Espíritu deportivo vs. espíritu democrático
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Dos sucesos acaparan la atención: los juegos olímpicos y las elecciones de Venezuela.
Los juegos olímpicos, además de la fiesta multidisciplinaria que conllevan, evocan valores como la solidaridad, la cooperación, la comunicación, la participación, la tolerancia, el respeto a los demás, el trabajo en equipo, la convivencia, la perseverancia, etcétera.
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Hoy la justa olímpica coincide con eventos políticos y sociales que invitan a reflexionar en torno al espíritu que encierran los juegos iniciados en Grecia, cuna de la democracia.
Por su origen, en ambas “competencias” podemos advertir similitudes, pero también diferencias cuando del ejercicio del poder se trata.
La evolución, en cada caso, implicó su apertura, pues la competencia deportiva era exclusiva de las clases nobles; sin embargo, el tiempo y la anexión de nuevos territorios extendieron la participación al resto de la sociedad. La democracia que sólo contemplaba varones, mayores de edad, en uso de sus facultades y no extranjeros, hoy es mucho más inclusiva.
El objetivo es competir distintos atletas o aspirantes a cargos para conseguir el triunfo, donde existen principios comunes: las oportunidades de ganar deben ser iguales para los contendientes, siendo sus propios méritos los que decidan; el premio del juego se podrá disfrutar por tiempo determinado, pasado el cual se disputará una nueva ronda; el triunfo otorga al ganador el estatus de campeón o el derecho de ejercer el poder durante el periodo fijado, pero no el de obtener ventajas en la siguiente ronda; el ganador deberá compartir el podio o los puestos de poder con los vencidos; el desconocimiento del veredicto implicará riesgo y un fuerte costo.
En la justa olímpica existía una tregua (Ékécheiria) que prohibía actividad de guerra antes, durante y después de su celebración, lo que daba seguridad a quienes participaban y se trasladaban a Olimpia, ésta era obligatoria, ya que las polis que no la aceptaran quedaban excluidas de los juegos y si la rompían eran sancionadas. En la justa comicial, en periodos interproceso, la certeza de una siguiente ronda incentiva (en teoría) a cumplir con el electorado y a promover los intereses generales para conservar el apoyo político, además de que los gobernantes se vigilan mutuamente para detectar irregularidades de sus rivales, lo que les dará ventaja y quienes ejercen el poder saben que están condicionados por el tiempo de su gestión, lo que (en teoría) inhibirá que incurran en transgresiones a los límites de su autoridad.
Los juegos olímpicos se celebraban entre ciudadanos griegos, comenzaban el año anterior, los atletas debían entrenarse en sus ciudades para trasladarse a Olimpia y, antes de la ceremonia inaugural, realizaban un juramento en el que se comprometían a realizar una competición limpia y haber cumplido las normas y entrenamientos previos a su inicio. En los juegos de la era moderna (1894) se estableció el lema: “Lo esencial en la vida no es vencer, sino competir bien”; con la conciencia de que la recompensa es la gloria y la superación propia, bajo esos principios se han celebrado, ininterrumpidamente, excepto en las dos guerras mundiales.
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Ejemplos del espíritu deportivo son, por una parte, el gesto del corredor Iván Fernández, al ayudar a Abel Mutai a ganar una carrera, en 2012, y lo que manifestó al respecto: “Mi sueño es que algún día podamos tener una especie de vida comunitaria”, en la que lo importante es ganar con honor y mérito propio; y, hace unos días, la reverencia realizada por Simone Biles y Jordan Chiles, ante la brasileña Rebeca Andrade, al ganar el oro en la prueba de manos libres en la gimnasia artística femenil, en un reconocimiento a su esfuerzo y mérito.
En cambio, contrario al espíritu deportivo, en los comicios, cuya función primordial es promover la sucesión del poder de forma pacífica y ordenada, manteniendo la estabilidad política y la paz social, a pesar de que se establecen las reglas que todos los contendientes conocen previamente, la celebración de la competencia no garantiza que se cumplan los valores y fines de la democracia pues, para ello, deben satisfacerse condiciones para garantizar el sufragio universal, el juego equitativo y libre, con la resolución de quien ganó y quien perdió, pero sobre todo con la disposición a aceptar una eventual derrota después de un proceso transparente y sin trampas, que obligue a los competidores a la superación propia que impone la justa competencia.