Historia de un celular (II)
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No sé si esta historia es de amor o es más bien de comunicaciones. Catalóguela cada quien según su pensar y su sentir. Yo no supe cómo clasificarla.
Todo empezó cuando iba yo por una carretera del Bajío. Un muchacho manejaba el automóvil. Mi celular sonaba una y otra vez. A modo de disculpa dije:
-¡Ah, estos celulares, qué lata dan!
-Es cierto, licenciado −admitió el joven−. Pero yo soy feliz gracias a un celular.
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Y me contó la historia que ayer empecé a contar aquí. Tenía una novia en Guanajuato, y en cierta ciudad del norte había dejado otra a la que dio palabra de matrimonio. Enamorado perdidamente de la guanajuatense, no le confesó, por miedo de perderla, el compromiso que tenía. También le faltaban fuerzas –u otra cosa− para decirle a la otra que ya no la quería, que no se iba a casar con ella. Mientras tanto iba pasando el tiempo, y se acercaba la fecha en que debía cumplir el juramento que hizo.
Un mes antes del término fatal estaba con su novia en un café, cuando en eso sonó su celular. La que hablaba era una prima suya, que le reclamó:
-Cómo eres. No nos habías dicho que te ibas a casar, y ya nos llegó la invitación. La trajo tu novia. No estábamos en casa, pero nos la dejó.
Al muchacho se le heló la sangre. Seguramente la novia que había dejado allá daba por seguro que iría a casarse con ella en la fecha que le prometió. Había hecho todos los arreglos, y estaba entregando ya las invitaciones de la boda. Tras oír lo que su prima le dijo farfulló alguna disculpa apresurada, y colgó.
Después de aquello no podía seguir engañando más a la chica de la que estaba enamorado. Se dispuso, pues, a contarle ahí mismo lo que había pasado. Le explicaría las cosas; le pediría perdón. Ya roto su noviazgo iría al norte a cumplir la palabra dada, aunque sabía que eso lo iba a hacer desdichado el resto de su vida.
No sabía cómo empezar a decir lo que debía decir. Ella observó su nerviosismo. Le preguntó:
-¿Qué te pasa, mi amor? Te noto raro después de esa llamada.
Dejemos ahora que el muchacho continúe la narración.
-Tomé aire, licenciado, para confesarle todo. Y en ese preciso instante sonó otra vez mi celular. De nuevo era mi prima la que hablaba. Me dijo con tono de asombro: “Oye: ¿qué sucedió? Cuando te hablé antes no habíamos visto la invitación de la boda. Ya la vimos, y resulta que tu novia se casa ese día, pero con otro. Seguramente se cansó de esperarte, o no tuvo ya noticias tuyas y...”.
-No oí más. Mi prima hablaba, y hablaba, y yo ya no la oía. Estaba como en éxtasis. Corté la comunicación y le pregunté a mi novia: “¿De veras me notas raro?”. “Sí” −respondió ella−. Le dije: “Será porque quiero que esta noche fijemos la fecha en que nos vamos a casar”. Ella se emocionó. Me abrazó y me dio un beso delante de la gente. Yo también la besé a ella. Y si hubiera podido, licenciado, hubiera besado también al celular.
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Ésta es la historia. Díganme ustedes ahora si es de amor o de comunicaciones. Yo, con todo respeto para el celular, creo que la historia es de amor. Casi todas las historias que me sé son historias de amor. Mi propia historia es una amorosa historia. Digo, entonces, que la historia que acabo de contar es de amor. Una historia de amor que tuvo final feliz gracias a un celular. Bendito sea el progreso en las comunicaciones.