Incapacidades del alma vs. la riqueza cultural y humana de Bustamante, Nuevo León
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Bustamante, Nuevo León, es un pueblo mexicano extraordinario más allá de su sierra en la que habitan osos negros, ocelotes y pumas. La biodiversidad de su territorio es muy rica, pero hay mucha riqueza también en sus habitantes, quienes son producto de un mestizaje evidente entre tlaxcaltecas, alazapas y descendientes de españoles e italianos. Su historia es memorable, se puede ver en los documentos que se intercambiaban los tlaxcaltecas de San Esteban de la Nueva Tlaxcala con parientes directos de San Miguel de Aguayo de la Nueva Tlaxcala.
Las personas amamos la belleza y este sitio, que debería recuperar su nombre original de San Miguel, cuenta con condiciones que hacen que surja el abrazo entre hombre y naturaleza. Estuve el pasado viernes, 1 de noviembre, en Bustamante de mi corazón, −como así le llamo− y volví a disfrutar de su paisaje humano. Vi rostros de su gente, gente con la que he convivido por décadas, ahora más añosa, pero con sus descendientes mostrando de manera natural el poder de la juventud y de los sueños.
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En la Plaza de Armas se congregaron para vivir una ceremonia en la que se inauguró un altar de muertos de especial diseño, montado dentro del kiosco con motivos en color morado, desde las pequeñas piedras que revistieron los escalones de este, hasta los colores de las catrinas gigantes que, como guardianes del altar, se colocaron a los costados de la escalinata. En la parte más alta de la plaza, los jardines circundantes se decoraron a manera de cementerio. No es fácil realizar este tipo de eventos en un tiempo en el que los dineros escasean para los municipios de la ruralidad.
Vaya que es hermoso atestiguar la convivencia de los lugareños. Llegó una anciana, en su silla de ruedas, maquillada al estilo en que Posadas dibujó sus catrinas; niños y jóvenes vestidos de acuerdo con esas catrinas que hoy se han convertido en un símbolo de uso popular desde el día previo al de los Muertos. El frescor de la tarde anunciaba que habría un cambio de temperatura.
Rigo, un hombre de 60 años que desde hace 49 participa en las danzas de matachines, conversó sobre la ausencia de su madre, a quien ya no pudo cuidar porque padeció de una embolia. Es alto, pero su aspecto es de una genuina inocencia, pues su mirada es transparente. También contó que “El Piri”, que inició antes que él su incursión en las danzas y que es el mejor exponente de este oficio antiguo, está en Villaldama, un pueblo vecino. Rigo me ofrece rescatar uno de los grupos de danzas de Bustamante; él tiene el deseo de apoyar pese a que padece de convulsiones y que reconoce su discapacidad física.
Alan, que está por cumplir 44 años, es un hombre sonriente cuyos maravillosos padres están a su cuidado porque sufre alguna discapacidad física que no lo hace menos productivo y generoso, ya que participa en el Carnaval de San Miguel de Bustamante cada año y colabora en los montajes históricos que se preparan en el Museo de la Memoria Viva. Me contó alegre que piensa que su discapacidad no se nota. Por supuesto, Alan y Rigo son personas muy queridas en el pueblo. El primero de ellos tiene un empleo digno en la presidencia municipal. A ambos les comenté que existían otras discapacidades, que tal vez no se notan, como la discapacidad no física de ser egoísta con los demás, de no amar la vida, de no poder ser tolerante ante las diferencias: discapacidades del alma.
Entonces personas como Rigo y como Alan son ejemplares y brillan por sus capacidades humanas entre la gente de Bustamante; es un gozo conocerlos y convivir con ellos con respeto real y con fraternidad de almas.
Ayer, 2 de noviembre, se convivió en una ceremonia de altar de muertos en el Museo de la Memoria Viva, dedicado al profesor Luis Felipe García Botello; que representa una tradición que ya adquirió carta de residencia en el norte de la República.