Hay que tener cuidado con la interpretación de datos duros. Cada quién lleva agua a su molino
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En tiempos de posverdad y de infodemia es cada vez más difícil saber qué es verdad. Es poco común tener certeza sobre algo, sobre cualquier cosa y es prudente y necesario dudar de toda información o análisis que nos cae en las manos antes de aceptarla como válida o verdadera. Es especialmente aplicable esta regla de “duda luego existe” cuando se trata de un gobierno, en particular un gobierno cuyo líder abierta y descaradamente dice e insiste en tener “otros datos” cuando así le conviene a su imagen o a su versión alternativa de la realidad.
Claro, el análisis e interpretación de datos duros nunca ha sido sencillo y siempre ha tenido espacio para que existan distintas “realidades” o lecturas de un mismo grupo de datos en ojos de dos o más personas distintas.
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Se juega con los promedios mientras se esconden deciles o percentiles; se barren desviaciones estándar debajo del tapete; se prefiere el uso de porcentajes o tasas de variación en lugar de valores absolutos; se publican datos de forma nominal en lugar de real cuando conviene; se escoge cuidadosamente un período de comparación que permita resaltar el mensaje de una mejor forma.
Los trucos son muchos y muy variados y no necesariamente requieren a un experto en matemáticas o estadística para surtir efecto. Cuando los datos duros caen en manos del aparato de propaganda de un gobierno, específicamente uno que dice haber cumplido el 100 por ciento de sus compromisos de campaña, es cuando debemos estar más alertas, sobre todo ahora que entramos de lleno en época electoral donde se jugará como nunca con la interpretación de la realidad y se pasará por alto el límite entre lo real y lo falso, aprovechando que muchos ciudadanos estarán buscando aquellos datos, historias y evidencia que confirmen su propia preferencia en su muy cómoda, pero generalmente inútil, caja de resonancia.
Aquellos que nos animemos a no ver todo en modo binario, bueno o malo, blanco o negro, derecha o izquierda, chairo o fifí y que estemos conscientes de que debemos cuestionar cada cosa que salga de la boca de voceros de gobierno o de campañas (por igual), no podemos quitar el dedo del renglón y estar más alertas que nunca. Tendremos material de sobra.
Pasemos a un ejemplo práctico de lo que es jugar con las cifras y la interpretación de la realidad. Yo te pregunto: ¿tiene algo que presumir el gobierno actual en materia de índice o cantidad de homicidios? ¿Habrá algo que se pueda celebrar en materia de seguridad? ¿Ha funcionado esa estrategia de abrazos no balazos para reducir la violencia y la inseguridad? Si le preguntamos al presidente o a cualquiera de sus funcionarios de primer nivel seguramente encontrarán la forma de tratar de decirnos que sí, que hay avances muy importantes, que hay que redoblar el paso, ya que si en algo se distingue este gobierno de la 4T es en su incapacidad de cometer errores y mucho menos de aceptarlo cuando así sucede. Son buenos para todo.
Ellos verdaderamente creen, en su mundo paralelo, que todo ha ido bien y que sí han cumplido todo lo que prometieron en su campaña y plan de gobierno. No hay autocrítica y solo existe el doble o nada. Y así, con esa marca de la casa, esta semana circuló en la cuenta de Twitter del Gobierno de México, en tono triunfal, una gráfica a colores con los datos de homicidios por año desde el 2001 hasta el 2023, separados por la administración de cada presidente; de Fox a Calderón a Peña a López. Ahí declaran: “frenamos y revertimos índice de homicidios” y concluyen que “actualmente tenemos -20% (sic) de este delito en el país”. En el gráfico, sobresalen porcentajes en rojo abajo de cada presidente y un porcentaje en verde (reducción) en el caso de López Obrador.
Los números, suponiendo que los actuales y los de antes estén en realidad bien calculados, efectivamente pudieran sostener una interpretación positiva como la que hace la cuenta oficial del gobierno: pareciera que el nivel de homicidios efectivamente se ha estabilizado y comienza a reducirse. Eso sería una muy buena noticia de confirmarse la tendencia en años por venir y validando que los datos sean confiables (por ejemplo, que no se intercambien homicidios por desapariciones o se cambien definiciones). Sin embargo, ellos mismos muestran una colección de datos que debería dar para mayor análisis.
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El gráfico pinta a Fox (con unos 10 mil homicidios por año) como el mejor sexenio de los últimos cuatro. Muestra, sin resaltarlo, que el promedio de unos 34 mil homicidios anuales en los cinco años de la 4T es 3.4 veces más que el de Fox y casi el doble que el de Calderón. Permite comparar números a 5 años de gobierno y ver que, con Calderón, el índice se disparó 89 por ciento respecto a Fox; con Peña aumentó un 27 por ciento respecto a Calderón y con López un 42 po ciento respecto a Peña.
En cualquier caso, los datos pudieran mostrar inicio de algo positivo, pero no son suficientes para cantar victoria, no aún, menos cuando se ha estabilizado y revertido el índice en valores absolutos cercanos a los récords históricos y lejos de los niveles de hace 20 años. No se vale dar vuelta al ruedo sin completar la faena. No podemos caer en el aplauso fácil ni en la crítica de inercia. No se gana un campeonato con empates. Seamos y pidamos seriedad con los datos.