos en ti marchan hacia mí, y no tengo ya un solo enemigo en el mundo”.

El beduino es el buen samaritano de tiempos modernos; es él quien les salva la vida, pero su gesto va mucho más allá: con su acto, encarna y hace palpables los valores humanos más hondos de la misericordia y la compasión.

Estos hombres, perdidos y aislados del mundo, encontraron en el beduino no solo el agua que tanto necesitaban para sobrevivir. Este desconocido se convirtió en un símbolo de la humanidad entera, extendiéndoles sus brazos y ofreciéndoles hospitalidad. Con generosidad, los rescató de la forma más profunda de marginación que alguien puede sufrir: la soledad, el abandono, ese brutal desapego que hoy prevalece en nuestra sociedad bajo el nombre de indiferencia, un mal que no podría persistir si nos volcáramos hacia la ”projimidad”.

Este pasaje refleja nuestra más magnánima humanidad: el aprecio sublime hacia los “otros”, esos desconocidos que anhelan la cercanía de sus semejantes, que necesitan la misericordia y la mirada atenta de quienes comparten su misma condición humana.

TERNURA

Sobre este tema el Papa Francisco comenta: “El problema que nosotros tenemos hoy, no es tanto lo que uno dice o lo que no dice, sino el cómo. Podemos decir cosas dentro de un laboratorio, totalmente asépticas que no sirven para nada.

“Podemos decir cosas a la distancia, son declaraciones que tampoco pueden servir mucho, por ahí te inspiran en algo. Lo importante es decir las cosas con “projimidad”, con cercanía. Y cuando uno es capaz de decir las cosas con cercanía y con “projimidad” expresa la ternura: la ternura de una caricia, la ternura de una mirada serena, sencilla. La ternura de una palabra de ánimo, la ternura de acompañar al que se queda rezagado”.

HABLO...

El Papa tiene toda la razón; por ello, he querido traer a colación estas dos historias como una manera de alertar sobre la “projimidad” que a menudo olvidamos en nuestras acciones diarias.

Me refiero, por ejemplo, a la crisis humanitaria de los migrantes, que huyen del terror en sus países de origen solo para encontrarse con la violencia en el nuestro; hablo de los niños que trabajan, de los ancianos abandonados, de los indigentes y de los millones de seres humanos que viven en la pobreza. También incluyo a aquellos que, aunque están cerca, los ignoramos: los miembros de nuestra propia familia, quienes a menudo se sienten desatendidos y olvidados, privados de nuestra mirada, nuestro tiempo y nuestra presencia. Todos ellos, quizá, padecen de sed en el desierto de su suerte, abandonados en la inhumana indiferencia, esa enfermedad que irónicamente surge en la proximidad humana.

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EPIDEMIA

Me refiero a esa enfermedad descrita por Teresa de Calcuta: “Ustedes que viven tan cómodos, en realidad padecen sin saberlo una lepra en el alma mil veces peor que la que se sufre cotidianamente en las barriadas más pobres de Calcuta... Esa lepra es la soledad de no tener una mano fraternal; no tener a alguien que vea con interés y consideración, de no ser amado. Cualquier ser es feliz con el solo hecho de ser amado. Cualquier ser es feliz con el solo hecho de sentirse amado. He pasado frente a sus grandes casas y he visto más infelicidad que en las casuchas y zanjas de Calcuta. En Londres, solo saben que uno de sus vecinos murió cuando ven apilarse las botellas de leche en las puertas de sus casas.”

Teresa de Calcuta no hablaba metafóricamente; hoy en día, esta realidad perversa sigue devastando y destruyendo nuestro país en muchos sentidos.

A pesar de las duras circunstancias cotidianas, tengo la esperanza de que la “projimidad”, esa misericordia ejemplificada por el buen samaritano y el beduino, puede ofrecer un camino para salvar a México del desencuentro social.

Más allá de la santidad, necesitamos la “projimidad”: descubrir y sentir las carencias del prójimo siendo mexicanos sensibles.

Es urgente despertar. Requerimos incomodarnos ante la provocada división social; comprender que, aunque así están las cosas, personalmente no todo da igual y que, en definitiva, en nosotros se encuentra la capacidad de hacer una pequeña, pero significativa, diferencia: eliminar, mediante nuestra “projimidad”, la imparable lepra que cotidianamente consume nuestra propia humanidad.

cgutierrez_a@outlook.com

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