Hablemos de Dios 232: poetas escribiendo de Dios
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No pocos comentarios me llegaron la ocasión pasada, el pretérito sábado cuando abordamos aquí usted y yo, la lectura del siguiente libro en clave divina: “Poesía en Movimiento” México en la poesía de 1915 a 1966, selección y notas de Octavio Paz, Alí Chumacero, José Emilio Pacheco y Homero Aridjis. Le repito, el prólogo completo, criticado en su momento y aún al día de hoy por no pocos detractores, es de Octavio Paz: el único sabio mexicano en haber ganado un Nobel de Letras entre nosotros. Y cosa grave y lamentable, hoy Octavio Paz está más olvidado que nunca.
La anterior selección de poetas y poemas fue hecha en 1966. Pero dicha nómina de poetas variopintos, no obstante la mayoría muertos, están más vivos, actuales y lozanos que nunca. Si usted quiere leerlos en tono de luz, de sol, de nostalgia, de melancolía, de hambre, de comida, de filosofía; vaya pues, en tono divino, usted obtiene respuesta. Así de sencillo y complicado. A la vez y sin contradicción de por medio.
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Todos los poetas recogidos en esta selección hablan de Dios, de la Biblia y de eso siempre inasible, lo sagrado, lo divino. ¿Algunos no lo hacen y abordan otros temas como lo es la vida misma o bien, la muerte? Pues por eso es dicha tensión de contrarios: lo sagrado y lo profano. ¿Quién no ha estado tocado por la Biblia completa o uno de sus libros o personajes?
Lea lo siguiente del inmenso José Emilio Pacheco: “En el último día del mundo –cuando ya no haya infierno, tiempo ni mañana– dirás su nombre incontaminado de cenizas, de perdones y miedo. Su nombre alto y purísimo, como ese roto instante que la trajo a tu lado”. Y este ser innombrable pues precisamente es uno de los nombres de Dios, valga la paradoja de por medio. De hecho, usted lo sabe, es YHWH. Es decir, algo, nombre impronunciable, innombrable.
Los cabalistas hablan que el mundo mismo fue creado con letras. Las letras son un poder divino, son una parte de Dios que se encarnó, que se contrajo en ellas. Para ellos, hay un apego “casi fetichista, pero no idolátrico” al texto, explican lo sabios de esto. Los rabinos dicen, las letras “son Dios.” Y de hecho, los cabalistas afirman que La Torah desde la primera hasta la última letra, es sólo “un gran nombre de Dios”.
¿Cuál es el nombre de Dios en estas infinitas posibilidades de “ars combinatoria”? Ese es el punto, quien descifre el nombre de Dios (el Innombrable), tal vez llegue a ser como él. Por esto y para hacer accesible su “nombre”, el tetragrama YHWH lo hemos hecho inteligible al decirle Iahvé-Jehová.
El nombre de Dios usted lo sabe, sólo se puede contemplar, no se puede “nombrar”. Bien decía entonces el socarrón argentino de Jorge Luis Borges que la esfinge ciega afirmaba que la teología era la única ciencia exacta... junto con las matemáticas. Y los hermanos judíos que manejan el Talmud y la Cábala con los cuales he estudiado en su momento, tienen un profundo conocimiento y enseñanza sobre La Torah a través de las matemáticas, de la llamada gematría.
ESQUINA-BAJAN
En otro poema y para continuar con José Emilio Pacheco, Premio Cervantes de las letras, escribe:
“Una vez de repente, a medianoche
Se despertó la música.
Sonaba
Como debió sonar antes que el mundo
Supiera que fue música el lamento
De las horas deshechas
Y del hombre
Al que al instante gesta
A cada instante”.
Los poetas siempre han tenido esa mirada adánica, esa vocación adánica de ir nombrando las cosas, bautizando todo a cada momento de su paso por la tierra. Es el caso de José Emilio Pacheco en varios de sus textos como el anterior donde trata de acercarnos los primeros momentos de un mundo siempre en rotación, pero al final de cuentas, el cual se puede apresar en un instante con la palabra poética.
El siguiente texto es del poeta Eduardo Lizalde, quien no está seleccionado en este libro, pero vale la pena incluirlo hoy. El siguiente es un solo verso. De hecho, es más largo el título que el aforismo mismo. Se llama “Dios no sabe lo que hace.” El verso es el siguiente: “¿O existe acaso?” En otro texto y por la misma línea argumental, le presento los tres primeros versos de este desencanto. O tal vez no desencanto, sino toma de decisión y posición:
“Afortunadamente, Dios.
Afortunadamente para ti,
No existes”.
El poeta Eduardo Lizalde, como muchos otros, no creen en Dios y su corte celestial, pero no pueden sustraerse a su embrujo y magia. Y tal vez al nombrarlo una y otra vez para dar cuenta de su inexistencia, es cuando se cumple la tirada de naipes de Dios: existe.
LETRAS MINÚSCULAS
Muy a pesar del propio poeta y de sus letras e ideas, existe.