Gracias por tanto, René Molina

Hay atmósferas especiales que nacen alrededor del fogón. Desde tiempos inmemoriales, el ser humano hizo encuentros en los cuales celebrar la vida, pues había alimento para la subsistencia. La evolución de estos lugares nos llevó a las cocinas en casa y a los restaurantes, bien llamados sitios de reparación.

En ellos, nos unimos a la algarabía de los acontecimientos. Son fechas especiales las que nos hacen convivir alrededor de ellos. La cocina en los hogares es el sitio frecuentado por la tribu. Es el mejor momento para poner al día las noticias y las evoluciones y el desarrollo que van teniendo en las familias.

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Los restaurantes cumplen un papel encomiable de extensión de las cocinas del hogar. El encuentro familiar y de amistad se vuelve único. Hay momento para la celebración, hay momentos para la charla y la prolongación de las amistades.

Sobre las mesas flotan ambientes que alcanzan toda gama de sentimientos y sensaciones; en algunas sobresale la alegría, el alborozo, brincando las risas; en otras, a veces se percibe nostalgia, también tristeza.

En muchos, la vista y el aroma de los alimentos levantan las alegrías y en los otros casos logran aminorar un poco las sensaciones de tristeza. Sentirse acompañado por quienes acuden con las charolas, con quienes sirven el café, propicia que los sentimientos logren consolidarse y en algunos casos evaporarse.

Muchas, muchísimas experiencias de vida he tenido a lo largo de los años en el restaurante Viena. Un restaurante especial, el más especial de Saltillo, donde la acogida es inmediata. Al amparo de la bienvenida de sus dueños, la sonrisa de los meseros y el espléndido menú, mi llegada siempre me ha causado una plena sensación de bienestar.

Mi historia con el Viena nace gracias a mi querido e inolvidable maestro Javier Villarreal Lozano. Por él conocí la mesa que presidía el arquitecto Ismael Ramos, entrando a la izquierda, junto a los ventanales que dan a la calle. Una conversación única, irremplazable, la que formaban el arquitecto, el licenciado Villarreal, el doctor Aldrete, el maestro Laborde, y todos aquellos que se unían los sábados a ella, sabiendo que estaban ahí.

Se desayunaba menudo y huevo y palomas de ternera. Pero un día recibieron con igual alborozo a mi niño de meses y al unísono se pusieron de acuerdo para que a él le prepararan avena. Daban la bienvenida a todo mundo a su mesa.

Pasó un tiempo en que pude regresar al Viena sin que los recuerdos no cayeran en cascada, ante la ausencia de don Javier Villarreal Lozano. Habían sido jornadas muy felices junto a mi maestro en este lugar, un jefe como nadie. Generoso, providencial, de un sentido del humor único, un gran ser humano.

Cuando regresé este año, lo hice con mi hijo, ahora ya de 18 años, y de su mesa se levantó de inmediato el querido René Molina. Vino a saludarme con el mismo afecto que lo hacía cada día que acudíamos al Viena y, como siempre, me comentó lo que quien esto escribe había trazado en El juego de las esferas hacía unos días.

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El 1 de enero no quería creer la noticia de su fallecimiento, acaecido el último día del año pasado. Un hombre excepcionalmente bueno y generoso, que como bien dijo su hermano, era muy humano.

Él y su hermano, su familia, han hecho del Viena un lugar especial para el corazón de los saltillenses. Para mí, este sitio de reparación es el más cálido, acogedor restaurante. Lo vamos a extrañar mucho a don René Molina. Lo tendremos siempre en nuestro recuerdo, y le agradecemos a él y a su hermano y familia el crear una atmósfera única para Saltillo, donde nos congregamos la sociedad de Saltillo en toda su hermosa composición. “Buenos días”. “Provecho”, “¿Cómo le ha ido?”. “¡Qué bueno verlos!”, un ambiente de comensales, de los meseros, de los dueños.

Descanse en paz nuestro querido amigo René Molina y a su estimada familia todo mi cariño.