- 23 septiembre 2024
Fábricas de sueños (II)
“Quita el falso oropel que cubre a Hollywood y abajo encontrarás el verdadero oropel”. Esa frase la hizo −es frase hecha− Oscar Levant, músico y actor, es decir neurótico, hipocondríaco, insomne, megalómano y esquizofrénico.
Hollywood es tan irreal que se vuelve extremadamente real. Las mentiras que inventa Hollywood acaban por ser la verdad del mundo. Los nutriólogos dicen: “Somos lo que comemos”. Sostienen los académicos: “Somos lo que leemos”. La verdad monda y lironda es que somos lo que son las películas y series que vemos. Bien vistas las cosas, el mundo de hoy es lo que el cine ha determinado que sea.
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Hollywood es una exageración. El epitafio en la tumba de Ernie Kovacs, actor muerto prematuramente, retrata con exactitud a la Meca del Cine. Dice esa lápida: “Nothing in moderation”. Nada con moderación.
Las letras gigantes con el nombre “Hollywood” sobre el cerro Lee corresponden a la manía de grandeza de quienes viven ahí. También relatan las alzas y las bajas en la industria de las ilusiones. Cuando surgió la televisión el cine pareció que iba a morir. Las salas de exhibición se vaciaron: todo mundo estaba en la de su casa abriendo la boca ante aquella novísima invención. Se contaba de un señor que llamó por teléfono a un cine para preguntar a qué horas empezaba la función. Le preguntó el gerente, suplicante: “¿A qué horas puede usted venir?”.
Esos quebrantos se reflejaron en el letrero con el nombre de Hollywood. Fue abandonado. Los vándalos se robaron una O. La primera L se cayó. Quedó doblada la segunda. Las otras letras dejaron de verse desde lejos, por el óxido.
Se formó un patronato para recatar el ícono. A fin de obtener fondos se sacaron las letras a subasta. Hugh Hefner, magnate de la revista Playboy, organizó una función de beneficio en su casa, y ahí ofreció las letras, cada una a 28 mil dólares. Él mismo compró la H; el vaquero Gene Autry adquirió una L; cierto donante anónimo pagó una O en memoria de Groucho Marx... Las recaudaciones superaron lo esperado, y las viejas letras de lámina acanalada fueron sustituidas por otras, flamantísimas, de acero inoxidable. Eso sí: el dinero no alcanzó para mantener permanentemente iluminado el signo, como antes. Hasta donde sé, desde 1978 el alumbrado con que cuenta el letrero se ha encendido sólo en tres ocasiones: cuando la reinauguración del monumento; en 1984, en ocasión de la Olimpíada celebrada en Los Ángeles, y en 1999, con motivo de un centenario más de la ciudad.
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El letrero no ha vivido sin algunos incidentes. El día de Año Nuevo de 1976 los angelinos rieron al ver que un grupo de entusiastas fumadores de mariguana habían hecho con pintura alteraciones a las dos O finales de la palabra “Holywood” de modo que se leyera: “Hollyweed”. El vocablo “weed” quiere decir hierba. Y es que a partir del primero de enero de ese año ya no era delito la posesión de mariguana, sino falta menor. Con motivo de la visita del Papa a Los Ángeles otros entusiastas, éstos católicos devotos, camuflaron una de las dos L para que el letrero no dijera HOLLYWOOD, sino HOLYWOOD, es decir bosque sagrado.
Los dos disímbolos episodios que he narrado contienen un símbolo: todos los extremos pueden coincidir en esa extraña fábrica de sueños, en ese extremo extremo: Hollywood.
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