Hablemos de Dios 161: los nueve millones de nombres

Opinión
/ 10 febrero 2024

Dios. Nombrar a Dios, ver a Dios, platicar con Dios... algo imposible, sin duda. Escribió un poeta, de los más altos de América, Juan Gelman, exiliado en México por el horror de la barbarie argentina en su “Lamento por George Bentham”:

Por eso:
Fue cuando Dios comió y bebió
Tomó otras medidas populares
Que george bentham apareció triste morido...

La transcripción es literal. Igual la grafía. Nosotros los escritores, los poetas, le damos atributos a Dios que no tiene. Es decir, tratamos de hacerlo accesible, cognoscible, antropomorfo, cercano a uno, igual a uno... no lo es. De existir, claro. Dice el poeta en sus versos: Dios comió y bebió. Caray, es atribuirle complejos terrenos que imagino, no tiene. Si es esencia y sustancia pura, no necesita de alimentos ni de bebidas. ¿Las necesita? Entonces no es mayor ni menor a mí o a usted: es uno más de la manada.

Hartos, hartos comentarios me han llegado y siguen llegando con motivo de un texto aquí presentado en eso bautizado como “Block de Notas!, donde hablé del nombre de Dios. Es decir y para recordar y resumir: el ingeniero Guillermo López, al comentar en tertulia de un viejo pero intenso libro, “El retorno de los brujos” de Louis Pauwels y Jacque Bergier, editado por primera vez en 1960, los dos coincidamos en que recordábamos vagamente pasajes, extractos; claro, un panorama general, pero teníamos años sin releerlo a plenitud y en nuestra madurez.

El libro lo mandó pedir el ingeniero López. Llegó a mi mano vía su regalo y generosidad y ha sido un deslumbramiento una vez más. En su momento, conmocionó al mundo todo. Puso en el candelero público y a la discusión, el ocultismo, el esoterismo, la alquimia, libros perdidos y secretos, fenómenos paranormales, hoy eso ya aceptado universalmente: hay OVNIS... Un libro revolucionario el cual desafiaba (lo sigue haciendo) lo que usted y yo y todo mundo decimos es “normal y es cosa científica”.

Dentro de este libro, lo vuelo a resumir, hay un texto, un relato de Arthur C. Clark el cual los autores franceses lo trascriben: “Los nueve mil millones de nombres de Dios”. una maravilla de cuento nada descabellado, porque tiene un sustento bíblico y esotérico. Mágico, dirán otros. Lo he platicado antes: si usted puede nombrar, encontrar el nombre de Dios, usted abrirá la gloria y el mundo desaparecerá. Por eso Dios no es Dios, sino “El innombrable.” Es JHWH o IHWH. Es decir, es “Iahvé” o “Jehová” para hacerlo inteligible a nosotros, pero su nombre es IHWH. Trate usted de decirlo, nombrarlo, pronunciarlo... ¿No puede verdad? Imposible.

Quien encuentre este nombre, como los monjes tibetanos del texto de Clark, que tenían 300 años haciendo listas de los nombres de Dios (hasta completarlos todos, al parecer nueve mil millones, por las combinaciones de su abecedario), puede cerrar para siempre el universo y acaso, ver apagarse las estrellas una a una en el firmamento y habitar la eternidad... Pero, también hay errores. Humanos, claro. Ignoro la versión en inglés del texto de Clark, pero en la traducción en el título se habla de los “nueve mil millones de nombres de Dios”, y en el cuerpo del texto, se habla de los “nueve millones de nombres de Dios”.

ESQUINA-BAJAN

Pues sí, esto y no otra cosa es lo que ha desatado un verdadero alud de comentarios, apostillas y acentos a su servidor: los nombres de Dios. Insisto, Dios no tiene nombre. Es el “innombrable.” Como lo dije línea atrás. Usted lo sabe: en hebreo no hay vocales, menos en la antigüedad. Jesucristo hablaba arameo. ¿Y entonces el nombre de Dios? Pues es eso, un secreto iniciático, un calor agobiante, un estado de plenitud tal, que aquel humano que lo pueda pronunciar y convocar... abrirá el universo y lo cerrará y para siempre en un momento.

¿Y el rostro de Dios? caray, si no sabemos su nombre, menos su rostro. Afortunados los que vieron el rostro del maestro Jesucristo en su momento. Aunque y al parecer, él mismo sufrió una gran transformación cuando regresó de entre los muertos, cuando tuvo su resurrección. Recuerde usted los pasajes de los Evangelios donde los discípulos tenían miedo de él y nadie le reconocía.

Ahora bien, al único al cual y en su momento se pudo “ver”, fue a Jesucristo. A Dios nadie le ha visto, jamás. El rostro de Dios es mortalmente temible (Jueces 13 y Éxodo 33). En su momento, sólo aceptó a su “amigo” Moisés, pero usted conoce el triste final de Moisés. Ahora bien, ni el buen Moisés pudo ver en su momento a Dios, sólo lo pudo ver de “espaldas”, digamos, mientras pasaba. Después de haber “pasado” (Éxodo 33), insisto, no vio nada, sólo su resplandor que podía cegar. ¿Mantendremos un “cara a cara” con Dios o con su hijo, Jesucristo al momento de morir?

Mucho por explorar. Hay muchos “sobrenombres de Dios.” algunos y a vuela pluma: Sabaot: el señor de los ejércitos (Salmo 84:12). Nisi: el señor es mi estandarte (Éxodo 17:15). Shalom: el señor es paz (Jueces 6:24). En fin.

LETRAS MINÚSCULAS

“Que Dios cumpla su Promesa con los gorriones/ ellos de escaso amor/ saben desfallecer”. Emily Dickinson. Le creo.

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