Historia de un brassiére
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Voy a contar ahora la historia de un brassiére, también llamado sostén, portabustos o sujetador. El relato está dividido en dos partes, lo mismo que el brassiére. La primera se refiere a los antecedentes; la segunda a los efectos. Antes, sin embargo, debo hacer alusión a la doctrina de la anágke, creencia de los griegos orientales según la cual todas las cosas obedecen a una ley inexorable fijada desde el principio de los tiempos. La vida de los hombres −el hombre es sólo uno entre la multitud de seres y de cosas que existen en el universo− sigue esa ley. Nadie puede escapar a ella. En “Nuestra Señora de París” Victor Hugo menciona la anágke, y le da el nombre de “fatalidad”.
Característica de la fatalidad es ser fatal, o sea inevitable. De todo se vale el hado para cumplir su obra. Tanto puede usar el iceberg del Titanic como la vaca de la señora O’Leary, que al derribar con la pata en el establo una lámpara de queroseno causó el incendio que destruyó Chicago en 1871.
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También puede el destino valerse de un brassiére. Y el brassiére no tendrá ninguna culpa. Es instrumento de la fatalidad, lo mismo que el iceberg del Titanic o la vaca de la señora O’Leary. ¿Acusó alguien al iceberg de haber causado la tragedia de aquel gran barco cuyo hundimiento puso fin a la bella época? ¿Fue llevada a juicio la vaca por pirómana? Eso sería como encarcelar al piolet con el cual Jacques Mornard mató a Trotsky. Instrumentos todos: la vaca, el iceberg, el piolet, Mornard. También nosotros: somos al mismo tiempo sujetos del destino y su instrumento.
¿Extrañará entonces que la fatalidad se haya valido de un brassiére para imponer su ley ineluctable? Desde ese punto de vista no hay diferencia entre una vaca y un brassiére. Digamos mejor entre una vaca y un iceberg. Porque habrá quien encuentre alguna vaga relación entre una vaca y un brassiére, pero de plano es imposible establecer alguna liga entre un iceberg y una vaca. Para eso se necesitaría mucha imaginación.
Veamos cómo actuó la fatalidad en la historia que me dispongo a relatar.
Esta joven mujer trabaja en un taller de lencería. Hoy se halla distraída: es soltera, y acaba de saber que está embarazada. Por tanto, no se concentra en su labor. Ahora cose un brassiére. Deja floja una de las varillas. Este detalle, al parecer insignificante, habrá de cambiar el rumbo de ocho vidas.
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Vayamos ahora a otro lugar. Una señora de sociedad se está vistiendo. Hace unos días compró el brassiére que dije. Miremos a otra parte, pues ahora se está poniendo el brassiére. Siente una ligera molestia en la parte correspondiente al lado izquierdo, pero no le da importancia. Hace mal. Ha ido a una fiesta con su esposo, y ahí la molestia aumenta hasta el punto de hacerse inaguantable. Va al baño la señora, se revisa y advierte que la varilla le está causando una severa irritación en la piel. Se quita el brassiére. Con la blusa y el chaleco de punto que se ha puesto nadie notará la falta de la prenda. ¿Qué hará con ella? No cabe en el pequeño bolso que ha llevado. Sale al jardín, busca el automóvil de su marido, convertible, y esconde el brassiére entre los dos asientos. Las consecuencias de esa pequeña acción serán muy graves. (Continuará mañana).