Historia de una revocación inmerecida

Opinión
/ 23 agosto 2021

California, el estado más potente de Estados Unidos, está a punto de poner a prueba la democracia directa con la posible destitución de Gavin Newsom, el gobernador demócrata. Electo cómodamente en 2018 con 62% de los votos, Newsom enfrenta ahora la remoción en un proceso que concluirá el 14 de septiembre (pero que ya está en marcha gracias a la posibilidad del voto temprano, que en California es relevante). Es apenas la segunda vez que un gobernador californiano corre el riesgo de ser despedido antes de tiempo. El único antecedente es la destitución del también demócrata Gray Davis en 2003. En ambos casos, la oposición republicana aprovechó la oportunidad de someter a los gobernadores al llamado “recall” mediante la recaudación de firmas que equivalgan a al menos 12% de los votos de la última elección. Por meses, Newsom desestimó la posibilidad de que los republicanos reunieran el millón y medio de firmas requeridas. Cuando lo entrevisté hace poco más de un semestre me dijo que el asunto era solo “una distracción”. Se equivocó. Al final, la oposición californiana recabó las firmas y ahora Newsom está en un problema. En este momento, las encuestas sugieren que la elección está dentro del margen de error.

¿Merece la remoción? Probablemente no. Curiosamente, Newsom goza de un 57% de aprobación, al menos treinta puntos porcentuales más de lo que tenía Gray Davis en su momento. Es, en todos sentidos, un gobernador popular. California tiene muchos problemas: hay altos índices de pobreza y el costo de vida es muy elevado y el acceso a agua en los fértiles valles del centro del estado es un desafío mayúsculo. La lista es larga, pero ninguno de estos problemas es nuevo ni es enteramente achacable a Newsom. En cualquier caso, a Newsom le resta solo un año más en el puesto. Los votantes podrán decidir si lo reeligen o lo echan en noviembre del año que viene. La urgencia no se justifica.

¿Qué explica, entonces, el riesgo que enfrenta? El primer factor, por supuesto, es la pandemia. Newsom adoptó medidas estrictas, que irritaron a parte del electorado, sobre todo los conservadores. Además, fue descuidado con su conducta personal. Al principio de la pandemia las cámaras lo descubrieron cenando sin mascarilla en un restaurante de lujo. Para un porcentaje importante de votantes, todo esto es suficiente para echarlo desde ya. Teóricamente, Newsom debería tener suficiente apoyo entre los votantes demócratas como para salvarse. El problema que tiene es convencerlos de presentarse a las urnas. Si la rabia por echarlo resulta mayor a la urgencia por defenderlo, perderá el puesto.

Si Newsom cae, el barroco proceso podría concluir con un republicano como gobernador por lo que resta de su periodo (así pasó con Davis y Arnold Schwarzenegger). Para elegirlo, los californianos tienen que escoger de una lista de... 46 candidatos. El que más votos obtenga sería el siguiente gobernador. Así, es enteramente posible que California despida a un gobernador que ganó con casi 8 millones de votos y lo reemplace con un candidato que obtenga apenas una minúscula fracción de ese total.

El más probable ganador de este extraño asunto es Larry Elder, un locutor de radio ultraconservador, mentor de Stephen Miller, artífice de las más agresivas políticas antiinmigrantes de Donald Trump. Y es ahí donde un proceso absurdo se convierte en un riesgo severo, sobre todo para la enorme población hispana de California, un estado inmigrante por excelencia. Con todos sus defectos (y no le faltan) los gobiernos progresistas de California han logrado proteger de muchas maneras a la población inmigrante. No es casualidad que Trump haya sido abiertamente hostil con California y sus distintos niveles de gobierno. Newsom, por ejemplo, ha apoyado directamente a las familias indocumentadas, ignoradas por completo en los paquetes de estímulo en Washington. Esto no lo hace perfecto, ni mucho menos. Pero los hechos importan y no es una exageración suponer que un gobernador como Larry Elder sería mucho menos solidario que Newsom, con todo y sus defectos.

La historia nos lleva, entonces, a los verdaderos protagonistas del voto contra Newsom: los hispanos. Dos de cada tres votantes hispanos apoyaron a Newsom en el 2018. La pregunta ahora es si se presentarán a las urnas en números suficientes y, claro, si están dispuestos a respaldarlo de nuevo. La comunidad latina ha sufrido los estragos de la pandemia como ninguna otra. Mucha gente está dolida, angustiada, de luto... o una durísima combinación de las tres. El enojo contra el gobierno en turno es natural. Pero los hispanos están obligados a ejercer el voto de manera racional. Es cierto que más vale malo por conocido que bueno por conocer, sobre todo si el malo no ha sido tan malo. ¿Lo entenderá a tiempo la comunidad hispana? En el 2020, los números de participación entre los latinos crecieron. Puede ser que haya sido un parteaguas, pero también es posible que el entusiasmo se haya debido, al menos en gran parte, a la presencia de Donald Trump en la boleta. Si los hispanos optan por la apatía o por el castigo a Newsom, estarán actuando contra sus propios intereses. Sería una pena, aunque a veces la única manera de aprender de democracia es sentir sus consecuencias.

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