Hablemos de Dios 240: claridad sobre lo que somos
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Si a usted le preguntaran (creo que se lo han preguntado muchas veces a lo largo de su vida) el día de hoy: “Oiga, gusto en conocerle ¿y usted quién es?” ¿Cuál sería o es su respuesta? ¿Se presenta usted con su título universitario: soy médico, soy ingeniero, soy abogado; acaso usted se presenta con su nombre de pila solamente: o tal vez, se presenta usted como el esposo o la esposa de Fulano; o de plano se presenta como lo que es: un ser humano; una persona la cual en su etimología lleva su destino: suena, canta por sí misma. Tiene voz y decisión por usted mismo?
Lo anterior viene a cuento por lo siguiente lo cual está en boca de todo México y parte en el extranjero: el tirano de Andrés Manuel López Obrador empezó desde hace lustros y hasta la fecha, con su cantaleta “no somos iguales” en alusión o franca comparación con los políticos del PRI o del PAN, los cuales le habían antecedido en los diversos puestos públicos obtenidos. Según el dictador de Macuspana, él y ellos (los de Morena) no mentían, no engañaban, no violaban, no robaban, no engatusaban, no vendían los puestos, no protegían a delincuentes, no torcía las leyes; amaban la libertad de prensa y critica, respetaban a los críticos y contrincantes y un largo, larguísimo etcétera que ellos mismo promovían...
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No, no son iguales a los políticos del PRI o PAN (ya casi a punto de desaparecer)... han resultado peores hasta el día de hoy. No van a cambiar por un motivo: son humanos y nada peor a eso, la condición humana cuando se sabe quién es uno. Así de sencillo y complicado. Los escándalos protagonizados por sus viajes como millonarios (los son) por parte de Gerardo Fernández Noroña a varias partes del mundo, Andy López Beltrán y el diputado Daniel Asaf a Japón, Ricardo Monreal en España y otros del mismo pelaje, han sido repudiados por los mexicanos. No es para menos.
El anterior liminar político me lleva a divagar sobre lo siguiente: cuando el maestro Jesucristo andaba predicando, paseando, vagando, filosofando o como usted guste llamarle, cuando andaba por el rumbo de un distrito romano, Cesarea de Filipo. Iba caminando con sus discípulos cuando les hizo dos preguntas capitales las cuales siguen resonando al día de hoy: “Según el parecer de la gente, ¿quién es este hijo del hombre?” La segunda pregunta fue más dura y certera: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” Lo anterior usted lo puede leer en Mateo (16. 13:20).
Tener claridad sobre lo que somos, lo que anhelamos, lo que buscamos, lo que queremos, vaya pues, lo que somos en el aquí y ahora; es decir, tener claridad sobre nuestra identidad y conocernos, es casi estar del otro lado, del lado bueno de la vida sin que los vaivenes terrenos nos hagan nada. Absolutamente nada. Es difícil, lleva toda la vida, pero quien se conoce a sí mismo es inmune por siempre a cualquier embate de esos llamados humanos que nos rodean. Humanos con mala leche, pues. Lo otro: no podemos engañarnos a nosotros mismo, como lo hacen los políticos de Morena.
Avanzamos: hay una sola verdad y esa verdad más temprano que tarde aflora. ¿Jesucristo sabía quién era? Absolutamente sí. Por eso jamás dudó en su vida terrena. Usted lo sabe, en los Evangelios ochenta veces se refiere a sí mismo como “hijo del hombre”. Es decir, hijo de su padre tanto de José el carpintero, hijo de madre María, como hijo de Dios... si no es que Dios mismo. El Mesías encarnado.
ESQUINA-BAJAN
Cosa que por eso lo acusaban los judíos ortodoxos, de fingirse Dios mismo. Situación y tema para explorar teológica y hermenéuticamente lo cual luego haremos. Para nosotros los católicos, es Dios mismo. No para los hermanos musulmanes, menos para los hermanos judíos, insisto.
Por hoy, nos centramos en la pregunta que les hizo a sus discípulos, “¿quién dicen que soy yo?”, ¿Quién es usted lector? No se puede ir por la vida engañando, aunque las máscaras es por lo general es lo de hoy en día. Vea usted la cantidad de políticos que mienten con su lengua de trapo, el primero en la lista es claro, Andrés Manuel López Obrador. Pero la lista puede y es interminable por parte de los políticos y de cualquier agrupación política existente en este abnegado país.
Usted lo sabe: muchas de la ocasiones y al menos yo, me he ido formando (aún a mi edad) de acuerdo con mis lecturas. Muchos de los personajes son mis amados más que un ser humano. Es el caso de un personaje, persona él para mí entrañable: el Príncipe de Salina en Sicilia, don Fabrizio. La obra es de Giuseppe Tomasi de Lampedusa en “El Gatopardo”.
En ésta, en una de tantas reflexiones (introspecciones) que él nos regala en voz del narrador ubicuo, don Fabrizio al saberse o pertenecer a una estirpe de abolengo en decadencia y a punto de desvanecerse las dinastías monárquicas, nos regala el siguiente testimonio: “...el último Salina era él, el escuálido gigante que en aquel momento agonizaba en el balcón de un hotel. Porque un linaje noble solo existe mientras se mantienen vivos los recuerdos; y él era el único que tenía recuerdos originales, distintos de los que se conservaban en otras familias”.
LETRAS MINÚSCULAS
En Marcos 14. 61-62 se lee: le preguntan a Jesús, “¿Eres tú el Mesías, el hijo del Dios bendito?” Duro, alto, elegante, sin pizca de duda, el maestro dijo no obstante ir directo al matadero: “Yo soy”.