Hablemos de Dios 88

Opinión
/ 5 marzo 2022
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Aviso: gracias por leerme y atender estas letras. Buenos y variados comentarios me llegaron con el texto aquí editado el sábado pasado donde hablamos y exploramos la poesía de Jaime Sabines y su relación con Dios y lo divino. Varios y atentos lectores me dijeron de no perder la secuencia y tonalidad, por lo cual me sugirieron dar consecutivo a las dos o tres columnas más donde abordaremos a Sabines y su relación con Dios.

En honor a usted quien manda en mis letras, así lo voy hacer. Pero, en honor a la verdad, dicha exploración y aristas de lectura, también son nuestra tanda de tertulia en “Café Montaigne”, entendido todo como un ensayo, una investigación, divagar en torno a un tema en específico, en este caso, hablar de Dios y la poesía de Sabines. ¿Cuántos textos más nos vanos a demorar en lo anterior? No lo sé. Creo y al menos, tres más. Es decir, usted lo sabe: nunca, jamás escribo textos de creación literaria como estos en la computadora. Todo lo hago escribiendo notas, arrastrando lápiz y pluma sobre libretas de papel italiano. Y sí, la verdad ya llevo un buen de páginas redactadas. Hoy iniciamos de nuevo en esta tertulia.

Le recuerdo la ficha del libro: “Recuento de Poemas 1950-1993” para la editorial Joaquín Mortiz. El autor es, claro, don Jaime Sabines (1926-1999). Poeta de los más queridos en México y en Latinoamérica. De los más queridos y más leídos. Lo vimos el texto pasado: si no tenemos Dios o dioses, hay necesidad de inventarlos. ¿Quién inventa a los dioses? Pues usted y yo, los humanos, los seres pensantes. Los intelectuales, los filósofos, los teólogos, los poetas, los pensadores. Aquellos los cuales empuñamos pluma o lápiz y no un rifle AK-47 o una ballesta.

Por esto los políticos le tienen pavor y miedo a la palabra escrita y no a un rifle de repetición. Pregúntele de lo anterior a Andrés Manuel López Obrador y su corte de claques. Jaime Sabines tiene tal poder de palabras en sus versos, amargura y fulgor en sus poemas, variedad de registros, aristas e ideas, lo cual no pocas veces llega a conciliar en un tema difícil: explorar, increpar y creer en Dios. O no creer.

El tema es inagotable. Y Sabines en sí mismo da para un libro, un opúsculo al respecto: abordar y desmontar sus ideas sobre ese inasible Dios. A Sabines se lo goza uno, se le paladea o se le padece. Con su poesía de lija, no hay ocasión para paños tibios ni medias tintas. Es vida o muerte en sus versos e ideas. Pero siempre se padece y se disfruta. Al mismo tiempo. Siempre deja algo en la mirada, la lengua y en el pensamiento.

Apenas ayer había vida real, cotidiana. Con pesares y alegrías. ¿Hoy? Hoy todo es virtual, descafeinado, deslactosado, sin sal, sin azúcar, sin gluten, libre de grasas. Sin vida, pues. Hoy los días transcurren con los humanos sin bañarse, arrellanados en su sillón o cama, atados a su vida “virtual” (por lo general, perfecta) donde “interactúan” en “tiempo real” con otros adictos sin vida real.

Esquina-bajan

Pero, apenas ayer, había “orfandad de luz”, “silencio”, “música a pedradas”, “gritos”. Y había, existía algo tal vez raro, extraño para muchos: había un dios, existía Dios. Leamos a Jaime Sabines, absorto en su mundo, hundido hasta la madre en su vida, la cual también, es nuestra vida. El poema es “La Tovarich”: “Es mi cuarto, mi noche, mi cigarro./ Hora de Dios creciente./ Oscuro hueco aquí bajo mis manos./ Invento mi cuerpo, tiempo,/ y ruinas de mi voz en mi garganta./ Apagado silencio... Estaba yo con Dios desde el principio./ El puso en mi corazón imposibles imágenes/ y una gran libertad desconocida” (página 17).

Toda ventisca tiene su inicio y su fin. La vida se cumple y siempre en la muerte. Caramba, para fortuna de todos. ¿Eternidad? Claro, existe: es tal vez sólo en el feliz y eterno instante de hacer el amor con la mujer, si no amada, si deseada. En la estancia 4 del mismo texto, “La Tovarich”, se deletrean las siguientes palabras para el fin. Leamos a Sabines, siempre oteando a Dios: “Hebra de anhelo, sol menguante/ ovejas en la tarde sur./ Tibia la mansa hora de dormir./ Que todos mueran a tiempo, Señor,/ que gocen, que sufran hoy./ Desampáreme, Señor,/ que no sepa quién soy...”.

¿Cómo se llama lo cual rodea nuestros huesos y esqueleto? Son tendones, linfa. Dermis, epidermis, vasos, músculos y todos esos nombres de la ciencia médica lo cual a todo ha bautizado y ha otorgado nombre y apellido. Pero, no sólo hay eso. Hay también dice Sabines “hambre de Dios”. Y si hay Dios, hay vida. Y la vida se cumple finalmente en la muerte. El texto se llama “Sigue la muerte”. Escindido en cuatro parcelas. Poema escrito en versos blancos con rima asonante.

En su primer apartado leemos: “No digamos la palabra del canto,/ cantemos. Alrededor de los huesos,/ en los panteones, cantemos./ (...) Lloremos un barril de lágrimas./ Con un montón de ojos lloremos./ Que el mundo sepa que lloramos aquí/ por el amor crucificado y las vírgenes,/ por nuestra hambre de Dios/ (¡pequeño Dios el hombre!)/ y por los riñones del domingo”. ¿Pequeño o gran Dios el mismo hombre? Pues sí, es una gran referencia bíblica: “Seréis como dioses...”. La cual usted la encuentra en Juan 10:34 y en Salmos 82:6.

Letras minúsculas

¿Si los humanos hemos creado a Dios para nuestro regocijo y consuelo, es justo y equitativo ser como él? Mucho por explorar.

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