Ya no sabemos qué es peor: si solamente quedarnos sentados y ver pasar las oportunidades, o que ya se nos está haciendo costumbre hacernos a la idea de que ante cualquier ventana de oportunidad o coyuntura crítica capaz de detonar una profunda transformación, nos creamos incapaces de aprovecharla, puesto que ya se ha hecho costumbre el quedarnos pasmados.
Antes fueron el “mexican moment”, el boom del shale gas y oil gas y previamente la alternancia política, pero siempre el devenir circunstancial termina por ubicarnos en nuestra realidad. Esa de la que no podemos o no queremos salir. Ese techo de cristal que lo contemplamos como el límite de nuestras posibilidades y que nos negamos a romper.
Todo ello viene a colación a propósito de la publicación de la semana pasada por parte de la Secretaría de Economía, la cual anunciaba un máximo histórico en la captación de Inversión Extranjera Directa (IED) durante el primer trimestre.
De acuerdo con datos del Registro Nacional de Inversiones Extranjeras (RNIE), habrían ingresado al país durante el período enero-marzo un total de 20 mil 313 millones de dólares, lo cual representa un incremento del 9% respecto al mismo período del año anterior.
Aunque se reconoce y celebra dicha dinámica en la captación de IED, sobre todo después de que, el año pasado, se haya experimentado una contracción en el primer trimestre respecto a lo registrado en el 2022, es importante matizar los datos y ponerlos en su justa dimensión para una mejor comprensión y análisis.
Deberíamos empezar por precisar que, de ese monto captado, 19 mil 600 millones -aproximadamente un 96%- se materializaron en forma de reinversión de utilidades, es decir, ganancias que los accionistas extranjeros decidieron dejarlas en México y no enviarlas a sus países de origen. Solamente 600 millones de dólares, apenas un 3% del total captado, representaron nuevas inversiones.
Aunque no estamos en posición para menospreciar o ser demasiado exigentes con el tipo de inversión que arriba a nuestra nación, queda claro que aquella que realmente se constituye en un indicador fiable de confianza, es el apartado de nuevas inversiones, ya que estas reflejan la apuesta de los inversionistas por las condiciones favorables del país en cuanto al clima de negocios se refiere.
Si analizamos los últimos tres sexenios tampoco observamos nada espectacular. Del primer trimestre del 2006 a igual periodo del 2012 la IED aumentó un 214 por ciento. Del 2013 al 2018, el incremento fue de 115%, mientras que del 2019 al 2024 se expandió un 113 por ciento.
Y mientras en los grandes círculos financieros y de analistas se insiste en cómo México puede treparse al tren de las oportunidades que representa el nearshoring, aquí seguimos sin entender que, para subirnos a ese tren, es necesario cambiar muchas cosas y que sí somos capaces de hacerlo. Sin embargo, pareciera que no nos la creemos y que estaremos condenados para siempre. Se nos olvida que historia no es sinónimo de destino.
@guillermo_garza